Las vueltas de la vida nunca son lo que parecen.
Andrea es una ex convicta con un pasado difícil, a quien le toca hacer horas comunitarias como acompañante terapéutica en un centro de investigación que pertenece al Ministerio de Ciencia, Tecnología...
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Todos los días despierto a las siete de la mañana, ni un minuto más ni un minuto menos. Annalisse me envía a darme una ducha caliente mientras prepara el desayuno. Sólo me permite "jugar con el agua" media hora y luego debo estar presentable antes de las ocho.
A veces, el Padre Juan y Pamela se suman a nuestra comida. Son pocas las ocasiones en las que puedo hablar de algo que se remonte a la universidad, ahora es el Padre Juan quien se encarga de mis progresos escolares.
Luego del desayuno, las visitas se marchan y me quedo a solas con Annalisse quien me ha hecho un itinerario detallado de todo lo que puedo hacer para mantener la mente ocupada.
No, no es joda.
Ha hecho traer una caminadora eléctrica y un par de instrumentos "del terror" que son para que desarrolle una buena masa muscular. Debo hacer colaciones cada dos horas y no hay manera de que pueda convencerla de que me siento llena. De hecho, las prepara mientras mide mi capacidad cardíaca, respiración y demás cosas que ya ni me gasto en retener en la memoria.
Terminada el martirio matutino, comienza el entrenamiento más pesado que es el baile. Me está enseñando danza clásica, jazz y contemporáneo. Puedo asegurar que es sumamente estricta y sólo frena cuando nota que mi corazón se vuelve errático.
Tengo media hora para darme una ducha y sacarme todo el cansancio. Almorzamos algo bastante sustancioso, comenzó a animarse a comer platos más elaborados. Ha dejado la carne humana en su totalidad.
Luego de comer, debo lavar los platos y acomodar todo. Annalisse se encarga de dejar varias tareas manuales mientras me vigila peor que un águila. Joder, si hasta he dominado el arte de hacer velas aromáticas con varios productos que se hacen dentro del laboratorio.
A eso de las dos o tres de la tarde, debo dormir la siesta. Sí, como los nenes chiquitos, debo descansar. Así que me tiro en su cama que ahora es enorme y, en menos de lo que canta el gallo, sucumbo a la seducción del agotamiento.
Me levanta a las cinco o seis de la tarde, dependiendo de la hora a la que me acueste. Meriendo algo rico, siempre me hace traer las cosas más deliciosas de la cafetería y, si no hay, las encarga y nadie puede negarse a sus órdenes de reina.
A la tarde, me entretiene con otras cosas bastante interesantes como hornear pan. Sí, el cliché de la cuarentena y de las casas para rehabilitación de drogadictos. Empero, debo decir que la pastelería se me da bastante bien.
A veces, cambiamos y me enseña a tocar la guitarra los lunes y los miércoles, piano los martes y jueves y viernes, sábados y domingo, violín. Sí, pueden reírse de mi desgracia, pero juro que se trajo un piano de cola para también darme lecciones y, hasta esta instancia creo que voy bastante bien.
No obstante...
Tenerla a pocos centímetros de mi cuerpo hace que le pifie a todo.
Digo, si bien ya me cansé que quejarme por cómo me tiene de acá para allá como si fuera partícipe del Plan Cóndor ―perdón por la turbia referencia, pero me siento así ―, las cosas se vuelven demasiado complicadas para mi inútil cerebro cuando respira directamente en la nuca. Y ni hablar del jodido hecho de que usa ropas DEMASIADO escotadas y muy reveladoras que transforman mi casi aplacada libido en una masa irrefrenable. Lo juro, intento que los ojos no se me vayan más allá de lo normal o no contestarle alguna guarrería, pero es casi imposible.