Arleth- 23 de septiembre 1840
—Por último, debe recordar que el continente se encuentra dividido en tres partes: El reino de Lofelia al norte, el reino de Arleth al este y todo oeste y sur le pertenecen al imperio Agritche.
—Entiendo, puedes retirarte.
Me encontraba en una de las tantas lecciones que me atormentaban cada día desde que llegué aquí. Entre danza, historia y geografía no sabría decir cuál odiaba más.
—Me despido —Hizo una leve reverencia y salió del aposento.
Desde que un abrí los ojos en este lugar no he tenido descanso. Para los demás me había ido a dormir y desperté confundida sin recordar nada, por eso me hacían tomar lecciones en casa. Pero, para mí, esto era un mundo totalmente diferente al que solía habitar.
«No sé cuándo me acostumbraré a esto», pero que más da. Tenía que fingir pertenecer a esta época y pasar desapercibida sin causar alboroto. Después de todo no podía ser tan malo, al menos seguía con vida.
Caminé hacia mi peinador y me observé en el espejo como por sexta vez ya, no podía creerlo, como es que mi apariencia había cambiado tanto. Antes mi cabello era negro y ahora poseía una hermosa cabellera plateada. Y mis ojos estaban más verdes de lo que solían ser.
Este sitio era muy distinto al mundo real, se veía más antiguo como en la época en que los castillos y reyes eran comunes. Las mujeres llevaban pomposos vestidos, corsés y crinolinas. Mientras que los hombres usaban camisas de lino con cuellos bajos y pantalones largos, en lugar las corbatas largas que yo solía conocer, estos usaban un pañuelo anudado sobre el cuello.
—Ama, es hora del almuerzo —Una criada llamó a la puerta sacándome de mis pensamientos.
—Bajaré en un momento —Avisé acomodando un poco mi vestido, aunque lo odiara.
¿Por qué todos los vestidos que tenía eran tan cargados? ¿A las mujeres de aquí no les daba calor? No entendía cómo podía andar con tanta cosa puesta, me sentía como un mantel de alguna fea mesa.
—Buenos días —Saludé a mi nueva familia mientras bajaba las escaleras y ellos me devolvieron el saludo. Terminé de acercarme más al comedor, donde estaban todos rodeando esa enorme mesa llena de todo tipo de comida. Cada día era igual, lo consideraba un desperdicio, era demasiada comida para solo cuatro personas.
—Hermana, ¡ya tengo un plan para hacerme muy rico! —vociferó antes de llevarse un trozo de pastel a la boca.
En el libro Atenea tenía un hermano llamado Robert. Era muy carismático, a pesar de no tener mucha participación en la obra su personaje me agradaba. Pero nunca imaginé que terminaría viviendo con él, y que me llamara hermana.
Aunque solo tenía diez años, gozaba de una gran imaginación. Era ambicioso, pues amaba el dinero y siempre estaba hablando sobre como hacerse cada vez más rico. De apariencia, bueno, digamos que era un poco alto para su edad, tenía el pelo castaño al igual que sus padres. Heredó ojos verdes como su madre y su hermana Atenea.
—¿De verdad?, cuéntame más —Tomé haciendo en la silla al lado suyo.
—Me volveré caballero, escalaré puestos hasta lograr pertenecer a la guardia real y cuando esté haciendo turnos para cuidar al rey, lo mataré y me quedaré con su fortuna.
Sí... No era muy inteligente que digamos.
—Robert, ¿qué te he dicho sobre hablar con la boca llena? —Lo reprendió su madre. Lucía, la amorosa madre de Atenea. No obstante, según lo que alcancé a leer, también poseía un lado bastante cruel y no se dejaba ofender por cualquiera. Era muy hermosa, y se veía muy joven para su edad.
—Querida, deja que los niños se diviertan —Aland Fletcher, cabeza de la familia y gran espadero. Antes solía ser un pobre más del montón de plebeyos, pero gracias a su ingenio y habilidad para los negocios logró obtener el título de "barón" y hacerse bastante rico. Un excelente cazador y experto en todo tipo de armas. Además de que era muy apuesto y alto, de ojos oscuros y cabello canoso.
Los títulos normalmente eran heredados, no obstante, se dice que una vez él fabricó una espada tan majestuosa que el rey quiso comprarla. Quedó tan encantando con el resultado que lo nombró barón.
Esta era una familia casi perfecta, lástima que yo no sea su verdadera hija. Solo era una simple lectora, que por azares del destino terminó interviniendo en esta historia.
En resumen, la familia Fletcher eran personas maravillosas, no tan aceptados por la sociedad, la cual los denigraba por hacerse ricos de esa manera, en lugar de heredar una fortuna de sus padres como todos los nobles actualmente. Rara vez eran invitados a bailes o fiestas de la alta sociedad, mucha gente seguía tratándolos como plebeyos. Lo cual en realidad no me molestaba, me gustaba tener dinero. Regresé de la muerte y mi nueva vida estaba llena de lujos, si hubiese sabido que terminaría así me habría lanzado de un puente antes.
¿Todo suena perfecto, no? Lo sería si tan solo Atenea Fletcher fuese una persona normal, pero en esta historia, ella ocupaba el papel de un personaje secundario cuya una única función era morir.
—No puedo permitirlo —Golpeé la mesa saliendo del trance en el que me habían metido mis pensamientos.
—Hija, ¿te encuentras bien? —preguntó Lucía.
—No es nada madre, todo está bien —Sonreí nerviosa.
Y para que los protagonistas se reunieran, Atenea debía morir.
Ella sí, pero yo no.
«No me puedo dar el lujo de morir otra vez».
No todavía.
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Aquí el primer capítulo, ¡iniciemos esta aventura!
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Vivir por siempre
RomansaTodos hemos escuchado alguna vez esa frase que decía que los libros tenían el poder de transportarnos hacia otras realidades posibles, nos hacían viajar entre mundos percibiendo la vida de mil maneras distintas. Que: "Un lector vive mil vidas antes...