—¿Cómo que alguien te estaba siguiendo? ¿Le has visto la cara? ¿Cómo era?— preguntó Mariano acercándose a ella.
—No he visto nada— dijo Elena alejándose—. Sólo sé que alguien me estaba siguiendo, lo sentía. A propósito, ¿tú qué haces aquí?
—Tu hermano me ha invitado a cenar— se mofó Mariano, no sintiéndose bienvenido.
—De acuerdo...— dijo Elena pensativa.
—Pero si te molesta siempre puedo irme— dijo Mariano ofendido—. No me quedaré si es así.
—¿De qué estás hablando?— le preguntó Elena prestándole atención.
Antonio carraspeó para llamar la atención de todos, quienes se giraron en su dirección para oírlo.
—A partir de ahora— dijo sabiéndose escuchado—, no irás sola a ninguna parte. Yo te acompañaré a donde sea que tengas que ir, ¿de acuerdo?
—No, Antonio— se negó Elena—. No eres mi guardaespaldas para seguirme a todos lados, no me sucederá nada y, de ser así, no hay nada que tú pudieras hacer.
—No te estaba preguntando, Elena— sentenció Antonio—. Te estaba avisando.
Elena viró los ojos y se sentó en la mesa junto a Mariano, Antonio en la cabecera y a su lado Dolores; Elena sospechaba que algo había pasado entre ellos porque las aguas parecían apaciguadas. Ahora hablaban por lo menos e intercambiaban alguna que otra sonrisa cómplice. Elena se alegró por ellos; sabía que Dolores no le era indiferente a su hermano y se alegraba de que haya encontrado una mujer que también lo ame y que se preocupe por él.
Antonio había cambiado desde su partida de Buenos Aires 8 meses atrás; era una persona más amable, menos grosera y más empática. Elena realmente estaba disfrutando de su compañía y en su mente cruzó por un momento la idea de que él se quedara más tiempo. Pero que él se quedara más, significaba que ella también lo haría; pero ¿a quién quería engañar? Si ella no quería volver a Buenos Aires, su hogar estaba en Escalanda; ya no quería irse, no quería vengarse, estaba cansada de llenarse de odio por culpa de su abuela. Quería ser feliz, se merecía ser feliz.
Elena se encontraba inquieta desde la noche anterior; a su persecución desde la casa de Magdi, se le había sumado el regalo que Mariano le dio después de la cena: un precioso collar de perlas. Pero las perlas traían lágrimas y no podía sacarse esa horrible sensación del pecho de que algo malo estaba por suceder.
Isabel se encontraba a su lado, mirándola con curiosidad; no entendía su malestar, la noche anterior había cenado con Mariano quien parecía haber mejorado las cosas con Antonio. Además, también vio cuando le regalaba un precioso collar de perlas. ¿Qué le preocupaba tanto? ¿Por qué miraba con tanto pánico las casas que iban pasando, como si esperara ver a alguien salir de una de ellas? Y es que lo que Isabel no sabía es que Elena temía ver a Mariano saliendo de una de esas casas.
La duda a Elena la carcomía; ¿la amaba lo suficiente como para dejar a sus amantes? ¿Era ella lo suficientemente complaciente como para que él no buscara saciarse con otra mujer? Aunque debía aceptar la realidad, la fuente de sus dudas y miedos: hacía una semana debía de haber llegado su periodo. Estaba aterrada, ella sabía que no sólo no estaba lista para ser madre, sino que no estaba segura del rumbo que tomaba su relación con Mariano.
Si bien él le había dicho que se casarían cuando terminara todo el embrollo de los sobres rojos, le quedaban sus reservas acerca del alcalde. Sentía que la historia volvía a repetirse, se sentía una puta cualquiera que se había dejado embarazar por un hombre que no la valoraba, no realmente. Aunque a su mente también llegaban las palabras de Mariano, prometiéndole que la amaría sin importar qué, que le enseñaría a amar y que juntos serían felices.
ESTÁS LEYENDO
La venganza de Elena
RomansaBuenos Aires, 1920. Elena Escalante llega al pequeño pueblo de Escalanda, fundado por su bisabuelo 100 años atrás, con el objetivo de enseñar en la escuela local. O eso es lo que todos creen; en realidad busca vengarse por el desprecio que recibió s...