Capítulo 3

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El escándalo del pasillo me despertó el octavo día de mi confinamiento. Me senté de golpe en la cama, tallándome los ojos, mirando instintivamente hacia la puerta. Tomé las gafas del buró y presté atención.

—¡Necesito salir! —exclamaron con lo que yo definiría como agitación—. Por favor... ya no quiero estar encerrado.

—Debe acatar las normas de salubridad, Señor Kean —le contestaron con cierta dificultad—. Queremos ayudarle.

—¡Auxilio! —Volvió a escucharse la primera voz— ¡Alguien llame a mi mánager!

—Joven, su mánager está de acuerdo con este cambio. —mencionó una tercera persona.

Me quité las cobijas de inmediato y corrí discretamente hacia la puerta para escuchar y ver mejor qué era lo que sucedía. Primero pegué la oreja a la madera, después me paré de puntillas para poder observar desde la mirilla. Sentí que me comportaba como la clásica vecina chismosa que siempre hay en los vecindarios.

Vi a Dominic de pie justo frente a mi puerta, usando cubrebocas y forcejeando con dos personas vestidas con el equipo anti contagio. Cada uno le sujetaba por un brazo mientras una tercera persona se quedaba de pie frente a él, conteniéndolo por el pecho.

A sus espaldas había una puerta abierta, justo la que estaba frente a la mía. Trataban de meterlo en aquella habitación mientras le explicaban que el cambio era por su bien, algo que no parecía entender por completo.

Un día antes, casi después de mi videollamada con Solange, el doctor Zhang me trajo personalmente mis resultados. Fueron positivos. Oficialmente tenía COVID.

Aquella revelación no me asustó tanto como pensé. Ya me lo intuía y no me perjudicaba demasiado en la salud. Me sentía débil y nada conectada con mis sentidos, pero seguía respirando bien y no tenía tos ni nada que se pudiera parecer a la gripe. Tomé todo con tranquilidad y escuché atentamente las nuevas indicaciones para mis cuidados.

Fue durante esta charla que el doctor me reveló que el hotel se encontraba viendo nuevas formas para que el aislamiento social no me perjudicara mentalmente. Supieron que Dominic no la pasaba de lo mejor y querían ayudarle también a que se relajara.

—Verás, Ai —El doctor ya me hablaba con más informalidad y confianza—, están pensando en abrir la azotea para que ustedes puedan salir.

Mi habitación se encontraba en el penúltimo piso. En el séptimo, para ser exactos. No era un edificio muy grande en comparación con las principales franquicias hoteleras, pero era espacioso y hasta hogareño.

En el octavo piso estaban las suites más grandes y costosas. La azotea, en cambio, era utilizada para fiestas informales porque había comedor y piscina al aire libre.

Todo el hotel fue cerrado después del caso confirmado de Dominic, pero como el edificio ya se encontraba sin huéspedes, no tenían muchos problemas por abrir aquel espacio para nosotros y el resto de las personas que se contagiaran.

—Aunque, bueno, solo ustedes dos han sido los únicos casos confirmados. —Se encogió de hombros—. Dom necesita alguien con quien pueda interactuar en persona...

Y yo era la única con quien podía hacerlo.

Los doctores finalmente pudieron meter a Dominic en su nueva habitación después de varios intentos y escándalos. Ellos también se quedaron para hacerle compañía y evitar que se fugara, aunque las exclamaciones continuaron incluso después de que la puerta se cerró.

Al no poder percibir adecuadamente el chisme, abandoné mi lugar tras la mirilla y volví a la cama. Me eché las cobijas sobre las piernas, tomé el control remoto del buró y encendí la televisión para usarla de fondo mientras perdía el tiempo en el celular. Gracias al volumen dejé de escuchar el conflicto.

El contagio que nos presentó [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora