22-Tentaciones

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Ninguno de los dos tenía intención de parar.

—Arthur será mejor que nos retiremos —sugerí en voz baja, aunque fui ignorada por completo y ellos continuaron cruzando feas miradas.

—Aunque seas mi hermano, como rey no puedo perdonar una falta tuya —rompió el silencio que inundaba el lugar.

—Entonces actúa como tal y cuida las palabras que salen de tu boca. No creas que me importa tener todo un reino en contra.

—Ya basta, no quiero que se peleen entre ustedes —interrumpió Trea, y por primera vez, concordábamos en algo—. Solo quiero una disculpa de parte de esta mujer.

—¿Por qué debería?, fue usted quien me ofendió primero —dije indignada.

—Es una simple disculpa, ¿ni eso puede hacer?

—No es que no pueda, solo no me apetece.

—Además, no deberías disculparte cuando la culpa no es tuya —Arthur me miró y sonrió.

—¿Dices que la culpa es de Trea? —inquirió Uriel.

—No asumas palabras que no salieron de mi boca.

Ya me estaba cansando de como se estaba tornando el ambiente. Los intentos de Trea por calmarlos no hicieron más que empeorar, y en el caso hipotético de que esos dos se agarraran a golpes, dudo que alguien de los presentes tenga el valor de intervenir.

—Sé la manera perfecta para resolver esto —exclamó la señora que venía acercándose a paso lento hacia nosotros—. Que sea un duelo —terminó agregar Agnes.

—¿Tía estás demente?, sabes que ganaría muy fácil —declaró Arthur lleno de confianza.

—No te confíes demasiado hermano, podría costarte más de lo que crees.

—Es por eso que no será un duelo normal —Todos la observamos confundidos—, será en parejas —Una extraña sonrisa formó parte de su arrugado semblante.

—¿Parejas?

—Así es lady Forest. En lo más alto de la montaña Antenara, dicen que se encuentra una gran bestia, quienes logren traer su cabeza serán los ganadores.

Eso sonó a cuento para niños, era algo absurdo, ¿realmente existía tal cosa?

—¿Cómo nos va a poner a buscar algo de lo que no está segura si existe? —mencioné confundida.

—Es real, jovencita. Eso lo sé muy bien —me guiñó el ojo y sonrió por lo bajo, definitivamente era una mujer muy extraña.

—Disculpe, acaba de decir montaña, ¿dónde hay árboles, tierra, bichos y esas cosas? —Trea no quitaba esa cara de asco.

La anciana no le respondió y se marchó.

—¿Dentro de dos días te parece bien? —inquirió Uriel.

—Perfecto —respondió Arthur entusiasmado.

—¿Nos vamos? —pregunté pegándome a su brazo y este asintió con la cabeza—. Necesitaré un arco y una espada —exclamé con emoción, esto sería algo divertido después de todo.

—Todo lo que pidas será tuyo —Nos dimos la vuelta y juntos nos dirigimos hacia la enorme puerta del castillo.

—Odio la suciedad, ¡no quiero ir! —Escuché a Trea quejarse antes de que termináramos de salir.

Estaba tan cansada, que cuando regresamos a la mansión lo primero que hice fue darme un relajante baño de agua tibia. Después me puse un vestido rosa traslúcido y até mi cabello con un listón del mismo color.

Vivir por siempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora