Correspondimos de inmediato, aunque el nerviosismo mutuo nos mantuvo estáticos al principio. Dejé los brazos doblegados justo en medio de los dos, aunque deseara con creces disminuir nuestra distancia rodeándolo por el cuello.
Los labios de Dominic eran más suaves de lo que pensé, pero la sensación se asemejó mucho a la de mi sueño. No pude olvidarla creyendo —muy en mi interior— que en algún momento ese beso apasionado se volvería una realidad. Y no me equivoqué.
Sonreí ligeramente cuando imaginé lo infantil que luciría nuestro beso a ojos de los demás. Tan quieto, inofensivo e inocente. Percibió la pequeña curvatura de mis labios, que fue contagiosa incluso en él. Nos mantuvimos fuertes para que no nos ganara la risa, algo que sirvió para que me percatara de cuánto queríamos hacer esto en realidad.
Dom continuó sujetándome detrás de la nuca con bastante sutileza. Yo jalé un poco su camiseta al aferrarme con los dedos. Fue bastante fácil dejarnos llevar; incluso me sorprendí de mí misma. Nunca fui una chica con iniciativa, pero con Dominic la tomé. Siempre dije que no cualquiera podía darme un beso y, sin embargo, él acababa de conseguirlo sin insistirme jamás.
Entreabrimos la boca casi en sincronía, guiándonos a ciegas, conociéndonos de esta forma por primera vez. No quería que nada ni nadie nos detuviera.
Me incliné hacia adelante, haciéndolo retroceder. Abandoné el calor de su pecho, recargué una de mis manos sobre su muslo para apretarlo cada vez que quisiera. Nuestra inclinación fue tal, que Dom dejó de acariciarme la mejilla para recargar el brazo derecho en el suelo y no perder el equilibrio.
Sentí cosquilleos en el estómago e incluso más por debajo. No podía respirar muy bien, pues el calor del momento estaba sofocándome. Jadeé lo más bajo posible para que él no me escuchara, cosa que no resultó porque el dulce sabor de su lengua los sacó a la fuerza, de lo más profundo de mi garganta.
Debía estar avergonzada y, sin embargo, no percibí en mis adentros ni una pizca de eso. Pretendía salir de la eterna monotonía, mostrar aquel escondido atrevimiento, dejar atrás el miedo a seguir mis propios deseos. Dominic acababa de convertirse en la persona con quien quería intentarlo todo.
Tras dos incesantes y apasionados minutos, finalmente nos separamos.
Al principio no quise mirarlo; traté de distraerme con el ligero oleaje del agua de la piscina. Mis labios palpitaban por la hinchazón, las mejillas me ardían, mi estómago estaba hecho un nudo por los nervios y entre las piernas fui capaz de percibir las consecuencias de mi propia excitación.
Nuestros rostros seguían muy cerca, respirábamos agitados. Todo mi cuerpo se sentía muy caliente, igual que el suyo. Lo percibía con mis manos que aún lo tocaban sin ningún tipo de impedimento.
Dominic se llevó el dorso de la mano a los labios mientras se enderezaba en su lugar. Igual que yo, trataba de mirar hacia otro lado con esos resplandecientes ojos verdes. Admiré la coloración de su piel por un corto instante, sonriendo a medias para reducir mi propia tensión. Parecía un camarón andante.
—Eres demasiado atrevida, Ai —murmuró—. Me sorprendiste en serio.
Apreté los labios, bajé la cabeza y agaché los hombros. Volvió la vergüenza para sacarme del trance que este inesperado momento provocó. Me llevé un mechón de cabello tras la oreja antes de asentir en apenas un movimiento.
—De verdad lo siento —Me disculpé, titubeando y temblando—. Yo...
Pero no tenía ni la más remota idea de qué excusa dar. Besarnos fue algo que quise hacer, no había otra verdad más que esa. Me quité sus manos de encima para incorporarme y ganar tiempo de inventarme algo mejor. El invento más estúpido del mundo, por cierto.
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El contagio que nos presentó [COMPLETA]
RomanceAi, una escritora novata, y Dom, un famoso cantante de punk, se han contagiado de COVID y ahora tendrán que pasar cuarentena a solas en un hotel. *** Para Ai no podría existir peor...