Epílogo

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Mensajera de la muerte

Violett

Escucho los gritos ensordecedores, la multitud histérica y el conteo regresivo.

Espero que llamen a mi nombre, y camino entre los gritos victoriosos.

Aún lo recuerdo, recuerdo su cara de decepción, pero no me arrepiento de haber tomado las decisiones que tomé.

—¡En esta esquina! —gritan —Una fiera casi de dos metros, el hombre que ha matado a más personas en esta jaula, y que puede triturar huesos con una sola mano. ¡Tenemos a Pantera! —presentan al hombre gigante, una masa de músculos y poder, su cabello está corto, y en su pecho hay cicatrices. Su rostro se pone rojo con los gritos que le lanza al público, esperando que lo adulen.

Se llama pantera, pero su piel es pálida, su cabello es rojo y bigote también. Mal dejarse el bigote para este tipo de situaciones.

—¡Y en esta otra! —continúa hablando el pequeño hombre — Una mezcla entre sensualidad y letalidad, apenas empezó en esta jaula hace un mes, pero no ha perdido ninguna pelea desde que inició. Es nueva, pero no ingenua, y la que todos han estado esperando — se le corta la voz y el publico grita con más fuerza —¡La mensajera de la muerte!

El lugar se queda en silencio, esperando a que me quite la capucha.

Los segundos pasan, y la retiro permitiendo que la luz de los reflectores ilumine mi rostro, y mi cabello corto sale a relucir.

Me quito por completo la bata dejando ver todos mis tatuajes, que van por el lado izquierdo de mi abdomen hasta cubrir todo mi brazo del mismo lado. En tanto la multitud empieza a gritar de manera desenfrenada, yo verifico que mis pies y manos estén correctamente vendadas.

—¿Esto es una pelea o un club de cocina? — el que llaman pantera, se empieza a reír de su propio chiste, haciendo que todos sus seguidores también se rían —No mato mujeres —continúa hablando.

—No la subestimes — le advierte el hombre que estaba gritando segundos antes nuestros nombres —Lleva un mes viniendo todas las noches, veintinueve noches en total y veintinueve muertos bajo su mano.

Pantera no se toma en serio sus palabras, simplemente continúa riéndose, y haciendo chistes para que la multitud me abuchee.

Analizo su cuerpo, pura masa, así que debe serle difícil moverse con agilidad. Estudio sus manos, si me dejo agarrar me rompería un hueso solo usando su pulgar.

—Es hora de empezar —habla otra vez el hombre —. Ya saben las reglas, una vez la puerta se cierre, solo uno puede salir— me coloco el protector bucal, porque si hay algo que no quiero perder son los dientes, pero de ahí ya me han roto más huesos de los que si quiera tengo.

—Con toda esta mierda de igualdad de género, me va a tocar matarte — tengo que mirar hacía arriba para verle la cara —Espero no me acusen de femicidio.

Escupe en mi rostro y solo levanto mi mano para limpiarme, esperando que se cierren las puertas y que la campana suene.

Hay sitios de peleas clandestinas en todo el mundo, todas con un nombre diferente, y todas con el mismo fin: matar y dinero. Yo solo vengo por la primera.

Se llama "La jaula" porque es una de metal reforzado, que no se abre hasta que uno de los dos deja de respirar, sin importar cuanto supliques o te rindas. Una vez entras tienes dos opciones: matas o mueres. Y yo no vine a morir.

No después de tres años.

La campana suena dando inicio a la pelea, apago mis emociones de nuevo, algo que con el tiempo ya se hizo mucho más fácil.

«¿Me toca?» -Dis

La llamé así porque es el nombre de un demonio, y es lo que ella representa.

Pantera viene directo hacía mí con todo su peso, espera ganar la pelea rápido.

Apenas se inclina para agarrarme, golpeo su cuello y lo dejo sin aire. Enseguida pateo sus costillas, y vuelvo a patear su rostro con tanta fuerza que hago que uno de sus dientes vuele.

Como dije antes, es pesado y cada paso que da para atacarme lo puedo esquivar. Hasta que logra agarrarme la pierna y me estrella contra el suelo, haciendo que mis oídos zumben.

Cuando veo que planea tirárseme encima, ruedo a un costado esquivando su golpe, y me levanto con rapidez.

«Basta de juegos» -Dis

Necesitaba averiguar sus puntos débiles, y ya lo hice. Tiene una cicatriz en el brazo eso significa un hueso roto que necesitó cirugía, su hombro también ha estado lesionado.

Con ese conocimiento espero que venga a por mí, y en el segundo que lo hace me desvío por su espalda, y golpeo su brazo, pero un simple golpe no hará caer a una bestia de su tamaño, así que golpeo sus rodillas y apenas toca el suelo me apodero de su garganta, pero no para asfixiarlo como todos creen, sino para golpear y poder terminar de desviar su hombro lesionado.

Cuando escucho el crack sé que lo he logrado, pero una bestia enfurecida me logra agarrar de la cabeza y conectar su puño directo a mi rostro.

Logro esquivar el segundo, pero con el primero fue suficiente para dejarme preguntando cuantas estrellas veo.

Se acerca hasta mí y ya no usa su lado izquierdo. Me voy por ese lado y golpeo su nariz sacando sangre, por cierto, yo también estoy botando sangre y mucha. Cada segundo que pasa es un segundo que desperdicio para ganarle.

Vuelvo a rodear su cuerpo y golpeo de nuevo el punto lesionado de su brazo, que sigue sin ceder. Su mano intenta tomarme y la evito, pero eso me hace trastabillar y caer de culo. Error garrafal, en esta situación.

Lo siguiente que siento es su mano en mi cabello y su puño en mi cara. Siempre lo mismo, cabello y cara, por eso me lo corté.

Junto toda mi fuerza y conecto mi cabeza con su ceja y luego meto mis pulgares en sus ojos hasta que grita y la sangre sale, se retuerce tratando de quitarme de encima, pero me he subido sobre sus hombros enganchándome con fuerza.

Lo hago caer, y ya está ciego. Los gritos y vítores aumentan, tengo que pasarme la mano por mi propio rostro empañado de sangre para que no me nuble, y me acerco hasta él.

—Dile al diablo, que la mensajera de la muerte le envía otro compañero — golpeo su tráquea cientos de veces hasta que ya no respira.

Los hombres grandes como él, solo tienen un punto débil, y esa es su garganta, porque es el único lugar que no pueden cubrir con músculo.

La puerta se abre, y alguien corre hasta él, para verificar sus signos, algo que ya hice yo.

Me levanto como puedo, y alzan mi mano en victoria.

—¡La mensajera de la muerte con ustedes! — grita el hombre, y la multitud se vuelve loca.

No me tomo la molestia de alimentar su morbo con palabras y gritos para que me adulen, yo no hago esto por ellos.

Yo ya no soy Doctora, hace tres años dejé de serlo. Hace tres años, deje de sentir. Hace tres años murió Violett Williams, y ahora solo hay esto.

Soy un ángel sin alas, un demonio errante, un ser que ha matado más de lo que ha salvado. Yo ya no soy una persona. Yo soy...

Soy la mensajera de la muerte. 

 

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