—Gracias, cariño, por haberme aceptado esta reunión a estas horas— le dijo Clemont mientras se sentaba en el escritorio de la oficina en la alcaldía de Antonio—; sé que siempre intentas cenar con los niños, pero quería dejar este asunto zanjado cuanto antes.
—Por supuesto, no te preocupes— le dijo ella con una sonrisa en su rostro—; he estado con los niños toda la tarde. Tocamos el piano, leímos historias y preparamos la merienda.
—Me alegro, no puedo esperar a que lo hagamos todos juntos, ¿les has dicho?
—Aún no, quería que estuviéramos juntos para hacerlo— le dijo ella tomándolo de la mano, él la acercó a su boca y la besó.
Elena sonrió porque sabía que con el tiempo llegaría a estar realmente enamorada de Clemont, no podía esperar a volver a Buenos Aires después de la boda para empezar su vida allí.
—Después agradécele a tu hermano de mi parte por habernos prestado su oficina.
Elena asintió y él le pasó dos pilas de papeles, lo cual la extrañó. Leyó el título de cada uno.
—¿Contrato prenupcial?— preguntó ella descolocada, nunca habían hablado sobre algo así.
—Sí, lo siento, cariño. Mi familia insiste; han hecho lo mismo con mis cuñados. No te importa, ¿verdad?
Elena negó con la cabeza no muy convencida y no pudo evitar que las palabras de su hermano se le vinieran a la cabeza. No podía firmar todo eso sin antes leerlo.
—No me molesta, en absoluto. Iré a casa y los leeré tranquila, mañana te los traeré firmados.
A Clemont se le desencajó la expresión del rostro, pero se recompuso inmediatamente.
—¿No confías en mi?
—Plenamente, cariño— le respondió ella rápidamente—, pero mi hermano ha estado insistiendo en leerlos conmigo. Bastante parecidas nuestras familias...
—Bueno, ¿te acompaño a tu casa?— le preguntó él un tanto molesto.
—Si es tan caballeroso, señor— dijo ella entre risas y aceptó la mano que él le extendía. Una vez en su casa, la despidió y la vio perderse en el vestíbulo.
Elena se lamentaba no haber prestado atención a ningún contrato que había firmado durante todos esos años en su negocio. Sabía que había algo extraño, lo presentía pese a no saber buen qué era. Después de dar vueltas por toda la sala de estar, decidió que no podía seguir de esa forma.
Agarró su capa y se cubrió la cabeza, se tomó el segundo vaso de whisky de la noche e ignoró la presión en el pecho que tenía presente. Salió de su casa y se dirigió a donde sabía que encontraría a su hermano: en la casa de Mariano.
—Elena, ¿qué haces aquí?— preguntó Mariano sorprendido de encontrarla en la puerta de su casa.
—¿Está mi hermano aquí?— preguntó sin siquiera saludarlo a él o a Alfredo que también se encontraba junto a la puerta.
—No, no ha venido, ¿te ha sucedido algo? No traes buena cara— le dijo sin poder evitar preocuparse por ella.
Elena no sabía qué hacer, no podía estar un minuto más sin saber qué decía ese contrato que estaba escrito de una forma tan difícil.
—¿Has bebido algo?— preguntó de repente a Alfredo, quien le respondió que no, que recién había llegado.
—¿Me puedes prestar tu despacho?— le preguntó ahora a Mariano— No tomará mucho tiempo.
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La venganza de Elena
RomanceBuenos Aires, 1920. Elena Escalante llega al pequeño pueblo de Escalanda, fundado por su bisabuelo 100 años atrás, con el objetivo de enseñar en la escuela local. O eso es lo que todos creen; en realidad busca vengarse por el desprecio que recibió s...