Prólogo

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―Entonces, ¿qué le responderás? No puedes decirle que no.

―Pero, eso justo iba a decirle. No estaba planeando una relación.

―Toda una Madre Teresa de Calcuta ―rió Mariana, llamando la atención de todos los presentes.

―Cállate. No es eso. Simplemente, no contemplé que él decidiera confesarme sus sentimientos.

―Pero no lo niegues: te gusta, te encanta, he notado cómo lo miras.

―Sí, sí, sí. Ya sé que no soy la persona más discreta en el mundo, pero es que... hay alguien más.

―No puedo creerlo, tienes la oportunidad de ser feliz con alguien. Sería muy estúpido de tu parte si la dejas ir.

―Pero-

―Pero, pero, pero nada. Él te quiere, tú lo quieres... no veo margen de error en la ecuación.

―Es enorme el margen de error. Tantas cosas podrían pasar. Ambos podríamos hacer cosas muy, pero muy malas. Errores, cuestiones de familias, problemas, peleas, desacuerdos. Todo puede fallar.

―Inténtalo.

―No es tan fácil.

―Claro que sí. Quiérelo. Es más, llégalo a amar. No hay problema, entrega todo, siente de todo. Enloquece a su lado, vuela cuando te tome de la mano, siéntete marear cuando te bese. No pienses, sólo siente.

Al ver que su acompañante no emitía sonido alguno, decidió seguir hablando.

―Míralo así: tienes a alguien que realmente te quiere, deseando estar contigo, mientras tú mueres por alguien que apenas está consciente de tu existencia, y eso sólo porque comparten grupo.

Justo en la verdad. Odiaba cuando Mariana tenía razón, lo cual era casi siempre. Maldición.

―Lo consideraré aún mejor, pero no te puedo asegurar nada. De una u otra forma, debo darle mi respuesta en cuatro días.

―Como si eso me hiciera sentir mejor.

―Mariana, por el amor de Dios, ya. ¿Qué quieres de mí?

―No de ti. Para ti. Y quiero que seas feliz. Quiero que descubras cosas nuevas. Quiero que vivas el ahora, sin arrastrar el ayer y sin pensar en el mañana.

―No sabía que eras una poeta.

―Son dotes secretos.

La conversación se detuvo justo ahí. No había más que decir. Ángel sabía ya lo que respondería. Maldita sea el poder de convencimiento de Mariana; pero tenía razón. Se le presentó la oportunidad perfecta, podría ser feliz, quizá no. Pero una experiencia de vida estaba segura.

¡Al carajo las normas que se había impuesto hasta ahora! Lo único que había logrado con ellas fue encerrarse en una pequeña burbuja sin que casi nadie pudiese entrar.

Construyó muros, pero no puentes.

Se aventuraría, sin medir riesgos. ¿Qué podía perder?

―Está bien ―Ángel subió la mirada.

―¿Qué dijiste? ―su amiga lo vio con una sonrisa en la boca.

―Que está bien. Aceptaré salir con él.

Pronto, se vio sofocado por el gran y fuerte abrazo que recibió de Mariana. Y aturdido también, ya que había gritado justo antes de abalanzarse sobre él. No tardó en regresar el gesto de cariño.

―Ya verás que todo saldrá bien. Confía en mí, algo me dice que no te arrepentirás ―decía Mariana a su oído―. Yo lo sé.

Ángel no respondió, sólo la abrazó aún más fuerte y cerró los ojos. No quería pensar en las consecuencias que una relación en este momento podría causar. Una relación que también era la primera para él. Aún más presión, como si en realidad la necesitara. Qué tenía que hacer, con qué lo alimentaría... a qué hora lo sacaría a pasear.
Él rió ante el pensamiento.

―¿De qué te ríes, idiota?

Ángel la vio seriamente, su sonrisa siendo reemplazada por un mohín.

―De que eres la única persona que me ha corrompido hasta más no poder ―y no era una mentira.

―Eres mi mejor amigo. Yo te infecto, y tú me curas, y ambos llegamos a un punto medio. De eso se trata una amistad.

En tus BrazosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora