"3 de febrero de 1897.
Hoy Pedro me ha sorprendido trayéndome flores. Fresias blancas, mis favoritas. Me he puesto tan contenta que el bebé no para de moverse. Mi vientre crece cada día más y más, así como aumenta mi cansancio y se reduce mi paciencia.
Sé que la razón de que Pedro me haya traído flores es su madre; ayer he querido cobrarle un trabajo a una clienta y vaya sorpresa me lleve cuando me dijo que semanas atrás había ido a la casa y le había entregado el dinero a mi suegra. La rabia no cabía en mí, encima de ser inútil es ladrona. Pedro no le dijo nada, por supuesto, pero a mí me cansa tanto la situación. Es una mala persona, la quiero lejos de mi hijo.
Pero nada es lo que puedo hacer, debo resignarme a esta vida que me toca. Desearía que ese hombre volviera y se la llevara a su amado pueblo para así ya no tener que verla. Pero sé que eso no va a suceder, así que seguiré cosiendo hasta que el dinero me alcance y sepa que nada le faltará a mi bebé.
Lo único que cambia mi humor es sentir las pataditas, como pequeñas burbujitas en mi panza. No veo la hora de arrullarlo en mis brazos y cantarle canciones de cuna para que se duerma. Paciencia, Elisa. Paciencia. Las cosas mejorarán."
Elena caminaba por las calles del pueblo. Los altos tacones le dificultaban la caminata y supo que había hecho una mala elección. Lo supo cuando trastabilló y casi cae al suelo, hecho impedido por los fuertes brazos que la habían rodeado.
—¿Se encuentra bien, señorita?
—Oui merci. Mala elección de zapatos— dijo sonriendo. No conocía al hombre por lo que su curiosidad fue más fuerte—. No tengo el placer de conocerlo, Elena Escalante— se presentó estirando la mano, la cual fue besada por el desconocido.
—Fausto Pereyra— se presentó el hombre—. Para servirle.
—Oh, ¿es familiar del alcalde?
—Soy el tío. Y usted es la nieta de don Mario, ¿verdad?
—Así es— dijo Elena con una sonrisa fingida—. Un gusto conocerlo, hasta luego.
Elena se dirigió con paso veloz a su hogar. Genial, ahora debería de soportar a dos Pereyra, como si uno ya no fuera más que suficiente. En su casa la esperaba un hombre con un enorme arreglo de flores que extrañó por completo a Elena. El hombre le explicó que su padre y su hermano le enviaban las flores por su cumpleaños; hacía dos semanas le habían hecho el encargo para asegurarse que estuviera a tiempo.
Elena se sorprendió y se contuvo de soltar una lágrima frente a tal gesto; nunca se habían tomado tantas molestias por ella, menos en el día de su cumpleaños. Pese a que Elena nunca había conocido a su madre y que su abuela se había encargado de que la tuviese lo menos presente posible, Elena lloraba todos sus cumpleaños el aniversario de la muerte de su madre. Esa era la razón por la que odiaba celebrar su cumpleaños y por la que casi nadie sabía la fecha de este.
—Feliz cumpleaños, señorita Escalante.— le dijo el hombre encargado de la florería después de dejar el arreglo dentro de la casa por orden de Elena.
—¿Es tu cumpleaños?— gritó Isabel desde el umbral de la puerta— No nos has dicho nada, no te preparamos nada, no has invitado a nadie.
—No festejo mi cumpleaños, Isa. Por eso no lo sabían— tras decir eso, Elena tomó las fresias que encontró en el arreglo, así como había leído en la mañana que eran las favoritas de su madre, y se dirigió a la salida de la casa—. Ahora vuelvo.
Caminó con las flores hacia la capilla del pueblo, esperaba que no hubiera nadie dentro. Necesitaba estar un momento a solas.
Mariano la miraba desde lejos. Había interceptado a Manuel cuando lo vio salir de la casona Escalante después de dejar el arreglo floral.
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La venganza de Elena
RomantizmBuenos Aires, 1920. Elena Escalante llega al pequeño pueblo de Escalanda, fundado por su bisabuelo 100 años atrás, con el objetivo de enseñar en la escuela local. O eso es lo que todos creen; en realidad busca vengarse por el desprecio que recibió s...