Capítulo 34

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—¿Cómo te atreves a decir semejante ridiculez, Mariano?— preguntó Elena enojada apartándose de golpe de él. 

—Quiero que me digas la verdad— dijo agarrándola fuerte del brazo.

—Suéltame en este preciso instante, Mariano— bramó con una voz que él nunca le había escuchado. La soltó inmediatamente y la vio perderse al entrar en la casa. Suspiró; lo había arruinado todo con su mal temperamento.

Elena no había logrado conciliar el sueño en toda la noche; la escena vivida con Mariano la había dejado aturdida. Se decidió a levantarse; no podía darse el lujo de quedarse todo el día en la cama, tenía hijos de los que ocuparse. Se vistió con un sencillo traje; no se sentía inspirada.

Al bajar las escaleras con los niños, supo que algo no andaba bien; Dolores tenía un mal semblante y se abanicaba sentada en el sillón.

—¿Qué te sucede?— le preguntó preocupada— Niños, vayan a la cocina— les indicó a sus hijos—. Ahora voy a prepararles el desayuno.

Los niños asintieron preocupados por su tía y corretearon a la cocina. Elena se acercó a Dolores y se agachó a su altura.

—¿Qué tienes?

—Tengo la panza dura, no me siento muy bien.

—Bien, dime quién es tu partera, cómo la llamo, dónde la busco— preguntó intentando mantener la calma.

—Vive a dos calles de aquí, es una casa de ladrillos pequeña. La reconocerás con facilidad. Es hacia la izquierda, pero si no la encuentras pregúntale a alguien, todos aquí la conocen.

—De acuerdo, ¿quieres que te acompañe a tu habitación?

Dolores asintió y, al levantarla, Elena se dio cuenta que la bolsa se había roto; el bebé estaba en camino. Dolores abrió los ojos al darse cuenta de que estaba por tener al bebé.

—Quédate aquí quieta que iré a buscarla de inmediato.

Elena salió corriendo de la casa; necesitaba hallar a la partera con urgencia. Necesitaba ayuda, sabía que ella sola no podía ayudarla. Corría con urgencia. Finalmente llegó a la casa y avistó a la partera en la puerta; el problema era que la partera era una señora de 60 años que Elena dudaba que pudiese ayudarla a mover a Dolores. Le pidió que se dirigiera a la casa mientras ella corría para llegar más rápido.

Para su mala suerte, como siempre, Mariano aparecía en su radar de visión. ¿Tenía un radar para saber dónde estaba ella acaso? ¿Tenía un radar para encontrarla justo en el momento que se encontraba, nerviosa, transpirada y mal vestida?

—¿Qué tienes?— le preguntó cuando Elena se paró frente a la casa y dejó de correr.

—Dolores tendrá al bebé, Antonio salió de viaje en la mañana temprano y la partera tiene unos 80 años y llegará a la casa cuando el niño cumpla 3 años. Además, tengo que mover a Dolores a su habitación porque no puede parir en el medio de la sala con los niños mirando. Oh, sí, porque también tengo 3 niños de 5 y 6 años deambulando por la casa— dijo con rapidez sin tomar aire entre las palabras.

Mariano la tomó por los hombros y la sacudió suavemente.

—Elena— le dijo con voz suave—, tranquilízate. Déjame que te ayude, yo venía a chequear cómo estaban; Antonio me lo pidió en la noche. Por favor, déjame ayudarte.

—No quiero tu ayuda— dijo Elena recordando la forma en que la había tratado la noche anterior. Se zafó de su agarre e intentó entrar en la casa, pero la detuvo.

—Elena, por favor. Lamento la forma en la que te traté anoche, realmente lo hago y no sé ni cómo pedirte disculpas. Pero esta también es mi familia y pienso ayudar, tú no me lo impedirás— dijo con voz fuerte.

La venganza de ElenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora