"Buenos Aires, 20 de abril de 1920.
Querida hermanita:
A partir de ahora, sólo escríbeme a mí; la abuela y padre han peleado por causa de tu carta. Padre la acusa de haberte llenado la cabeza y de que no disfrutarás tu estadía por su culpa. Así que yo me encargaré de decirles que estás bien y demás.
Por otro lado, ¿cuánto tiempo crees que tardaremos en tomar la alcaldía? Por lo que me has contado se pueden hacer muchas cosas para sacar a este Pereyra del puesto. Me alegra saber que no estás sola en esa casa.
Hazme saber cuándo creas que sea oportuno que vaya, hasta entonces, me despido. Cuídate y no dejes que ese Pereyra te falte el respeto, recuerda quién eres y de dónde vienes.
Antonio."
Elena sonrió al terminar de leer la carta de su hermano; él, a su forma, siempre la había cuidado. No como Elena lo necesitaba, pero sí de la mejor forma que pudo. Recordar de dónde venía siempre la devolvía a su eje. Porque Elena Escalante no era quién todo el mundo creía conocer; nadie sabía las cosas por las que había tenido que pasar cuando era niña, antes de que Mario Escalante apareciera en sus vidas cuando ella tenía 10 años.
Elena y toda su familia habían sufrido miserias en los primeros años de su vida; el trabajo de Pedro no alcanzaba para cubrir las necesidades de todos. Luego de la muerte de la madre de Elena no había sido fácil poner un plato en la mesa todas las noches.
Elisa Escalante era una reconocida modista que trabajó hasta el día antes de su muerte, contribuyendo de forma importante a la casa. Con su aporte y el de Pedro podían vivir bien. Pero luego de su muerte, sólo quedaba Pedro ya que Elvira se había convertido en una mujer casi inútil que no podía aportar nada; la echaban de sus trabajos y siempre encontraba algo en lo que derrochar el dinero. Además, al fallecer Elisa habían tenido que contratar a una nodriza para que amamantara a los niños.
Elena y Antonio muchas veces habían tenido que irse a dormir con el estómago vacío porque el dinero no alcanzaba para comer. Hasta que Pedro encontró un trabajo en el que realmente prosperó y las miserias empezaron a ser cada vez menos; tenían un plato de comida todos los días, ropa nueva e incluso habían empezado la escuela. Elena amaba ir a la escuela, pero lo que más le gustaba eran las clases de costura, de alguna forma había heredado el don de Elisa y le fascinaba saber que tenía algo parecido con su madre.
Pero, con el tiempo, Elvira la fue desalentando tanto hasta que ya no quiso ni coser su propia ropa. Era tanto el desprecio que Elvira le había tenido a su nuera que no podía permitirse ver nada de ella en su nieta, que se había convertido en su protegida. La alejó todo lo que pudo de la imagen de su madre hasta que ya no quedó de ella más que los rasgos físicos y Pedro estaba tan ocupado con este nuevo trabajo que, cuando se dio cuenta de la situación, ya era demasiado tarde. Su madre había hecho de su hija un ser frío y sin sentimientos que no sabía lo que era el amor. Tampoco pudo hacer nada para impedir que su hija se fuera al extranjero y así no verla por seis años.
—Señorita Elena— la voz de Carmela interrumpió sus pensamientos cuando entró en la habitación en la que ella se encontraba—, iré al mercado a comprar algunas cosas que faltan, ¿precisa algo en específico?
—No, Carmela, vaya tranquila.
—¿Cómo le fue hoy en la escuela? Se ve agotada. ¿Quiere que le prepare la bañera antes de irme?
—Yo lo haré— respondió al darse cuenta de que era una excelente idea—. Y me fue muy bien en la escuela, gracias por preguntar.
Elena sonrió al pensar en su nuevo trabajo; tenía 15 alumnitos que se habían robado su corazón desde el primer día cuando la recibieron con unas flores cortadas del jardín. La mayoría de los niños provenía del barrio donde vivían Carmela e Isabel, y Elena sospechaba que no siempre había comida en sus casas. Por lo que se había comprometido en comprar comida y cocinarles todos los días para que, por lo menos, tengan una comida y un desayuno en la escuela. Se levantaba todos los días a las 6 de la mañana y les horneaba pan o galletas y cargaba un bidón de leche en su auto, ese era el desayuno de los niños. En cuanto llegaba a la escuela, repartía la leche y el pan o las galletas en las mesas para que los niños desayunaran.
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La venganza de Elena
RomanceBuenos Aires, 1920. Elena Escalante llega al pequeño pueblo de Escalanda, fundado por su bisabuelo 100 años atrás, con el objetivo de enseñar en la escuela local. O eso es lo que todos creen; en realidad busca vengarse por el desprecio que recibió s...