Si alguien me pregunta qué más ha pasado en los meses que estuve fuera de combate, la verdad es que no tengo ni la más puta idea.
Por lo que pude preguntar en los pasillos, sí ha ocurrido bastante fuera. Se recrudecieron algunas medidas mientras los contagios explotaban por los aires; la economía decayó casi hasta llegar a cuando yo nací, la gente está hartándose del encierro y otros comienzan a amotinarse para salir y se llevan por encima los controles que, según ellos, jamás existieron. Que clases virtuales, que no hay conectividad, que las escuelas siguen cerradas y que Europa está mejorando y hay más libertad que en "este país de mierda con la cuarentena más larga del mundo..."
Claro, estas son palabras de personas que no tienen idea de lo que realmente pasa en otros países, pero necesitan repetir como loros acéfalos porque todos los seres humanos precisan de algo incoherente en qué creer.
Mientras tanto, en el laboratorio, no he sabido más que aquello que vi por última vez antes de cerrar los ojos. Caos, sangre, gritos, la cabeza de una persona muy querida que rodó por los pasillos como si se tratase de una bola de bolos, la desesperación de una chica que estaba conmigo, los últimos pensamientos que me acosaron sobre que debía encontrar a una tal Pamela y llevármela de una vez por todas al igual que a otra joven, Pilar, a quien consideraba como mi familia.
La verdad es que creí que iba a ser para siempre, que al fin había tocado fondo y que ya no habría manera de traerme a la vida.
No obstante, un día cualquiera de diciembre, mis ojos volvieron a abrirse casi por arte de magia y me encontré en una habitación de paredes pulidas, blancas y bien cuidadas. Respiré con dificultad, el cuerpo me dolía como la puta que me parió y apenas aguantaba siquiera el simple movimiento de las pestañas. Me quedé cavilando qué causaba tanto dolor, pero no tuve respuesta.
Tuve frío, mucho frío.
Me sentí como una cría de cabra recién nacida.
Alguien se acercó para ponerme una manta abrigada y respiré con más tranquilidad. Me quedé en el lugar, helada del dolor, del terror que me generaba siquiera agitar un poco mi cabeza y los recuerdos que ya eran una masa amorfa.
Los brazos, las manos, las piernas; todo me ardía. Lo único que parecía más o menos movible era mi estómago, pero no es que podía ir arrastrándome por los pasillos, ¿no?
Un hombre de bata bien impecable se acercó para agregar algo en mi brazo, pero no supe qué era. Se dio cuenta de mi cara horrorizada, así que me sonrió de manera fable y se quitó el casco protector.
―Es un calmante, Andrea. Vas a estar bien... esperá un poco más. ―su voz sonaba gentil, tranquila y esa mirada roja como sangre, volvió a sonreír.
Por más que hubiera intentado hablar, lo único que sé es que mis ojos dieron una vuelta carnero increíble y volví a quedar dormida de nueva cuenta.
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𝐴𝑛𝑛𝑎/𝑒/𝑙𝑖𝑠𝑠𝑒
Science FictionLas vueltas de la vida nunca son lo que parecen. Andrea es una ex convicta con un pasado difícil, a quien le toca hacer horas comunitarias como acompañante terapéutica en un centro de investigación que pertenece al Ministerio de Ciencia, Tecnología...