Atenea
De un momento a otro la habitación se vio inundada de un repentino silencio. Unos cálidos y fuertes brazos me rodearon manteniéndome cautiva.
—¡¿Qué! —Giré levemente la cabeza y miré hacia atrás topándome con aquellos oscuros ojos cafés.
No me había percatado de la presencia hasta que lo tuve así de cerca. Sin comprender la razón por la que me abrazaba, y sin quererlo, una leve sonrisa se formó en mis labios.
—Quedémonos así un rato —Su susurrante y desgarrada voz hizo que me estremeciera.
Me pegó a su cuerpo con delicadeza —quizá por temor a lastimar alguna de mis heridas—, luego hundió su cabeza en el hueco entre mi cuello y hombro. Sentía su calmada respiración chocar contra mi piel expuesta.
Estar entre sus brazos se sentía ligeramente bien, de alguna extraña manera su aroma y calidez me resultaban reconfortantes. Llevábamos mucho tiempo en esa posición, estaba de pie por más de quince minutos sin cansarme. Él no dijo nada en todo el momento y yo imité su acción de silencio para no incomodar.
Me exalté al sentir una tibia gota deslizarse lentamente por la piel desnuda de mi espalda.
—Arthur, ¿estás...?
Preferí guardar silencio y dejar la pregunta en el aire. De por sí era un poco inusual que él me estuviese abrazando de esta manera, era la primera vez que lo hacía, y más extraño sería que llorase al abrazarme. Aunque no debía juzgar sin antes conocer sus motivos. Tuvo una vida difícil, quizá le recordé a alguien.
—No —No esperaba su respuesta y la obtuve.
—¿Entonces qué fue eso?
—Babas, me estaba durmiendo —Quiso bromear, pero yo sabía que mentía. Para evitar hacer de la situación más incómoda le seguí el juego.
—Es asqueroso, apártate de mí —Lo empujé haciéndolo caer de espaldas sobre la cama.
—No terminé de poner el collar —Se sentó en la cama y mostró el collar de perlas que traía entre manos
—Ya no lo quiero —mentí, era hermoso.
—Ven aquí, quiero ponértelo —Haló mi brazo e hizo que me sentara a su lado.
—Está bien —Le di la espalda. Rozó mi piel con sus fríos dedos al apartar mi cabello. Estaba tan cerca que podía sentir su cálida respiración en mi nuca. ¿Qué estaba haciendo? Percibí el roce de su nariz por todo mi cuello, lo hizo lentamente hasta bajar y detenerse en mis hombros. Si continuaba de esa manera podría acabar con todo mi perfume. Vi como pasaba los extremos del collar de una mano a la otra para luego dejarlo colgado a mi cuello y continuar acabando con mi aroma—. Arthur... —Se detuvo, más no se apartó por completo.
—¿Sí?
—¿Por qué me estás olfateando?
—Tu dulce aroma calma mi alma, y en consecuencia enloquece mi ser —Sonrió con picardía y besó mi cuello.
—¿Qué estás haciendo? —cuestioné exaltada— Sabes que no puedes...
—Ah, ese maldito contrato —Se dejó caer de espalda sobre la cama y cruzó los bazos tras su cabeza.
—Además, podrías dejarme marca —Observé mi cuello frente al espejo revisando que no hubiese marca alguna.
—¿Tu novio el violinista se va a molestar? —dijo risueño.
—Sí, quedé de verme con él una de estas tardes —Seguí su infantil juego.
—¿Quedaron en tus sueños mientras dormías?, ¿o como sucedió? Suena interesante, me gustaría quedarme a escuchar, pero soy un hombre ocupado —Se levantó de la cama, y se dirigió hacia la puerta.
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Vivir por siempre
RomanceTodos hemos escuchado alguna vez esa frase que decía que los libros tenían el poder de transportarnos hacia otras realidades posibles, nos hacían viajar entre mundos percibiendo la vida de mil maneras distintas. Que: "Un lector vive mil vidas antes...