Capítulo 16

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Pese a ser de mañana, las energías de Dom estaban por el suelo. Lucía adormecido, distante y con un claro malestar que trató de esconder sin éxito. Me di cuenta muy pronto de que no se encontraba bien, pues una vez que abandonamos aquel eterno abrazo y toqué su rostro esperando más caricias de él, noté que su piel hervía y sus mejillas reventaban en rojo.

Nos dieron un termómetro infrarrojo a cada uno para checarnos a diario. Ambos lo guardábamos en el buró junto a la cama, así que busqué el suyo y medí su temperatura lo más pronto posible. Dom tenía casi treinta y nueve grados de fiebre.

Ni siquiera pudo terminar de desayunar, él, que tanto amaba la comida. La fatiga solo le pedía descansar más de lo que ya lo había hecho. Le pedí que se metiera a la cama, pero se negó argumentando que se sentía bien, contrario a lo que veían mis ojos.

—Solo no tengo hambre —siguió excusándose, moviendo las manos y forzándose a abrir los párpados un poco más—, te lo juro. No creo que sea fiebre, Ai, seguro que el clima es un desastre afuera y por eso aquí hace tanto calor.

—Voy a llamar al doctor. —Ignoré todo lo que dijo, sacando mi celular de uno de mis bolsillos.

Mis palabras lograron despertarlo. Se levantó de la silla para seguirme y rogar que no lo hiciera. Insistió en que no tenía molestias, aunque contuviera la tos que necesitaba expulsar de su boca. Yo no podía creerle ni permitir que esto se quedara sin una revisión profesional.

Busqué el contacto del doctor y marqué sin más, pero él consiguió pasar el brazo por encima de mi hombro y quitarme el celular de un ágil movimiento. Colgó deslizando el pulgar por la pantalla.

—Te lo devolveré con una condición —Sujetó mi teléfono con fuerza, ocultándolo a medias tras la espalda—: Que los llames solo si me ves realmente mal. ¿De acuerdo?

¿Por qué quería esperar hasta ese punto?

Sabía que era incorrecto esconder su estado por mucho tiempo, pero debía recuperar mi celular y de paso delatarlo por su bien. Le prometí que no llamaría a nadie, aunque obviamente fuera a hacerlo cuando no estuviera cerca.

Sin más impedimentos de por medio, Dom me lo regresó sin asegurarse una última vez de que prometiera cumplir con mi palabra. La rapidez con la que confió en mí me hizo sentir culpable, pero no lo demostré. Tuve que fingir que mi teléfono ya no importaba, así que lo dejé junto a su buró.

Sujeté sus manos y le sonreí casi con la misma amplitud con la que él me sonreía, ya más relajado, aunque también tembloroso. Necesitaba distraerlo o lograr que se durmiera, así que le recordé que, si ya había terminado de desayunar, se fuera a dormir.

Dominic hizo caso con más rapidez de la que hubiese esperado, sin objeciones ni excusas. Se acercó a la cama, hizo a un lado las sábanas y se lanzó con sus pocas energías sobre el colchón. Extendió los brazos a los costados, estirándose igual que una estrella. Soltó una pesada exhalación antes de cerrar los ojos.

—Duerme conmigo. —dijo, señalando el amplio espacio que sobraba a su lado.

Otro regocijo molesto se manifestó en mi estómago junto a una cálida presión de pecho y un corazón acelerado. Nunca un hombre me había invitado a dormir pacíficamente en el mismo colchón. La única persona con la que compartí cama antes que Dominic tuvo sexo conmigo antes de que pudiéramos dormir.

Aquel amargo recuerdo se manifestó como un rayo cegador, ruidoso y desagradable en mi memoria. Hice una mueca como acto reflejo, aunque la propuesta de Dom originalmente no me incomodara.

—No necesitas usar una excusa tan estúpida —murmuré, evadiéndolo y encogiéndome de hombros—. Si quieres tener sexo conmigo, solo dilo.

Abrió los párpados de golpe, despertando de su somnolencia. Se alzó un poco antes de clavarme fijamente la mirada.

El contagio que nos presentó [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora