Los encuentros furtivos entre mis padres en las sombras del Capitolio dieron lugar a una relación secreta y de su unión prohibida nació una hija, cuyo linaje la situaba en una posición única, atrapada entre dos mundos en conflicto.
Capitolio y Distr...
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Un destello de luz blanca.
La sensación de ser levantada, arrastrada por manos desconocidas.
Varios rostros difusos se movían a mi alrededor, pero no podía distinguir quiénes eran.
Mi mente trataba de aferrarse a la realidad, pero cada vez que me acercaba a la conciencia, el dolor me volvía a arrastrar hacia la oscuridad.
Sabía que algo andaba mal.
Volví a abrir los ojos brevemente, y esta vez, pude ver más claro.
Estaba en una camilla, en lo que parecía ser un aerodeslizador.
Pero no era uno de mi padre.
El interior estaba decorado con el lujo y la frialdad característicos del Capitolio. Tragué saliva, sintiendo el sabor metálico de la sangre en mi boca. Intenté moverme, pero mis brazos y piernas estaban atados.
- No... -murmuré, pero mi voz apenas fue un susurro.
En mi mente, gritaba el nombre de Finnick. Sabía que si él estuviera aquí, me sacaría de este lugar. Me liberaría de lo que estaba por venir.
Pero él no estaba.
En cambio, el aerodeslizador del Capitolio me llevaba a un destino que conocía demasiado bien.
Al otro lado de la camilla, pude distinguir a Peeta, inconsciente, con el rostro pálido y lleno de heridas. Su respiración era lenta, y su cuerpo yacía inmóvil. A su lado, Johanna también estaba ahí, atada, con la mandíbula tensa y el ceño fruncido incluso mientras dormía y junto a ella Augustus Braun, con un montón de cables y cosas conectadas a su cuerpo.
Intenté luchar contra mis ataduras, pero mi cuerpo estaba demasiado débil. La sedación se filtraba lentamente a través de mis venas, haciéndome sentir cada vez más pesada, más distante.
Lo último que recordé antes de caer completamente en la inconsciencia fue la sensación helada de derrota.
