28-Víboras

847 203 158
                                    


Arthur

—Yo iré por mi lado —dije antes de echar a andar mi caballo. Ya había tenido mucho de Uriel en estos últimos días, solo quería echarme debajo de algún árbol o escapar de este lugar.

A medida en que avanzaba a la cima de la montaña me topé con un montón de huellas de herraduras. No las seguí, aunque podrían ser de Atenea, pero también podría ser de Uriel o Trea, y yo no estaba por estresarme hoy.

Iba a paso lento sosteniendo las riendas del caballo, casi adormecido por culpa del aburrimiento, mis parpados se volvieron pesados y me caí.

—¡Mierda! —No podía ser peor, caí en un pequeño charco de agua—. ¿Y tú por qué no avisas? —reprocharle a un caballo no era de las cosas más coherentes que se me pudieron haber ocurrido.

Exprimí parte de mi ropa para escurrir el agua helada y continué mi camino. Después de todo un día moviéndome por el paraje encontré una cueva oscura casi en el pico de la montaña. Decidí subir y adentrarme en ella, estaba completamente oscura. Salí para crear algo que me permitiese alumbrar, para ello corté una rama y le envolví un pedazo de tela, la remojé en un poco de aceite que cargaba entre mis provisiones y con ayuda de un cerillo obtuve una improvisada antorcha.

Entré nuevamente, pero lo que vi allí causó que me arrepintiera hasta de haber dado el primer paso. Eran tan negras que se camuflaban perfectamente en la oscuridad. No hicieron ruido alguno la primera vez que entré y por eso no noté su presencia, sin embargo, justo ahora podía escuchar como se arrastraban, no sobre el suelo, sino por mis piernas hasta subir a mi espalda.

No me moví ni un poco, saqué mi espada lo más lento posible para que ellas no se alteraran y me mordieran. Eran tan pesadas por lo que supuse que no debían ser tan rápidas. Cuando giré e iluminé el espacio con la antorcha se echaron hacia atrás, entonces las vi.

Malditas serpientes.

No una ni dos, más de diez, entrelazadas entre sí formando un nudo. Sus pequeños ojos amarillentos que se clavaban sobre mí las hacía aparentar como si llevaran años sin comer, esperando por una presa.

—Lástima, se quedarán hambrientas —Porque su comida no sería yo.

Empuñé la espada con mi única mano libre y pensé en que si me movía muy lento ellas no saltarían sobre mí, pero quizá tardaría demasiado. En cambio, si mis movimientos fuesen rápidos, estas se me lanzarían antes de que acabara con todas.

Di unos pasos hacia atrás tratando de salir en salir de ahí.

—Qué astutas —se arrastraron por el suelo y me rodearon. Lanzaban sus cabezas tratando de morderme simulando estocadas. Eran demasiadas, si tan solo tuviese dos espadas.

«¡Lo tengo!».

—Bien niñas, hora de dormir —Inmovilicé las que me quedaban en frente cegándolas con el fuego de la antorcha. Separé las cabezas de los cuerpos de aquellas que intentaban subir por mis piernas, aún seguían removiéndose en el suelo a pesar de ya no tener esa extremidad. Volteé hacia delante y las que dejé cegadas ya no estaban—. ¡¿Dónde?! —Eran muy rápidas, se escurrieron por las húmedas paredes de la cueva y se quedaron arriba. Únicamente quedaban cuatro, las sujeté por sus colas, lo que fue un grave error debido a que me mordieron las manos, provocando que las soltara de golpe—, malditas, hijas de... —Sentí una fuerte sensación de dolor en las mordidas que causó que me callara.

—No me digas, te vencieron unas simples serpientes —Uriel se ocupó de las cuatro que quedaban.

—¿Qué haces? —Hice una mueca de dolor por las terribles punzadas que sentía en los antebrazos.

Vivir por siempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora