2.1 «Visitas»

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El receso de invierno había pasado con una lentitud relativa.

Tanto Ángel como sus dos mejores amigos habían salido del lugar donde vivían para visitar a familiares: Mariana visitó a su abuela en un pequeño rancho —como cada año—, encontrándose con sus primos y tíos para pasar la navidad y el año nuevo juntos; Jonathan fue con su padre al otro lado de país, donde el frío era sumamente escaso y parecía que el invierno no se atrevía a pisar aquellas tierras; finalmente, Ángel, acompañado de su madre, también visitó a su abuela en aquella hermosa casa de retiro que la animada anciana había elegido por sí misma. Cuando Navidad acabó, fueron directamente con sus abuelos maternos que le llenaban de dulces y quizá demasiada comida.

Se mantenían en contacto por medio de mensajes de textos. Sin embargo, Jonathan tenía esta manía poco usual pero igualmente encantadora de enviarle postales cada vez que podía. Y Mariana lo llevaba al tanto con fotografías de sus salidas familiares.

Justo hoy, su mejor amiga le había enviado una con ella y su hermano Adrián lanzándose a lo que parecía un lago con agua cristalina pero de tono semejante a las esmeraldas. Observó detenidamente la foto con una discreta sonrisa que sólo él sabía que tenía. Al parecer, se habían librado del frío.

En ocasiones, deseaba escapar con Mariana y experimentar aquellas alocadas vacaciones. Pero se detenía al pensar en su madre y lo incómoda que se sentiría. El ritmo que llevaban Clarissa y él en nada se comparaba con el ritmo que seguía la familia de Ana.

Y a pesar de que esta diferencia hacía funcionar la relación entre los dos adolescentes, dudaba en extremo que los adultos, con sus formas de pensar ya cimentadas, se adaptaran fácilmente.

Bloqueó su móvil y lo dejó descansando sobre la encimera para supervisar la pasta que se encontraba en la olla con agua caliente. La tapó de nuevo cuando aseguró que todo estaba bajo control y decidió empezar a preparar la salsa que complementaría el platillo que su madre le había pedido amablemente.

Hoy, la apacible mujer no se encontraba con ánimo para preparar absolutamente nada. Así que Ángel decidió consentirle un poco pues mañana el calendario marcaría «31 de diciembre» con letras amarillas. Las energías que Clarissa acumulaba entrarían entonces a escena.

Habiendo terminado con el perejil, y estando a punto de encender otra parrilla de la estufa, escuchó su nombre ser pronunciado desde el pasillo. Acto seguido, su madre apareció en la cocina con sobres de distintos tamaños.

—Tienes correo, Huracán —Clarissa tomó un rectángulo de papel de la pila y se la alcanzó a su hijo—. Nunca adivinarás quién la envía.

Ángel, realmente inconsciente de sus actos, tomó la postal con una enorme sonrisa. La parte frontal retrataba una atracción típica de feria, la rueda de la fortuna; esta era diferente, sin embargo, sólo por sus dimensiones colosales.

Una flecha apuntaba la parte superior de la rueda y la leyenda «yo estuve aquí, desearía que tú también» aparecía en marcador negro.

Una flecha apuntaba la parte superior de la rueda y la leyenda «yo estuve aquí, desearía que tú también» aparecía en marcador negro

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