Mi casa huele a limpio.
Mis almohadas están nuevas.
Mis flores ya no marchitan tan pronto.
Hay una maleta abierta en mi salón.
He aprendido tres recetas nuevas.
He perdido y encontrado mis llaves, dos veces.
El insomnio ya no es más un problema porque ahora escribo y de alguna manera siento que no pierdo, ni siquiera un segundo de ese tiempo.
Hoy he tenido un día maravilloso, entre mucho verde y risas, mucho de las dos cosas.
Mis perros son dueños y señores de bastante, libres de correr hasta el cansancio.
Mi madre vive donde no soñó jamás.
Me siento plenamente afortunada de hacer lo que amo y más que eso, que me ha funcionado creerlo.
Pocas veces doy las gracias, las gracias sinceras, sin la palabra acostumbrada y es porque muchas veces no consigo "el cómo", cómo agradecer a tanto? Me parece un absurdo en toda regla.
Me he detenido a pensar, mientras el agua caía sobre mi plato con restos de algo que no me sabia tan bien y la verdad es que si, si soy feliz.
Y mira que muchas veces, mucho antes, me lo había preguntado, de pequeña cuando crees que la vida es poco y de grande cuando quieres convencerte a ti mism@, que si, que lo eres pero hoy lo he sentido.
Este escrito no lleva sentido alguno, no tiene forma, no tiene ni pies ni tiene cabeza, como diría mi señor padre, pero tras vivir mucho, he notado que ahora me alegra lo poco, lo simple, esa pequeña libertad naciente de un detalle minúsculo, los ojos de turista, que ve maravillas donde todo el mundo ve rutina.
La libertad ha sido siempre una bandera que más que poseer, persigo, a toda costa, a muerte y ya que la vida, a veces, es cabrona, no siempre la consigues o cuando lo haces, debes sacrificarla por otra cosa que también anhelas, vamos, que la vida es un lío pero hoy, hoy después de beberme un chai que con leche me sabe ahora mejor que con agua, por alguna extraña razón, aunque leche de la de las almendras, eso si, hoy, hoy he sentido una mijilla de libertad en mi rutina, al saber que tengo la libertad de escribir un texto sin sentido, un exhalo de mi día a día, un sentimiento momentáneo, una queja, un cuento corto o la historia de mi vida y que alguien, quién sea, al otro lado, me recibe en casa.
He sentido ese pequeño aire fresco de libertad que te mueve el pelo cuando llegas a la playa y te acercas al mar, que hace sonreír aunque no hay gracia alguna.
Más que las gracias que doy, eternamente, a quién me lea cualquier cosa y me sienta, sin pedirme nada a cambio, sin importar cómo tengo el pelo o si voy de buenas o malas, sólo sentir, sentirme, sentirnos, que está tan poco valorado estos días.
Gracias.
