Capítulo 21

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Dominic soltó un suspiro de alivio en cuanto me vio aparecer. Me quedé quieta como una estatua, sorprendida a sobremanera. Tensé los labios, examiné la escena con prisa, pero también con detalle.

William rodeaba a su mejor amigo por el cuello y recargaba la cabeza en la pared. Tenía la boca cubierta, pero igual no parecía tener muchas ganas de hablar. Me miró por un instante antes de cerrar los ojos de nuevo.

—Ai, necesito tu ayuda —pidió Dom en un susurro—. Es Will, está muy ebrio.

—¿Qué hace aquí? —Fue lo único que pude decir.

Chasqueó los dientes, juntó las cejas. Le quitó la mano del rostro a su mejor amigo para pasarla bajo sus hombros y cargar parte de su peso. El otro sujeto era torpe con las piernas, aunque trataba de cooperar a las peticiones de Dom por avanzar.

—Te lo explico mañana, Ai. —No lucía muy bien. Se le notaba el cansancio por encima de la seriedad—. Ni siquiera yo lo sé muy bien.

William me sonrió a medias y soltó una risa muy corta antes de asentir con la cabeza. Su piel se camufló con la oscuridad a causa de sus excesivos tatuajes, que iban desde el cuello hasta los dedos de las manos. Intimidaba todavía más que Dominic, incluso en esa deplorable condición.

—No puedo creer que lo hicieras... —balbuceó entre risas.

La reacción de Dominic fue instantánea. Le pidió con brusquedad que se callara antes de cubrirle la boca de nuevo. Lo cargó a medias para comenzar a arrastrarlo hacia el pasillo. Yo los seguí muy de cerca, con los brazos encogidos y atenta por si en algo podía ayudar.

El sudor de Dom continuó escurriendo de su cuello y frente. Había subido siete pisos con un cuerpo semimuerto. Respiraba con fuerza, apretaba los párpados cada tantos metros, bastante agotado. Quería ayudarlo, pero no era capaz de mover a alguien casi tan grande como él.

Nos detuvimos en mitad del pasillo para que Dom descansara los brazos. Dejó a William recargado de la misma manera que en las escaleras. Se pasó el dorso de la mano por la frente, recuperando el aliento. Me dirigió una corta mirada antes de pedirme que buscara su llave en uno de los bolsillos y le ayudara a abrir.

Toqué sus bermudas y metí las manos en sus bolsillos hasta que di con ella y la saqué. William inclinó la cabeza para verme de nuevo.

—Te has conseguido a tu maldita Yoko Ono... —Me señaló—. Eres un imbécil, Dumbinic.

La sonrisa que me dirigió fue más bien forzada y hasta escalofriante. Miré en otra dirección para evadir aquellos ojos opacos y grises. De repente me puse nerviosa.

—Necesitamos hablar, William —contestó él, sujetándolo de nuevo para arrastrarlo—, pero no ahora. Tienes que dormir.

El chico no se opuso. Asintió como forma de aceptar su destino. Yo caminé con pasos largos hasta la puerta y la abrí una vez que los vi realmente cerca. Me quedé en la entrada, observando la escena con preocupación.

Los dos entraron con tropiezos hasta la cama destendida. Dom dejó caer a William sobre el colchón como si fuera un objeto más. Aunque jadeara de cansancio, se agachó para desabrocharle las agujetas y sacarle las inmensas botas. Una vez que lo consiguió, se sentó en el piso, miró hacia el techo y suspiró.

—Dom... —Lo llamé, no muy segura de lo que diría.

Esto estaba siendo muy extraño, pero también extremo. ¿Cómo es que podía traer a alguien de afuera como si esta fuera su casa? ¿Había olvidado por qué estábamos encerrados ahí? Si trataba a William con tan poca precaución, solo podía significar que también estaba enfermo, ¿cierto? Pero si lo estaba, ¿por qué bebía?

El contagio que nos presentó [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora