―¡Gracias al cielo es viernes! ―decía Mariana mientras se dejaba caer sobre el sofá de su sala de estar―. Juraba que esas dos últimas horas no tendrían fin.
―Estoy seguro de que también querías golpear al maestro, ¿o me equivoco? ―dijo bromeando Jonathan, quien estaba sentándose a su lado, tratando de relajarse un poco.
―No sólo golpearlo, Jonathan ―dijo Ángel, quien ya estaba en la cocina, dejando las bolsas llenas de comida chatarra y bebidas en el comedor―. Ella deseaba matarlo. Se le veía en la mirada.
Mariana rió, pues era verdad. Ese idiota que se presentó como "maestro" de teatro resultó ser otro vejete, llamado Edgar. Los mantuvo ocupados haciendo vocalizaciones todo el periodo. En serio. Pero eso no fue lo peor. Oh, no. Lo peor fue que, en determinado momento, hizo subir a todos sus alumnos al escenario sin zapatos.
―¡Qué maldita peste! ¡Y estaba rodeada de chicas! No quiero ni imaginar cómo se la pasaron ustedes dos.
―Pues, no estábamos rodeados por un amplio campo de flores, para ser exactos ―dijo riendo ahora Jonathan, haciendo que su cabeza se inclinará hacia atrás.
―Me lloraban los ojos. Supongo que eso te dice algo ―Ángel caminaba hasta el sillón de una plaza para poder descansar su espalda.
―Es un completo imbécil. No me agrada en nada ―agregó Mariana.
―Mariana ―empezó Ángel―, ningún maestro te agrada. Sé sincera.
―En eso estás equivocado, muchachón. El de química me cae bien. Con decirte que cuando fui a preguntarle algo, me resolvió el problema completamente. Alguien así no puede caerte mal.
―Y el de inglés ―ahora era Jonathan quien empezó a hablar―. Él sí me agradó.
―Sí, ese también. Me hace reír ―dijo Mariana, sin mucho ánimo como antes.
Una semana había pasado desde que el semestre empezó, y afortunadamente todas sus clases fueron impartidas ―algo extremadamente raro, pues en la escuela las clases no siempre eran tan rigurosas y constantes― pero Mariana se quejaba cada día, desde la primera hora de la mañana. Deseaba regresar a casa justo cuando entraba por la puerta del aula. Algo que no había cambiado, también hacía eso en la escuela secundaria. Todo seguía casi igual, a excepción de que ahora estaba Jonathan con ellos.
Un tercer integrante en su dúo hacía todo extrañamente más divertido. Ya no sólo eran ellos dos riendo tontamente, ya no eran sólo ambos hablando de cosas sin sentido. Ahora estaba Jonathan con ellos. Jonathan, quien resultó ser sumamente inteligente, perspicaz y gracioso. Jonathan, quien hacía comentarios de forma inteligente en ocasiones; comentarios tontos y burlones en los momentos más indicados.
Jonathan, quien compartía con Ángel la ardua tarea de hacer entender a Mariana algunas situaciones escolares.
Pero ―sí, siempre hay un "pero" ― lo único malo era que las aceras en la pequeña ciudad donde vivían no eran lo suficientemente anchas como para tres personas.
―¡Ángel! ¿Estás sordo acaso? ―preguntó Mariana, quien ya estaba sirviendo algo de soda en tres vasos de cristal. Se encontraba en el comedor, con Jonathan a su lado, vertiendo la comida chatarra en un gran tazón.
Ángel estaba tan absortó en sus pensamientos que no notó la pregunta que le había hecho su mejor amiga.
―Perdón. ¿Qué decías?
Mariana se quejó, pareciendo molesta.
―En serio. A veces no sé hasta dónde viaja ese pensar tuyo. Te pregunté si querías un poco de soda. Dios.
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En tus Brazos
Teen FictionLa vida de una persona con 16 años de edad parece realmente tranquila. ¿No es así? Escuela, tareas, familia, amigos, salidas, video juegos... amor. ¡Esperen! ¡¿Qué, amor?! ¿Algo así como una vida amorosa? ¿Con pareja y todo lo demás incluido? ¿No es...