30-Maldito seas

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Caminé en dirección hacia la mesa que me indicaron, con más enojo que miedo, disfrazado por una falsa sonrisa. Traté de mantenerme firme a pesar de que podía sentir la penetrante mirada de Marco Miller sobre mí.

El salón estaba lleno de personas —en su mayoría hombres trajeados de negro, acompañados por mujeres con cargados vestidos y joyas— conversando plácidamente.

—Buenas noches, caballeros —Saludé con una leve reverencia al grupo de hombres que jugaba a las cartas en una mesa redonda. La mayoría me ignoró y continuó con el juego, casi todos a excepción de un señor.

—¿A qué se debe la presencia de tan despampanante mujer? —cuestionó el hombre de apariencia mayor al resto.

—Ando en busca de buena compañía, ¿puedo sentarme?

—No lo puedo creer —Habló esta vez otro hombre, de aspecto sombrío y con varias cicatrices en el rostro—. ¿Desde cuándo las mujeres son tan osadas como para dirigirse así ante los hombres?

No dije nada y solo le miré fijamente a los ojos, tenía ganas de hacerle tragar sus palabras aunque solo me limité a sonreír.

—Vamos hombre, no ves que es una mujer hermosa, permítele sentarse —sugirió el señor que se encontraba a su derecha, mismo que no paraba de escanearme con la mirada.

Terminé por tomar asiento, que quedé frente a frente con mi objetivo. El señor de traje azul, que resalta entre los demás que vestían de negro. No era tan mayor como ellos, no ha de pasar de los treinta.

—Ando en busca de caballeros sabios, ustedes por ejemplo.

—Está en el lugar adecuado —respondió el vejete que me había dirigido la palabra primero. Me brindó una copa de vino por lo que me vi obligada a tomarla, su asquerosa mirada no se despegó ni un segundo de mi busto ligeramente descubierto.

—¿Apuestan? —inquirí mostrando una pícara sonrisa.

—Hoy solo jugamos por diversión —dijo mi azul objetivo, al cual comencé a llamar Azul de ahí en adelante.

—¿En serio?, es una lástima —Agité suavemente mi copa haciendo danzar el vino dentro de ella. Para luego proceder a olerlo y darle un trago. Todos en la mesa me observaban cada uno de mis movimientos con suma atención—. Tenía una buena oferta que hacerles.

—¿Qué propone? —cuestionó Azul.

—Tienen barajas, dinero y buen ambiente —Asintieron con la cabeza—, únicamente falta un premio, ¿no? —Sus miradas estaban llenas de curiosidad e intriga—. Yo seré ese premio.

—¿A qué se refiere?

—Una noche conmigo al ganador —Crucé las piernas y me incliné hacia delante poniendo mis codos sobre la mesa y llevando una mano mi mentón. Estos se limitaron a sonreír y sin decir más, comenzaron a jugar.

Solo una de aquellas sonrisas robó mi atención, la que trató de esconder mi azul objetivo al notar que lo observaba.

Eran seis hombres en total, y al cabo de una hora quedaban a penas dos. Los demás perdieron tanto que no tenían nada más que apostar. La mesa se encontraba llena de monedas, relojes y otras prendas de valor.

Los dos que quedaban, eran el señor pelinegro de traje azul y el viejo canoso a mi lado que no había dejado de tocar mi pierna desde hace más de media hora.

Aparté la mirada del juego por un momento e intenté buscar a Marco con la mirada. Y sin mucho esfuerzo lo encontré, estaba allí parado al pie de la escalera, recostado de un barandal. Era de admitir que este hombre poseía una figura imponente. Me exalté cuando nuestras miradas se cruzaron por unos segundos, perola desvié rápidamente al juego. El cual, gracias a Dios, había terminado

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