1.15 «Funeral»

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Un dulce jueves se alzaba tan imponente y bello sobre algunas nubes de algodón blanco. A pesar de que el cielo estuviese casi despejado, el frío no se dejaba inmutar. Los rayos del sol eran cálidos al contacto y las sombras resultaban gélidas bajo los árboles de copas grandes. El pasto se adornaba con gotas de una llovizna nocturna y los salones utilizaban aún luz artificial para poder facilitar la visión de los estudiantes.

Jonathan caminaba solo por el largo pasillo que llevaba hasta su salón. Usualmente, Ángel le acompañaba en ese recorrido cada día; pero hoy era la excepción: al salir de su casa, cerciorándose de que la puerta cerrara correctamente, dirigió su mirada a las ventanas de su vecino: se hallaban cerradas, y apagadas las luces de la sala... lo cual resultaba en extremo raro. Clarissa despertaba muy temprano, seguida de Ángel que necesitaba siempre cepillar sus dientes antes de dejar ser visto fuera de su habitación.

Golpeó la puerta, nadie respondió. Supuso que salieron debido a una emergencia.

Tomó el autobús y sólo se dejó guiar con la música del pequeño reproductor en sus oídos, viendo pasar casas como una inhalación. La grava en la entrada del instituto le saludó sonoramente; el pasillo lo recibió en extremo condescendiente. Y el salón mantenía su puerta abierta.
Las ventanas, cerradas, poco éxito lograban en mantener el frío fuera.

Cada compañero parecía querer desaparecer de allí, acurrucándose en sus asientos ―igual de fríos que las ventanas.

Jonathan caminó hasta el suyo y sin pensarlo dos veces, se sentó.

Joder, cómo congelaban.

《♢》

Mariana no había llegado hasta terminado del receso.

La mayor parte de la mañana, Jonathan estuvo solo. Y esto jamás le había resultado incómodo. Amaba su soledad, y la tomaba como un tiempo para estar consigo mismo. No entendía muy bien, sin embargo, a aquellas personas que detestaban estar solas.

Pero no juzgaba.

Aunque quizá esto ocurría por un malentendido que se encuentra en nosotros y en quienes nos rodean: no saber que estar solo y sentirse solo son dos conceptos completamente diferentes. Sin duda.

Uno puede querer estar solo, alejarse del mundo cierto tiempo y volver después sin demasiada complicación.
Estar solo era una opción en la mente joven de Jonathan. Y como tal, no era buena ni mala. Sólo una opción que toda persona podía tomar en cuanto le placiera.

En cambio, sentirse solo era algo que ocasionalmente no se podía evitar, sólo sucedía sin que se viera venir. Una opresión en el pecho y falta de aire, terrores y vacío en la boca del estómago. Un suceso, una acción o una palabra desencadenaba ese sentir sin previo aviso.

Y pronto se cae a un pozo tan profundo como nuestros miedos.

Se podría estar rodeado de muchas personas, se puede elegir estar solo o acompañado. Pero el sentirte solo no dependía de cuánta gente te acompañaba.

―¿Qué tanto filosofas, Michelín? ―Mariana dejó caer su mochila al piso y se sentó con cuidado, acomodando su cabello―. ¡Maldición, está helado!

Jonathan rió.

―Nada realmente... ¿Por qué llegas tarde?

―No llegué tarde, Jonathan, sino después ―Mariana comenzó a sacar libretas, hurgó en su mochila buscando algo―. Bien, no lo traje.

Se recostó en su banca y, pesadamente, hizo que sus músculos se relajaran y su suéter formara una curva en su vientre.

―¿El qué? ―Jonathan tomó su libreta de Inglés I y un bolígrafo azul.

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