35-La mujer de los dardos

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No me había dado cuenta de que Arthur llevaba cierto rato recostado sobre el marco de la puerta. Este terminó de entrar y tomó asiento a mi lado.

—Buenos días, sus majestades. ¿Qué los hace molestar tan temprano?

—Arthur, que bueno que estás aquí —Uriel se sentó esta vez un poco más relajado—. Verás, iba a casarte con la princesa Edith para quedarme con las tierras de Lofelia y...

«¿Qué demonios?».

—Lo supuse —interrumpió Arthur, a lo que Uriel respondió con una sonrisa ladeada, como si era justo la respuesta que esperaba.

—Tengo en este mapa marcado tanto el territorio de Arleth, como la parte de Lofelia, que deseo que este hombre legalmente me seda —dijo refiriéndose al rey Edmund. Luego abrió un enorme y empolvado mapa extendiéndolo sobre todo el escritorio. En su interior, con líneas azules, estaba trazada el área de Arleth y con rojo, más de la mitad de Lofelia—. Deseo toda la parte Este de Lofelia y el territorio que la une a Arcasia. Esto claro, te será debidamente remunerado.

«Arcasia era la capital de Arleth, que en el mapa de se veía a un extremo de Arleth y bastante cerca de la parte sureste de Lofelia, separadas únicamente por un pequeño valle».

—¿Qué sucederá si me niego?

—No es como que tengas muchas opciones, si te niegas, te saldrá bastante caro. Solo tienes que firmar aquí y te daré todo el oro que desees —Sacó unos enormes papeles y se los pasó. Este los tomó temeroso y bajo la juzgante mirada de su guardia, los firmó.

—Ya está. Pero, ¿qué sucederá con mi hija?, aún es joven y ha tenido una vida de lujos desde pequeña. ¿Cómo podría ella acostumbrarse a vivir en un reino devastado?

—La princesa es bienvenida en Arleth durante el tiempo que desee. Sin embargo, usted debe abandonar estas tierras a más tardar mañana.

—Muchas gracias, espero que el príncipe cuide bien de mi hija —Miró a Arthur y este le devolvió una fría mirada—. Es decir, el duque Lancaster.

—No te preocupes, yo mismo me encargaré de garantizar su seguridad —Edmund y su guardia caminaron a la salida—. Una última cosa Edmund, que no se te ocurra siquiera pensar en traicionarme, porque no voy a necesitar a ninguno de mis hombres, te mataré con mis propias manos —Terminaron de salir y la puerta se cerró dejándonos solo a nosotros tres.

—¿Qué fue todo eso?, ¿cómo un rey puede dar sus tierras así como así? Y aún peor, dejar a su hija en manos de Uriel, ¿está demente? —cuestioné completamente confundida.

—Dejar a su hija en manos de Uriel es lo peor que alguien puede hacer —agregó Arthur.

—¿A qué se refieren ustedes dos?, lo mejor que le puede pasar es que la vuelva parte de mi harén.

—¡Ese es el problema! —gritamos al mismo tiempo.

—No los llamé aquí para que se metieran en mis asuntos. Los cité para que me contaran sobre lo que planean hacer respecto a R.L., ya que es un problema que planeo dejar en sus manos —Nos dio un papel en el cual estaba anotada una dirección.

—¿Para qué es esto? —preguntó Arthur.

—Recibí información de que algunos miembros escaparon a ese lugar tras la quema de aquella mansión perteneciente a R.L. y necesito que ustedes investiguen más a fondo esto.

—Está bien, tantos soldados que tienes y nos envías a nosotros —me quejé mientras salía.

—Confío en más ustedes —Nos despidió con una sonrisa en el rostro.

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