9-Es mi casa

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Arthur no me había dado mucho tiempo, ya mañana tendría que mudarme a su mansión. Fácilmente, él podría vivir en el palacio real, pero prefirió tomar la mansión Lancaster con más de quinientos años de antigüedad.

En la época en que fue construida, los Lancaster no eran más que una familia noble como cualquier otra, en cambio, no de la realeza. Esto fue así hasta que el jefe de la familia en ese entonces decidió causar una revuelta en la que el anterior rey terminó muerto y él tomó su lugar en el trono, iniciando así, el reinado de Arthur Lancaster I. Esto dejó una línea sucesoria caída, y se formó una nueva.

La mansión seguía en pie, intacta, sin ningún daño. El problema estaba en que ahora yo tendría que vivir allí, con Arthur, un grave problema. Se podría decir que éramos dos personas capaces de poner de cabeza esa mansión.

Como me quedaba poco tiempo antes de mudarme, decidí pasar un rato con cada miembro de mi familia. Primero, Lucía.

—Hija, no es que me moleste tu presencia...

—¿Pero?

—Pero, ¿pretendes seguirme todo el día?

Quería conocer su agenda y saber lo que solía hacer en el día, así que me dispuse a acompañarla. Sus mañanas solían ser bastante tranquilas, por no llamarlas aburridas. Después de levantarse y cumplir con su aseo personal, una vez vestida bajaba a desayunar en familia. Luego iba al salón y se sentaba a leer un poco de todo, en su mayoría, historia. Muy rara vez salía de casa, pero hoy, estábamos en la capital comprando algunas cosas.

—Por supuesto que no madre, solo quiero pasar un poco de tiempo contigo —Me aferré a su brazo y juntas recorrimos el mercado.

La ciudad estaba tranquila, pensé que al estar en un lugar como un mercado rural habría mucho alboroto y gente por todos lados, en cambio, estaba muy calmado. Compramos unas especies y regresamos en carruaje a casa, justo a tiempo para el almuerzo.

Más tarde, luego de haber comido hasta saciarme, fui a hacerle compañía al segundo miembro de la familia, Aland.

No estaba en casa, por lo que tuve que visitarlo a su taller. Se encontraba detrás de casa, era el sitio en que pasaba la mayoría del tiempo fabricando sus famosas espadas.

—¿Puedo pasar? —Toqué la puerta una vez estuve enfrente.

—Claro, hija mía —Abrí la puerta y entré—. Solo cierra la puerta, la brisa me va a apagar el fuego.

Hice lo que me indicó y lo observé trabajar. Sostenía un pedazo de acero, lo calentaba hasta que se pusiera colorado, luego lo metía al agua y al final lo golpeaba con un mazo para darle forma.

El lugar estaba un poco oscuro, pero el fuego del horno iluminaba lo suficiente para que pudiera apreciar la variedad de armas blancas que había.

—¿Tú las hiciste todas, padre? —pregunté rozando el filo de una.

—Así es —Permaneció concentrado en lo suyo.

Estando a su lado por un par de horas más, presencié el arduo proceso de convertir el simple acero en una filosa espada.

—Tengo algo para ti —Buscó entre sus cosas y sacó algo envuelto en un paño viejo.

—¿Qué es? —Lo miré con curiosidad.

—Una daga —Quitó el paño que la cubría y me la dio.

—¿Por qué me das una daga?

—Como ya no vas a estar en casa, pensé que deberías cuidarte —Se rascó la cabeza, algo nervioso—. Digo, si el duque te causa problemas solo clávasela en el corazón.

Vivir por siempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora