1.5 «Un hogar»

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―Vaya, Jonathan. Mi hijo aquí no deja de hablar de su nuevo mejor amigo que conoció hace apenas una semana... ¿No serás, remotamente, el mismo del cual escucho a diario? ―la madre de Ángel sonreía mientras se levantaba del taburete.

Éste último, un poco desorientado, se quedó en silencio un momento antes de responder torpemente un:

―No lo sé, señora... ¿Quizá?

―Apuesto a que sí. Mucho gusto Jonathan ―decía mientras caminaba hacia él y lo saludaba de beso en la mejilla― Mi nombre es Clarissa. Y como podrás ver, soy la madre de éste pequeño huracán llamado Ángel.

El aludido se sonrojó ante lo dicho por su mamá y sonrió cuando su amigo lo volteó a ver con un signo de interrogación sobre su cabeza.

―El comportamiento que tomo con mi madre es diferente al que tengo cuando no está ella ―explicó Ángel―, sé que se esperaría que yo me comportara de una forma un poco más... liberal, pero no es así. Al contrario. Soy más, ¿cómo decirlo... pulcro?

―Cómo desearía que fuese así conmigo ―Clarissa dijo, suspirando―. Hay veces que hace un caos al comer ―volvió al taburete y tomó un sorbo de algo que tenía en una taza de cerámica― ya lo conocerás. No todo es lo que aparenta.

―No, claro que no ―Ángel le decía, dirigiéndose al frigorífico―. Como toda esa cantidad de mentiras. Me harás quedar mal ante Jonathan.

Su amigo y madre rieron.

―En fin ―el anfitrión había abierto la nevera y escaneó el interior de esta antes de hablar―. Jona... ¿Te ofrezco algo? ―sus ojos sobresalían por la parte superior de la pequeña puerta―. Tenemos agua, templada y fría. Jugo de lo que parece ser piña-

―Es de mango ―su madre lo interrumpió―. Siéntate, Jonathan, por favor. O te cansarás de estar de pie.

Jonathan hizo lo que se le pidió. Tomó un taburete y se sentó en él, frente a la madre de su amigo, pero dirigida hacia la izquierda, justo donde Ángel seguía, encorvado y con la cara en el frigorífico.

―Bien... si no les importa, ¿podría saber qué desea el invitado antes de que mis facciones se congelen?

―Oh, perdón. Perdón. Lo siento ―Jonathan dijo rápidamente―. El jugo suena bien.

―Y sabe mejor ―le completó Ángel―. Lástima que mi madre no piense igual. No sabe de lo que se pierde ―tomó una jarra y se dirigió a un gabinete para tomar dos vasos de cristal.

―Es normal no gustar del mango... es decir, esas fibras que crecen de la semilla, o la sensación viscosa ―la cara de desagrado que tenía Clarissa causó en Jonathan una pequeña risa―. ¿O no es así, Jonathan?

―¿Eh? Oh sí ―otra vez, su desorientación tomó lo mejor de él. No sabía qué le provocaba estar tan fuera de sí. Tan distraído, pensando en lo hermosa que se veía la casa de Ángel; en lo acogedora y cálida que era.

Maldición, deseaba que su casa se viese y sintiese de esa misma forma.

Dios, en épocas navideñas esta casa se debería ver aún más hermosa, con todas esas decoraciones, guías y moños. El pino, supuso, sería uno enorme y despampanante, adornado tan delicadamente con luces de colores parpadeantes.

Jonathan deseaba que su casa se sintiera como un hogar. Y no sólo percibiera frío en ella al primer segundo de entrar. Tanto vacío en una... nadie merecía eso.

Ángel percibió cómo Jonathan se encontraba tan... ¿Distraído?

Y decidió acudir a su rescate. Se imaginó que conocer a su madre no era algo fácil para su amigo. Quizá no se sentía cómodo. O le costaba entablar conversaciones con personas mayores.

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