"Amiga querida:
Finalmente lo hice, estoy aquí. Los recuerdos me abruman como no te das una idea, pero siento que no tengo escapatoria. ¿Dónde más podría ir? Sabes que no puedo irme así sin más; los niños merecen estabilidad.
El problema es que esa estabilidad está costando encontrarla con la presencia de Mariano en cada lugar al que miro. Deberías haber presenciado esa escena, Lena, nos volvimos a encontrar en el mismo lugar en el que nos separamos: el porche de la casa de Antonio.
Son tantos los recuerdos en Buenos Aires son tantos los recuerdos aquí, me siento flotando en una nube que sé que me dirige al abismo, pero no me puedo detener. Siento una presión constante en el pecho que me quita la respiración (por favor, no se lo digas a él).
Te extraño tanto, me encantaría que estuvieras aquí pero no soy tan egoísta como para pedírtelo. Así que nos veremos el mes entrante cuando viaje a controlar cómo van las cosas en el taller, sabes que no los puedo dejar solos.
Saludos a todos, los amo."
Terminó de leer por vigésima vez la carta que Elena le había enviado tres semanas atrás y que había recibido la semana anterior. Su amiga la necesitaba y no le iba a fallar, así que el cartel que le daba la bienvenida al pueblo de Escalanda los recibía. Estaba nerviosa, no podía negarlo: volver a enfrentar todo después de tantos años no sería fácil, pero sabía que su esposo no la dejaría desmoronarse.
La fría noche los recibió al bajar del coche, la mansión Escalante se erigía con grandeza frente a ellos; el pueblo había cambiado tanto desde la última vez. Dentro de la casa, podía escuchar distintas voces, parecía una pequeña celebración. Pues perfecto: había llegado el postre.
Estiró su mano y tocó la puerta con sus delgados nudillos, esperaba que la escucharan por encima del ruido.
—Cariño— la llamó su esposo—, llevaré a los niños a la casa, están cansados.
—De acuerdo— le respondió con una sonrisa—, Rosa y yo iremos más tarde.
Vio cómo el auto se alejaba y volvió a tocar la puerta, esta vez un poco más fuerte, empezando a impacientarse.
Le costó reconocer el rostro de la persona que le había abierto la puerta, pero sabía que lo conocía. Intentó buscar sin éxito en la base de datos de su memoria, pero él parecía sí haberla reconocido.
—¿Magdi?— preguntó Mariano confundido al verla después de tantos años.
—Mariano, qué gusto verte— dijo haciéndose paso dentro de la casa sin esperar a ser invitada; en su defensa, se estaba congelando fuera y no podía esperar que a Mariano se le cayera la idea de invitarla a pasar.
—Sí, lo mismo digo— dijo aún sorprendido—. Eres la última persona que esperaba que cruzara esa puerta hoy.
—Imagino que sí— digo con una sonrisa forzada, estaba impaciente—. ¿Dónde está Lena?
—¿Quién?— preguntó Mariano sin saber de quién se trataba.
—¡Tía Lena!— habló la niña que tenía en brazos por primera vez.
Se bajó de los brazos de su madre y se echó a correr a las piernas de Elena, que estaba de espaldas a la extraña situación. Mariano no tenía ni idea de lo que estaba sucediendo. Elena se dio vuelta de inmediato y sus ojos bajaron a la niña que la abrazaba y de inmediato viajaron a su gran amiga.
—No lo puedo creer— dijo abrazando a la pequeña niña—, ¿qué están haciendo aquí?
La pequeña corrió al ver a su adorada prima y se perdieron dentro de la inmensa mansión. Elena no dudó en lanzarse a los brazos de su amiga.
ESTÁS LEYENDO
La venganza de Elena
RomanceBuenos Aires, 1920. Elena Escalante llega al pequeño pueblo de Escalanda, fundado por su bisabuelo 100 años atrás, con el objetivo de enseñar en la escuela local. O eso es lo que todos creen; en realidad busca vengarse por el desprecio que recibió s...