Capítulo 10

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Magdalena del Pilar Köhler era una hermosa mujer de 29 años; su cabello rubio junto a sus ojos celestes le daban aspecto de ángel. Había nacido en Escalanda, su padre era el comisario del pueblo. Cuando tenía 15 años conoció a Alexander Köhler, un alemán recién mudado a Escalanda, y se enamoró perdidamente de él. Se casaron cuando ella tuvo la edad adecuada y nunca volvieron a separarse. Hasta que en 1915 Alexander fue llamado a la guerra para defender a su país y no le quedó más opción que irse, dejando a su mujer y a su pequeño niño de tan sólo 6 meses, a quienes nunca volvió a ver; un año más tarde, la temible carta llegó y Magdalena quedó viuda con tan sólo 25 años.

—¿Qué ha sucedido?— preguntó Mariano después de la conmoción que le causó la escena.

—El niño se ahogó con un caramelo y no podía respirar— le explicó Elena con odio en su mirada—. Deberías llevarlo a casa, así está más tranquilo, no con tantas personas mirando.— le dijo ahora a Magdalena.

—¿Debo tener algún cuidado en especial?

—No, tranquila. Pero cualquier cosa creo que sabes dónde encontrarme.

—Sí, claro. En serio te agradezco muchísimo.— le respondió Magdalena y salió del mercado.

Elena la quiso seguir, pero Mariano la tomó con fuerza del brazo, impidiéndole que se fuera.

—¿Qué necesita?— le preguntó Elena de mala gana, sosteniendo la mirada en una batalla que sólo acabaría cuando alguno de los dos se rindiera. Mariano aflojó el agarre en el brazo de Elena, quien aprovechó para salir con rapidez del lugar. El aire frío del exterior le heló hasta los huesos por lo que se apresuró a llegar a su casa.

—Señorita Elena, la buscan en la puerta.— le comunicó Carmela, interrumpiendo la lectura de su libro. Elena se levantó extrañada de su asiento y se dirigió a la entrada de su hogar. Una mujer de 50 años estaba parada frente a ella.

—¿En qué la puedo ayudar?— le preguntó Elena con amabilidad.

—Señorita Escalante, soy empleada de la señora Köhler. Usted salvó al niño Julio ayer en el mercado.— le aclaró al ver la expresión de confusión de Elena al escuchar ese nombre. Con los arrebatados eventos del día anterior, la mujer nunca se había presentado por lo que Elena no sabía su nombre.

—Oh, sí, claro. ¿Necesitan algo? ¿Le sucedió algo al niño?

—No, nada de eso. La señora quería invitarla a tomar el té, si no puede hoy, cualquier otro día que esté disponible.

—Estoy disponible, dígale que estaré ahí por la tarde. Le agradezco.— le respondió Elena despidiéndose de la señora y cerrando la puerta de su casa. Elena sonrió; si las cosas salían bien con la señora Köhler, le abriría las puertas a la élite del pueblo. Las cosas no podían haber sido más convenientes para ella.

En su cabeza se cruzó el recuerdo de Mariano Pereyra y por más que intentó despejarlo, no pudo. Su mirada enojada se clavó en su mente como si estuviera presente. No sabía cómo podía resolver el problema con él, sentía que ya no había marcha atrás. Subió a su habitación y divisó su peluca rubia; se le ocurrió que aún le quedaba una oportunidad para cambiar su relación con Mariano y esta vez no la desaprovecharía.

Dos horas después, se encontraba frente a la casa de la señora Köhler. Aún no tenía idea de cuál era su nombre, pero asumió que lo descubriría con el correr de la tarde. Llamó a la puerta y la misma señora que había ido a su casa la atendió. Le indicó que entrara y se pusiera cómoda. Elena había seguido el consejo de Mariano y se había puesto su pesado tapado de piel, el cual le entregó a la señora. Se sentó en uno de los sillones y admiró la casa; no tenía nada que envidiarle a la suya ahora que la estaba refaccionando, pero era muy linda de todos modos. Tenía un estilo parisino que Elena adoraba y adornos muy elegantes, no como los que Elena había desechado de su casa.

La venganza de ElenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora