1.9 «Amargos amaneceres»

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Tempranas horas de la mañana de un sábado con cielo despejado. Las aves cantaban fuera de la casa, y la naciente luz del sol se filtraba a través de las cortinas sobre las ventanas.

Y los vasos de plástico estaban por todos lados: sobre el desayunador, el mostrador, en los estantes de la sala, en los gabinetes, en los otros sofá, en cada escalón de la escalera y hasta en el patio trasero.

Era horrible la escena.

Todo era horrible. Desastroso.

Y caótico.

Todo se salió de control. Sí, es cierto, la fiesta fue lo que podría ser llamado "todo un éxito". Pero el remolino en la mente de Ángel era peor que el terremoto que pareció atacar la casa de Jonathan.

Jonathan...

Al no poder dormir, Ángel decidió limpiar la casa, pensando en sus amigos. Al despertar, seguramente lo que menos querrían era acomodar todo... y menos Mariana, que jamás había sufrido de resaca. Aunque ni siquiera sabía cómo toleraba el alcohol. Quizá tendría resaca; así como quizá no.

Y de Jonathan no tenía idea. Le había compartido ya que se había emborrachado una vez estando en sus vacaciones. Y al no gustarle la experiencia, decidió no repetirlo. Jamás.

Fue extraño verlo de esa manera la noche anterior. Y seguramente no recordaría muy bien los sucesos.

Apenas amanecía. Por lo que aún faltaban horas para que sus amigos despertaran, y apostaba todo a que Mariana sería la última en hacerlo.

Debía preparar el café también.

Y así se vio levantándose del sofá a las seis de la mañana y caminar hasta la cocina.

Tomó una bolsa para basura de abajo del fregadero y empezó por el patio frontal, para evitar generar cualquier imagen negativa a la casa. Y era poca la basura allí. Al igual que los vecinos, de los que no había ni un rastro. Claro, era muy temprano en la mañana.

Qué suerte.

No se llevó más de un par de minutos y pasó a la sala. Posteriormente, decidió ir al pasillo de arriba, sólo para asegurarse si había basura. Al menos las habitaciones tenían seguro y ningún idiota con las hormonas alborotadas pudo entrar con su tonta pareja y comerse el uno al otro dentro de ellos.

Pero estaba intacto. Y qué bueno. No quería limpiar allí.

Volvió al cuarto de Jonathan, y ambos roncaban, pero sólo Mariana estaba en la cama.

Gracias a la escacez de luz que entraba por la ventana a causa de la colocación de la habitación, Ángel tuvo trabajo buscando a su amigo. Entró de lleno por la puerta sin cerrarla, y rodeó la cama despacio, para no hacer mucho ruido. Esquivó los presentes esparcidos pulcramente en una esquina.

Y llegó al otro lado de la habitación, mirando por debajo, en las sábanas que resbalaban por los laterales del colchón cuando vio cómo un pequeño bulto se movía.

Se acercó aún más, poniéndose de cuclillas y estirando su mano derecha, tomando las suaves telas que cubrían aquello y las levantó tan despacio como pudo. No fue sorpresa encontrarse con un pie cubierto con un calcetín color rosa brillante y tirante verde igual de deslumbrante.

―Oh Dios ―Ángel siguió la mirada por la pierna, subiendo por el torso, deteniéndose en el pecho y observándolo subir y bajar por unos momentos hasta que creyó parecer un acosador, llegando por fin a la cara de su amigo.

Tenía la boca ligeramente abierta, ojos cubiertos por uno de sus brazos. Y roncaba suavemente.

Era la primera vez que lo veía dormir.

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