Buenos Aires, 1917.
Mario yacía en su cama, cada día le costaba más levantarse de la misma por lo que optaba leer en ella por las mañanas e intentar levantarse por la tarde. Lo único que lo motivaba a levantarse era Elvira; él sentía que le debía hasta su último soplo de vida a esa mujer, así que cada esfuerzo lo hacía por ella. Y Elvira no se daba por vencida, lo incitaba todo el tiempo a que se levantara, que comiera y se vistiera. De alguna forma se había convertido en lo único que le importaba, ni siquiera su hijo o sus nietos. Bueno, su nieto solamente ya que la dulce Elena estaba estudiando en París.
Elvira extrañaba a su nieta, era su favorita, pero sabía que no era así por parte de Mario. Sin motivo alguno, o al menos no uno que ella supiera, Mario despreciaba a Elena. Había pagado por toda su educación, por supuesto, y seguía pagando su estadía en Francia. Pero lo hacía por obligación. Elvira sospechaba que el motivo de esta relación era que Elena no era devota de Mario, así como lo era Antonio; el poco tiempo que ambos convivieron, Elena con suerte lo saludaba. Así que, cuando surgió la oportunidad de que fuera al internado en Francia, Mario no lo dudó un segundo y la mandó al extranjero, para no volver a verla.
—Mañana haré venir al abogado, quiero hacer mi testamento.— sentenció Mario, un poco temeroso ante lo que podía llegar a decir su mujer.
Elvira le sostuvo la mirada con las lágrimas intentando escapar de sus ojos, pero las contuvo y repuso su postura. Se sentía morir pensando en la sola idea de volver a perder a su gran amor. Sin embargo, tenía que pensar en su hijo y sus nietos; si Mario no hacía el testamento, poco sería lo que les quedaría a ellos.
—Está bien, creo que es lo mejor. Pero sólo por las dudas, ni se te ocurra morirte antes de tiempo.
—Claro que no, Elvira.— dijo Mario esbozando una leve sonrisa.
—¿Y ya decidiste cómo será tu herencia?
—Sí, lo he estado pensando. Esta casa es de Pedro así que no debería de haber problema con eso. Después, estuve pensando en dejarle suficiente dinero a Antonio para que compre una casa en el futuro, cuando ya esté casado. Y a Elena le dejaré dinero para que siga en Francia o para que vuelva y se instale aquí, lo que ella prefiera.
—¿Y las propiedades que tienes en el pueblo?— quiso saber Elvira.
—No lo sé— respondió Mario suspirando—. No quisiera dejarlas en poder de Antonio, temo que pelee con los Pereyra por la alcaldía. No me podría ir en paz sabiendo que alguno de los dos podría terminar sin nada.
—¿Cuáles son las propiedades?
—La escuela, la casa que está en el centro del pueblo y otras 3 casas más.
—¿Por qué no le dejas la casona a Elena? La escuela también, sabes que está estudiando para ser maestra. Ella no pelearía con los Pereyra, no puede ser alcaldesa, de todos modos.
—No lo sé, Elvira...— titubeó.
La realidad era que a Mario Escalante se le revolvía el estómago de pensar a Elena en su amado pueblo. Esa chiquilla caprichosa y desagradecida sólo traería problemas.
—Yo sé que ustedes no tienen la mejor relación. Tienes que entender, Mario; ella estuvo al lado mío siempre, la crie como mi propia hija. Ella no entiende cómo yo pude perdonarte y es por eso por lo que nunca tuvo esa devoción contigo. Es una gran muchacha, dale una oportunidad. Es muy inteligente, imagina lo que ayudaría a los niños del pueblo tener a alguien tan instruido enseñándoles.
—Tienes razón...— aceptó Mario no muy convencido.
—Como siempre, querido. Déjale las propiedades a Elena, estoy segura de que ella sabrá sacar algo bueno de ellas.
ESTÁS LEYENDO
La venganza de Elena
RomanceBuenos Aires, 1920. Elena Escalante llega al pequeño pueblo de Escalanda, fundado por su bisabuelo 100 años atrás, con el objetivo de enseñar en la escuela local. O eso es lo que todos creen; en realidad busca vengarse por el desprecio que recibió s...