Capítulo 14

5.1K 869 1.1K
                                    

Siempre me senté junto a la puerta del salón de clases. O al menos lo más cerca que se pudiera. En preparatoria lo hice porque no quería que nadie hablara conmigo. Si alguno de mis compañeros se acercaba, era únicamente para decirme algo hiriente. Que era fea, que era una inadaptada, que le quitaba el aire y el espacio a alguien que seguro era mucho mejor que yo. Con la puerta a escasos metros podía huir a un lugar apartado y solo en cuanto el timbre sonaba.

En mi primer y único libro publicado plasmé mi dolor adolescente en la protagonista. Sufrió como yo el ser aislada sin ninguna razón. Escribir me ayudó durante mucho tiempo a desahogarme, pero también a fantasear con lo que hubiera sido mi vida si mis decisiones hubiesen sido diferentes.

A mi personaje le di una solución temprana, tal y como yo hubiese querido para mi juventud. Más valentía, más inteligencia e incluso un poco de ayuda y apoyo con el personaje que hacía de interés amoroso. Le di también una familia funcional, un futuro ameno, felicidad, cosas que yo no tenía y que deseaba con todas mis fuerzas.

Yo no tuve tranquilidad después de terminar la preparatoria. Mi autoestima se hallaba por el piso y la ansiedad me consumió. Por eso durante mis primeros años universitarios también me senté junto a la puerta. Si necesitaba salir por un ataque o porque quería llorar de la nada, la salida me esperaría a escasos metros y podría calmarme en paz.

Fue Solange la que llegó a mi vida para decirme que no podía tragarme sola todos estos problemas, el hombro que necesitaba para desahogarme en voz alta. Solange no era la mejor consejera, pero sus vivencias y las de sus allegados me ayudaron mucho a ampliar los pocos conocimientos que tenía sobre el mundo.

Ellos me contaban sobre sus familias, sobre sus romances, sus tristezas y hasta sobre sí mismos. Era buena escuchando y, más pronto que tarde, me di cuenta de que también servía para aconsejar. Al no haber pasado nunca por situaciones como las suyas, me resultaba más sencillo pensar con la cabeza fría y ofrecer soluciones que casi nunca fallaban.

Además, varias de esas historias me dieron nuevas ideas para los borradores que tenía en el cajón.

Pero durante esa época de constantes charlas y de ver por la vida de los otros, dejé de preocuparme por mi propia integridad. Escuchaba al resto y, sin embargo, nunca tuve el atrevimiento de hablar sobre mí por temor a que realmente nadie quisiera escucharme. De nuevo pasé por una fase de ansiedad y aislamiento, similar a la que experimenté durante toda mi preparatoria.

Gracias a esto, tristemente fui engañada por una persona que supo leer a través de mi silencio que no me sentía querida ni que lo estaba pasando muy bien... y se aprovechó de la situación.

Solange habló con mi madre después de que se lo conté. Ambas se preocuparon por mí y me obligaron a ir a terapia después de percatarse de que los traumas del pasado se habían mezclado con mi presente, haciéndome mucho daño.

—¡Ai! —Una voz me devolvió a la realidad, sacándome de aquellos amargos y hasta cierto punto, recientes recuerdos—. ¡Por favor, Ai!

Apreté los párpados. Esa voz sí que era escandalosa y, hasta cierto punto, irritante. Me dolían las articulaciones, la garganta y el pecho. Sentí una mano sobre mi barbilla agitándome la cabeza con sacudidas bruscas. Quise pedirle a esta persona que parara, pero solo pude toser.

—En serio perdóname. —La persona en cuestión sonaba verdaderamente arrepentida—. No sabía que no sabías nadar.

Los recuerdos más recientes de la noche volvieron a mi mente en un chasquido. Respingué en mi sitio, que era el piso mojado. Abrí un poco los ojos, lo suficiente para poder distinguir la cara de Dominic muy cerca de la mía.

El contagio que nos presentó [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora