Capítulo 22

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Abrieron nuevamente la azotea del edificio, pues Dominic tuvo que quedarse en mi habitación para ser atendido con rapidez. Al no querer estorbarle a nadie y al mismo tiempo no ver una escena tan triste y preocupante, el personal me invitó a subir.

Durante mi caminata por las escaleras no dejé de repasar lo que sucedió. Las palabras de Dom sonaban una y otra vez en mi mente, causándome una inminente inquietud. En su voz y en sus lágrimas podía percibir el miedo, y eso era algo que no podía olvidar fácilmente. ¿Era posible saber que se aproximaba tu propia muerte? ¿Acaso Dom la presentía y por eso se comportó así?

Tuve que sostenerme con fuerza del barandal de las escaleras, pero no pude subir ni un escalón más. Con la mano estrujándome las ropas, me agaché hasta que mis rodillas tocaron mi pecho y lloré. Mi respiración agitada fue la causante de que no pudiera ser silenciosa al respecto. Oírme a mí misma causó que de mis ojos brotaran más lágrimas.

Quizás yo también tenía miedo y no estaba dispuesta a entender y aceptar los temores de Dominic. Lo nuestro empezó rápido, pero parecía esfumarse casi con la misma prisa y no de la manera que hubiese querido. Yo iba a estar bien si al final Dom y yo decidíamos seguir cada uno por su lado una vez que abandonáramos el edificio, pero de ninguna forma lo estaría si él se iba para siempre no solo de mi vida, sino de esta tierra.

Hecha un ovillo, encogida y vulnerable, traté de eliminar cualquier pensamiento negativo de mi mente. Esto ya le había ocurrido antes, ¿cierto? Tal vez no era tan malo como pronosticaba. Con eso en mente, tomé aire de la manera más calmada posible, adquiriendo valor para levantarme. Ayudándome del barandal lo conseguí, secando mis lágrimas con el dorso de la mano.

Subí nuevamente, pensando sin parar en que si permanecía tranquila todo saldría bien. No servía de nada atormentarme por una realidad en la que yo no podía interferir. Por más que yo deseara bienestar, el destino sería el de la última palabra, el que decidiría cuánto tenía que sufrir.

Después de mi papá yo no había perdido a nadie, pero ya era adulta y creía entender mejor lo que era la muerte. Sin embargo, uno jamás está preparado para afrontar la partida de alguien a quien quiere. La sola idea aterra hasta el punto de no dejarte dormir.

Fue durante ese rato de soledad que me di cuenta de que mis sentimientos por Dominic eran más profundos de lo que pronosticaba. No era solo un inofensivo querer, sino que realmente le amaba. Tal vez no como hombre, tal vez no como el gran amor de mi vida, sino más bien, como una persona que mi existencia necesitaba para ser feliz. Como mi madre, como Solange.

Una vez que llegué a la azotea me acerqué a la orilla y vislumbré la playa. Seguía haciendo un intenso calor y el sol estaba en su punto más alto, resplandeciendo con intensidad y recordándome que mientras yo lo pasaba mal, afuera el mundo seguía su curso sin importarle mi situación.

Para algunos era un día excelente; para mí una tortura y ni siquiera era mi cuerpo el que sufría.

Me dirigí a una de las mesas y acomodé mi comida. Mis lágrimas y mis pestañas ya estaban secas, aunque los ojos me pesaran de cansancio. Tomé el celular como único método de distracción y así estuve durante quince minutos, hasta que una nueva persona apareció.

Observé con discreción el gran tatuaje de su cuello mientras se acercaba con lentitud hasta mi mesa. Saludó con un corto "hey", pero ni siquiera me sentí apta para contestarle con la misma brevedad. Seguí comiendo, encogida en mi sitio y con el rostro enrojecido.

William se sentó frente a mí, en la silla que solía usar Dominic. Puso sus platos casi en el mismo orden que yo y comenzó a comer en calma y silencio, sin observarme ni una sola vez. Fue incómodo, en especial porque no sabía qué decir. Él se comportó distante conmigo incluso cuando llegó ebrio al edificio, así que asumí que mi presencia no le resultaba del todo agradable.

El contagio que nos presentó [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora