23-Está aquí

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Arthur

Por lo visto se había quedado dormida en mis brazos. Cargué su ligero cuerpo mientras subía las escaleras y me dirigí a su habitación. Antes le sugerí que se retirara, pero decidió no hacerme caso y ahora estaba dormitando haciendo de su sueño cada vez más profundo. Era demasiado obstinada y curiosa.

De tan solo recordar que hace unos minutos le clavó una a daga a ese hombre en sus partes nobles, sin siquiera vacilar, me causaba escalofríos.

Terminé de subir a su aposento y la dejé en su cama. Me mantuve observándola por unos largos minutos, se veía tan inocente aunque no lo era en absoluto. Por un segundo me pasó por la mente lo que anteriormente me había pedido, y a pesar de que no lo haría exactamente así, por lo menos debía acomodarla.

Comencé por quitar sus zapatillas y tirarlas a un lado, era la primera vez que tocaba sus delicadas piernas, claro que sin contar aquellas veces que me llegó a patear dormida y lo de ayer... ¿Por qué hice algo como eso?, la verdad es que en ese momento no era yo mismo.

Procedí a limpiar las pequeñas salpicaduras de sangre que tenía en el rostro, pasé un pañuelo quitando cada una de ellas. Cuando lo pasé por sus mejillas, las comisuras de sus labios se elevaron formando una bonita sonrisa poco duradera.

—¿Por qué sonríes hasta estando dormida? —pregunté imitando el gesto sin esperar alguna respuesta.

Le di la vuelta sobre la cama con cuidado y desaté las cintas del corsé que llevaba puesto, al aflojarlas su cara se llenó de satisfacción.

Terminé por quitar ese rozagante vestido dejándola en paños menores. Una vez la acomodé, me alejé de ella y reflexioné sobre la suerte que tenía. «Que llegara a mí no fue simple casualidad, por eso no podía dejarla ir tan fácilmente».

Se dio la vuelta dejando parte de su busto al descubierto, por lo que mis ojos se trasladaron rápidamente al suelo, le lancé unas almohadas encima para que la cubrieran. ¿Qué debería con esta mujer?, fue tan descuidada.

—Has de estar demente al pedirme hacer algo como eso —reproché a pesar de que no me escuchara—. Tienes suerte de que no sea un bastardo degenerado como muchos dicen, porque yo preferiría morir antes que tocar a una mujer sin su consentimiento y menos si no está completamente consciente —Dejé un beso en su frente y esta sonrió por segunda vez.

 ¿Qué estará soñando?

Recogí el vestido manchado de sangre y salí de su aposento dejándola completamente sola. Por dentro seguía preguntándome el porqué me había pedido eso, y más importante, ¿por qué tomé en serio las palabras de alguien que estaba a punto de desmayarse?

—Qué estúpido soy —exclamé para mí mismo mientras iba bajando las escaleras en hacia la sala.

—Duque, ¿a dónde va con tanta prisa?

—Beatriz, eres justo a quien deseaba encontrar —Me detuve al pie de la escalera—. Atenea está durmiendo arriba, prepara su baño y si es posible no la despiertes ahora —continué mi camino con rapidez.

—¿A dónde lleva ese vestido?

—Lo quemaré —dije en voz alta debido a que ya estaba algo alejado.

Después de deshacerme de aquel vestido fui al pueblo a comprar algunas armas.

***

Atenea

Me senté sobre la cama y puse los pies sobre el frío piso, como mi ropa había desaparecido mágicamente supuse que Arthur la había mandado a lavar o la había tirado.

Vivir por siempreDonde viven las historias. Descúbrelo ahora