Capítulo 10

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Bajamos de vuelta a nuestras habitaciones después de que Dominic se revisara los dientes en la pantalla del celular por dos eternos minutos. Durante esa espera me quedé en la barda que apuntaba directo a la playa y al mar, queriendo meditar un poco.

Me sentía bien físicamente, aunque todavía un poco débil y cansada. Mi recuperación iba bien y casi podía asegurar que me hallaba fuera de peligro. Curvé los labios a medias, recargando ambos brazos sobre la dureza del concreto, solté un suspiro, entrecerré los ojos.

Pronto saldré de aquí.

Quizás en menos de una semana vería a mi madre por fin, aceptaría su reprimenda con la debida responsabilidad y pasaríamos juntas la cuarentena. Me preocupaba cómo estaba asumiendo la soledad en casa, a cientos de kilómetros lejos de mí. Nos escribíamos y hablábamos a diario durante casi todo el día, pero no era lo mismo que tenernos la una a la otra compartiendo el mismo espacio.

Miré por encima de mi hombro solo un momento. Dominic seguía concentrado y con los dedos entre los dientes. La imagen me pareció graciosa y al mismo tiempo desagradable, pero incluso viéndolo así —rompiendo su cuidada imagen de celebridad moderna—, tuve curiosidad y preocupación por él.

¿Pensaba en su familia con la misma intensidad y frecuencia que yo? Habló de sus padres solo para decirme que lo explotaban en la infancia y que tenía traumas por eso. Temí que su vida realmente fuera demasiado solitaria.

—¿Qué haces? —Dominic pronto se acercó hasta mi sitio. Imitó mi pose y miró hacia enfrente.

Las olas y el viento estaban más tranquilos que de costumbre, aunque el cielo estuviera repleto de nubes grises. Agradecí que al menos siguiera haciendo calor. La playa continuaba desierta, no importaba hacia dónde mirara. Solo éramos Dominic y yo.

—Pensaba en mi mamá... —comenté con voz calmada, elevando los hombros—. La extraño, es todo.

Asintió, mirándome con los ojos bien abiertos. Se le notaba a kilómetros que no sabía qué decirme y no lo culpaba por ello. La relación con nuestra familia era diferente, después de todo.

—Estarás bien mientras yo esté aquí, Ai. —Sentí su mano por mi espalda, dándome un par de cuidadosas palmadas.

Giré la cabeza a toda prisa en su dirección, sobresaltada por un reflejo de su contacto y sus palabras. Para que no se me notara la vergüenza, me reí como si acabara de contarme un chiste de lo más gracioso. Entrecerró los párpados, frunciendo un poco las cejas pero manteniendo su sonrisa. Aprecié su confusión.

—Dom, ni siquiera sabes cuidarte solo. —dije yo, cubriéndome ligeramente la boca con el dorso de la mano—. En la madrugada casi te mueres.

No lo negó en el instante. La vergüenza pasó a ser suya.

—Le hubiera hecho al mundo un gran favor. —Bromeó con acidez.

Lo golpeé un poco con mi hombro, causando que ese cuerpo gigantesco por fin se tambaleara. Quería reírme y al mismo tiempo no, porque las probabilidades de que le pasara algo malo eran todavía más altas que las mías. Al menos sabía bromear con su propia inestabilidad del pasado, presente y futuro.

—Ya dijo el doctor que no puedes morirte ahora —le recordé, un poco más seria de lo que me hubiera gustado—. ¿Acaso no has pensado en tu familia?

Rodó los ojos, abandonó su posición encorvada sobre la barda. Estiró un poco los brazos por encima de su cabeza, movió el cuello de un lado a otro.

—No empecemos con historias tristes tan temprano, Ai —Retrocedió un poco—. Para ellos es mejor; así reclaman los derechos de mi música.

Me quedé en silencio, sin saber qué responder. No podía existir una familia tan mierda, ¿verdad? Dominic no parecía dudar mucho de sus frases ni de su odio que tan bien sabía disfrazar con un comportamiento tranquilo. Notó mi inquietud, así que alzó ambas manos y negó un poco con la cabeza.

El contagio que nos presentó [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora