Mariano no podía apartar su mirada de Elena; sus ojos verdes lo hipnotizaban y sus rojos labios que nunca debería de haber probado lo tentaban como si fuesen la fruta más deliciosa. ¿Qué hechizo tenía esta mujer en él? Llegaron a la casa de ella y detuvo el coche. Se acercó a ella nuevamente y besó su mejilla derecha, para luego dirigirse a su mejilla izquierda. Y así siguió besándola delicadamente, como si su rostro fuese a romperse si lo hacía con más brusquedad.
—Basta, monsieur...— le pidió Elena en un susurro.
Los efectos del alcohol habían descendido y era perfectamente consciente de que eso no era una buena idea. Y lo sabía por las ganas que tenía de abalanzarse a sus labios y no soltarlo más.
—¿Por qué sigues apartándome?— le preguntó Mariano, pegando sus frentes. Quería volver a besarla, volver a sentir la calidez y suavidad de sus labios.
Elena lo miró disculpándose y se bajó del coche, entrando a su hogar sin mirar atrás. Sin mirar la cara de desconcierto de Mariano al verla apartarse, así como si nada. ¿Acaso no había significado nada para ella ese momento? Lo que Mariano no sabía era que Elena estaba totalmente aterrada, no era una persona que se abriera con facilidad y no entendía cómo Mariano había logrado en meses saber lo que Augusto tardó años en averiguar. Le aterraba la forma en que su cuerpo reaccionaba ante él, la forma en que ella misma reaccionaba en su presencia.
Debía cortar todo de raíz o Mariano Pereyra sería su perdición. Y sabía exactamente cómo lo lograría.
—Magdi— llamó su atención mientras tomaban el té en su sala—, tengo algo feo que contarte— le dijo con fingida pena. Magdalena centró su atención en ella y la invitó con la mirada para que le contara—. Un hombre se me insinuó el otro día, yo no le había dado ninguna señal de acercamiento. No sé cómo pudo haber pasado.
—Ay, Elen, ¿por qué es tan malo? Cuéntame.
—Es Pereyra. Y yo nunca podría hacerte eso a ti, él es tu hombre...
—¿Qué fue lo que te dijo?— le preguntó Magdalena, intentando esconder su furia.
—Yo necesitaba hablar con él sobre un asunto de la escuela, entonces fui a verlo a la alcaldía— dijo, empezando su mentira—. Y cuando terminé de hablarle, se acercó a mí y me dijo que era muy linda y que quería estar conmigo. Yo no sabía qué hacer, me sentía muy incómoda. Habiendo tantas mujeres en el pueblo se acerca a mí sabiendo que somos amigas.
—¿A ti te gusta?
—Oh, para nada, Magdi. Sabes que la mayor parte del tiempo no soporto verlo. Lo único que deseo es que tú no te enfades conmigo; sabes que eres mi única amiga y no podía ocultarlo. Sentía que te estaba traicionando al no decírtelo.
—Ay, quédate tranquila, Elen. No estoy enfadada contigo, pero Mariano me va a escuchar— dijo levantándose del sillón y dirigiéndose a la puerta—. Gracias por haberme contado, eres una gran amiga. ¿Puedes cuidar un momento a Julio?
Tras la respuesta afirmativa de Elena, Magdalena salió de la casa. Elena sonrió; su plan iba saliendo a la perfección. Necesitaba que Magdalena odiara a Mariano Pereyra; con la influencia que ella tenía en las esferas de la alta sociedad del pueblo, sería bueno que destile todo el odio hacia el alcalde con ellos. Por supuesto, Elena se encargaría de que ese odio se intensifique cada vez más.
Se dirigió a la cocina donde escuchaba a Julio contarle a Isabel una aventura que había tenido en sus vacaciones.
—¿Alguno de ustedes conoce a un niño que le gustaría hacer unas deliciosas galletas?— preguntó sonriendo al entrar en la cocina.
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La venganza de Elena
RomanceBuenos Aires, 1920. Elena Escalante llega al pequeño pueblo de Escalanda, fundado por su bisabuelo 100 años atrás, con el objetivo de enseñar en la escuela local. O eso es lo que todos creen; en realidad busca vengarse por el desprecio que recibió s...