Capítulo 37

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—No sabía que lo extrañaras tanto— le dijo Mariano sentándose a su lado en la banca del parque, provocándole un estremecimiento.

—¿Es mucho pedir que dejes de aparecerte de la nada cuando estoy concentrada en otra cosa?— dijo entre dientes— Un día de estos me provocarás un infarto.

—Recuerdo que una vez me dijiste que tu padre era un cobarde y que nunca le perdonarías que no haya defendido a tu madre de tu abuela— dijo distraído mientras observaba el nombre de Pedro Escalante en la placa de la banca en la que estaban sentados—. Sí que eras dura por esas épocas.

Elena apartó la mirada del boceto que estaba haciendo para mirar a Mariano fijamente. Reprimió la sensación que le causó el tenerlo tan cerca; no podía caer por él.

—Mariano, mi padre fue un gran hombre; con sus errores y sus aciertos— dijo visiblemente enojada—. E incluso, pese a todas las cosas que pudo haber hecho mal, fue mucho mejor persona que tú. Así que no vuelvas a hablar de él, no tienes ningún derecho.

Se levantó tomando sus cosas y empezó a caminar de regreso a su casa, pero no logró avanzar mucho porque Mariano la tomó del brazo provocando que quedaran frente a frente y la besó.

Después de 7 años volvía a sentir sus labios sobre los de ella, era una sensación tan extraña pues era tan familiar y desconocida a la vez. Tardó en reaccionar y tardó aún más en darse cuenta de lo que estaba sucediendo, y pese a que todos sus sentidos le decían lo contrario, se apartó de él.

—Me besaste— dijo confundida por lo que estaba sucediendo.

—Lo hice— dijo colocando su mano en el pequeño mentón de ella—. Y no puedo esperar para volver a hacerlo.

Volvió a besarla pese a que sabía que estaba mal, que debía dejarla en paz, pero ella tenía algo que le impedía alejarse; lo hipnotizaba, se volvía un idiota cuando ella estaba cerca.

—Basta, Mariano— dijo ella alejándose de él, cortando todo contacto existente entre ellos—. ¿Cuánto más quieres lastimarme? ¿No te alcanzó con lo que me hiciste hace 7 años? ¿Qué más quieres de mí?— estaba haciendo un esfuerzo enorme por no romper a llorar ahí mismo, frente a él— Déjame en paz, por favor.

Emprendió su camino a casa nuevamente y esta vez él no la detuvo. El corazón de Mariano latía rápidamente, no sabía si lo habían afectado más sus palabras o el haber probado sus labios después de tantos años; lo que sí supo fue lo que por tantos años había intentado negar sin éxito: Elena era el amor de su vida y lo sería hasta el día de su muerte.

Elena tocaba frenéticamente la puerta de la casa de Magdalena, sabía que ella sería la única que la entendería.

—¿Qué te sucede, por el amor de Dios?— preguntó Demetrio abriendo la puerta y encontrándose a una desesperada Elena— ¿Le pasó algo a los niños?

Elena negó con la cabeza rápidamente, buscando con la mirada a Magdalena.

—Se ha ido a comprar, no tardará en volver— le dijo dándose cuenta de que la estaba buscando—. Ya dime qué ha pasado, mujer.

—Mariano me besó— soltó de repente junto con todo el aire que no sabía que estaba conteniendo—. Dos veces.

—¿Y qué has hecho?— preguntó Demetrio sorprendido, a pesar de que sabía que era algo que tarde o temprano sucedería.

—Nada— dijo Elena escandalizada por su propia actitud—, no hice absolutamente nada para evitar que me besara. Tendría que haberlo sacado en el preciso momento que lo hizo, pero nada. Lo único que quería era que me siguiera besando. Soy una idiota, eres libre de decírmelo.

La venganza de ElenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora