XII

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– Hola,¿Me extrañaste? – preguntó Lee entrando a la casa de John. Éste sonrió amplio al verla.

– Siempre lo hago. – bromeó, pero en el fondo sabía que si lo había hecho. No sabía bien cómo saludarla, iba a acercarse a besar su mejilla pero Lee volteó tomándolo por sorpresa uniendo sus labios en un rápido beso. John a separó un poco sonrojado y con una sonrisa.

– ¿Estás ocupado? – preguntó mirando su casa, en busca de alguien quizá. John negó con la cabeza.

– No, de hecho hace un rato acababa de estudiar.

– Pasé para mostrarte los nuevos temas de cálculo, me imaginé que estarías en casa. – la rubia se encogió de hombros mientras sacaba un par de fotocopias de su mochila sonriendo inocente.

– Si... Siéntate, por favor. – le señaló las sillas de la sala. Lee se sentó y le tendió sus hojas.

John les dió una mirada rápida y la miró alzando una ceja.

– No entiendo nada. – se encogió de hombros avergonzada.

– Sabes, no tienes que fingir que no entiendes para venir a verme. Sólo podrías haber llamado... – la miró divertido.

– ¡Pero es cierto! ¿Por qué mentiría con algo así? – se quejó sintiendo como sus mejillas se tornaban de un color rosado intenso. John soltó una carcajada y negó con la cabeza.

– Bien, bien. Si tú lo dices...

Comenzó a explicarle el tema muy por encima, y conciso. Lee lo escuchaba expectante y observaba cada facción del rostro de John, ¿Cómo podía ser tan bello? Se sentía cada vez más perdida en sus labios sin escuchar absolutamente nada de las últimas palabras que había dicho.

– Dado que efe es continua, el teorema del valor intermedio asegura que efe alcanza cada valor entre su mínimo y su máximo. – Explicaba John señalando el texto con su lápiz. – Por lo tanto permite deducir que... – alzó su mirada y vió que Lee estaba perdida en sus labios, se ruborizó un poco. – ¿Qué?.

Lee rió avergonzada negando con su cabeza en señal de que nada ocurría, pero John mordió su labio inferior y se acercó a besar a la muchacha. Un beso lento, del que ambos tardaron unos segundos en reaccionar.

Le gustaban los labios de la muchacha, eran carnosos y rosados. Le daban aquel aspecto característico y jovial a su rostro. A él también le gustaba demasiado Lee, le gustaba cómo sus ojos color café resaltaban en contraste con su rubio cabello y pálida piel. Le recordaba a un extraño cuadro, uno que te quedarías mirando por horas perdido en su mirada.

– Es difícil concentrarme contigo enfrente. – Murmuró Lee en sus labios y John sonrió aún con sus ojos cerrados. Los abrió un poco para mirarla.

– Lo mismo digo... – Murmuró algo tímido y suspiró.

– Lo siento...– susurró apenada.

– ¿Por qué? No hacemos nada malo.– Murmuró haciendo caricias en su mejilla.

Aquella situación no sabía si era la correcta, era la segunda vez que lo besaba por impulso de ella y no de él.

Pero no podía evitar hacerlo, tenía una especie de adicción a los labios de aquel muchacho. Quizá era muy repentino contarle que pensaba en el la mayor parte de su día, así que se limitó a solo disfrutar de sus besos y las caricias que John le dejaba en su mejilla con su dedo pulgar suavemente. Su tacto le erizaba la piel, era mágico.

Por la siguiente hora intentaron estudiar, pero fué una tarea difícil puesto que Lee no paraba de bromear para hacer reír a John y éste caía rendido ante los comentarios y besos que la jóven le daba.

The Miracle | John DeaconDonde viven las historias. Descúbrelo ahora