"Cada día te acercas un poco más,
tanto que casi puedo sentir tu aliento
sobre mis hombros.Pero sé que si me giro,
podrías huir.
De nuevo."Ángel se levantó de la cama con aquella canción en la mente. Y simplemente no podía dejar de tararearla de camino a la escuela y durante las traducciones improvisadas que debía hacer en la clase de inglés. La mantuvo sordamente dentro de su cerebro mientras comía su almuerzo en el receso y al pisar la grava que se encontraba en la puerta principal de la institución. Incluso dentro de la ducha, preparándose para acompañar, con Mariana, a Jonathan en una competencia de cien metros lisos.
Se verían todos en el Centro Deportivo, debido a que Mariana tenía que hacer algo en su hogar, y Jonathan había faltado a clases para entrenar por la mañana.
Y la canción no se despegaba de su mente, permanecía allí como si estuviese adherida de forma permanente. Lo peor de todo es que esos versos de repente tomaron significado para él. Anteriormente sólo disfrutaba de cada palabra, imaginando cómo debió sentirse la escritora o el autor de la letra para escribir de esa forma... ahora se veía a él viviendo cada sílaba rítmica y teniendo una extraña sensación de que tenía música de fondo relatando su vida.
Se puso de pie rápidamente para dejar el autobús y dirigirse a la pista, pasando las rejas blancas que, cerrado el Centro, servían para mantener fuera a intrusos y delincuentes.
Ángel consideraba que eso no era suficiente; sin embargo, funcionaba.
Personas caminaban a su lado, iban y venían por izquierda y derecha. Se arremolinaban a los flancos de la pista y en los puestos de almuerzo.
Ángel llevaba una botella con agua y un pequeño pañuelo para que Jonathan se secara el sudor que probablemente emitiría terminando de correr.
Afortunadamente, era diciembre ya. El semestre estaba a punto de acabar, los exámenes finales se avecinaban peligrosamente amenazando a todos en su aula, sin excepción. Y los fríos estaban en creciente intensidad. Pensó que el pañuelo sería inútil teniendo en consideración el estado climatológico. Pero no abandonó la idea. Se lo pidió a su madre, y ella, sin chistar, le entregó uno que mantenía guardado en su cómoda.
«Era de tu padre ―sonrió de una manera tan triste y vacía que Ángel se sintió empequeñecer―. Dile a Jonathan que puede quedárselo.»
Aquél trozo de tela era de color cían ―uno de los colores favoritos de Ángel también― con destellos blancos que parecían ensuciarlo, a pesar de ser sólo parte del diseño. Parecía viejo, pero bien conservado y preservando un aroma característico de toda prenda mantenida en cautiverio por varios años. Seguro que a su amigo no le molestará si es necesario que le use.
Las gradas se llenaban y oleaban salvajemente con el movimientos de los cuerpos que empezaban a tomar asiento o a levantarse para ir por algo para entretenerse. Caminó hasta allí y se colocó en la primera fila; acompañado de otras.
La competencia no tomaría mucho tiempo. Sin embargo, Jonathan llevaba meses entrenando por algunas tardes cada semana, y sábados en la mañana. Ángel no podía faltar cuando el esfuerzo de su amigo se reflejara.
Esperó allí diez minutos hasta que Mariana apareció en su campo de visión, portando despreocupadamente un par de jeans viejos y zapatillas deportivas. Ángel levantó ambos brazos para que pudiese ser visto por su compañera y ésta se dirigió hasta él.
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En tus Brazos
Teen FictionLa vida de una persona con 16 años de edad parece realmente tranquila. ¿No es así? Escuela, tareas, familia, amigos, salidas, video juegos... amor. ¡Esperen! ¡¿Qué, amor?! ¿Algo así como una vida amorosa? ¿Con pareja y todo lo demás incluido? ¿No es...