Capítulo 27

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 Esos últimos dos días estaban poniendo sábanas en las camas de su departamento, llenando las alacenas de platos y vasos, metiendo comida en la heladera, ya habían despertado comenzando la convivencia en ese departamento amoblado del centro, Adria...

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 Esos últimos dos días estaban poniendo sábanas en las camas de su departamento, llenando las alacenas de platos y vasos, metiendo comida en la heladera, ya habían despertado comenzando la convivencia en ese departamento amoblado del centro, Adriana se había despertado primero para hacerle el desayuno a su mejor amiga y llevárselo a la cama, ambas desayunaron en la habitación que le pertenecía a la castaña, había una cama de una plaza y no se quejaba porque tenía una ventana por la que entraba el sol matutino, con unas cortinas rosadas que la decoraban y a un costado de la habitación habían unas puertas pintadas de blanco que servían de armario, estaba lleno de ropa de Adriana que le había prestado a la castaña para que usara ya que no podía volver a casa para recuperar sus cosas.

 No pensaba demasiado en los sucesos que estaban ocurriendo, eran parte de su vida pero ella observaba todo desde el exterior, ya no pertenecía a la familia Eiríksdóttir o a la raza de los Grises pero aun así seguía leyendo el Libro Plateado para seguir aprendiendo de esas páginas amarillas, las mismas que su hermana mayor tuvo que aprender, no se arrepentía de haberle dicho todas esas cosas hirientes a Shelby, en cambio, sentía que se había sacado un peso de encima, algo que tenía atorado en la garganta y que eran palabras que necesitaban salir a toda costa pero algo las detenía, era ella misma que estaba negada a pensar que Shelby era una mala criatura.

 Pero eso había cambiado para bien, su cerebro era diferente.

 Alfhild estaba sentada junto a su amiga pasándole manteca a las tostadas que la rubia había hecho hacía unos minutos, el té estaba caliente y ella lo soplaba para enfriarlo y comía bajo la mirada de Adriana, esos últimos días no estaba comiendo demasiado bien, tal vez por el estrés o por muchas cosas acumuladas en su mente, por eso su amiga se había levantado temprano para hacer un desayuno nutritivo, tenía mucha hambre pero no quería dejarla sin comida a Adriana quien observaba cómo ella comía para asegurarse de que tuviera algo en el estómago, ambas estaban sentadas en posición de loto sobre las sábanas y a la castaña le daba el sol en la cara pero no le molestaba, en cambio, lo estaba disfrutando, el sol de verano estaba muriendo lentamente y ya no era tan molesto.

 La muchacha había juntado las migajas en el plato y cuando terminó su té, llevó todo hacia el lavamanos donde se había puesto a lavar empezando a dejar todo brillante, sentía el agua correr por sus dedos escapando de su tacto, sentía la espuma formarse cuando pasaba la esponja por el plato y por su taza, que ni siquiera era su taza, era de Adriana pero compartían todo, admiraba mucho a su mejor amiga y cómo ella le entregaba ropa, platos, vasos y cosas que ella no podía tener, era demasiado considerada con ella y al pensar tanto en su amistad una sonrisa cruzó por su rostro, cuando terminó de lavar y de secar volvió a guardar todo en la alacena.

 Abrió la heladera y quería hacer la comida favorita de Adriana para el almuerzo así que se vistió al frente de su amiga y pensó en salir a comprar los ingredientes que faltaban, pensó que todo estaría bien y que la dejarían en paz pero vio cómo el oficial Weber la comenzó a seguir.

Ella (Grises #1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora