—¿Qué le has hecho a Dolores?— preguntó Elena entrando en la habitación de su hermano.
Había pasado una semana desde la llegada de Antonio a Escalanda, en donde las cosas se habían agitado al saber de la presencia del heredero de Mario Escalante, quien, además, era la viva imagen de su abuelo; no sólo físicamente sino espiritualmente. Tenía el mismo caminar de su abuelo, pero también tenía su mismo carácter y simpatía.
Mariano estaba preocupado: pensó que el pueblo lo despreciaría, así como hicieron y hacían con Elena, pero no. No paraba de escuchar comentarios sobre lo agradable que era Antonio Escalante, en tan solo una semana se había ganado el apoyo de los habitantes. Necesitaba casarse con Elena lo más pronto posible; una vez que tuviera todas las propiedades de ella, nadie podría sacarlo de la alcaldía.
Las cosas entre Antonio y Dolores no habían hecho más que enturbiarse; Dolores lo ignoraba por completo, al punto que la noche que había preparado la cena, "olvidó" preparar una porción también para Antonio. Elena miraba de lejos la situación y tardó poco en darse cuenta de que algo había sucedido entre ellos, pero como Dolores se había negado a contárselo, había tenido que recurrir a su hermano.
—Te juro que no le he hecho nada— se defendió Antonio—. Dijo algo de que yo no le prestaba atención y eso. Admito que el día que llegué, me dediqué a ti, pero no puede culparme por eso.
—Pues claramente no es por eso, tonto— dijo Elena virando los ojos—. A ver, dime, ¿has hablado con ella durante estos meses?
—Esporádicamente...
—Entonces, le dices que la amas y que la ayudarás y, sin embargo, dejas de hablarle y vienes sólo cuando ella te dice que yo estoy en problemas. ¿Qué te dice tu inteligente cerebro sobre eso?
—Que he sido un idiota— acepta Antonio—. ¿Qué debo hacer?
—Tienes que demostrarle que realmente la amas, que no eres igual a todos los otros que le han prometido que la ayudarían. ¿Entiendes? Demuéstrale que tus promesas no están vacías. Pero has algo, por el amor de Dios, que ya no los soporto.
Elena salió de la habitación, para poco después salir de la casa. Se dirigió a la alcaldía y entró.
—¿Qué haces aquí?— preguntó Mariano con una sonrisa en su rostro que no demostraba lo que realmente sentía; estaba estresado y su escritorio estaba lleno de papeles por revisar.
—Mi sexto sentido presintió que me necesitabas— dijo Elena acercándose a él para besarlo suavemente—. ¿Quieres que te ayude?
—Me encantaría, pero todos necesitan de mi firma y sabes que no puedo firmar algo sin leerlo antes. A menos que quieras preparar café...
—Enseguida te preparo— dijo agarrando la cafetera—. En realidad, te confesaré que he huido de mi casa.
—¿Qué ha pasado?— preguntó Mariano sin apartar la vista de los papeles.
—Vivo con demasiadas personas— se quejó—. Dolores y Antonio no se hablan y nos hacen sentir incómodas al resto y Carmela me odia desde que arruiné el "compromiso" de Isabel.
El boticario sabía que no le esperaban cosas buenas después de la escena que había montado con Elena, menos después de ver cómo el alcalde la rescataba. Se había metido con la puta equivocada, así que no le quedó más opción que huir; no iba a enfrentar al alcalde y todos sus amigos; lo mejor sería empezar en otro lado donde nadie lo conociera.
Y eso fue lo que se encontró Carmela cuando lo fue a buscar para que no cancelara el compromiso con Isabel, pero él ya no estaba. Carmela estaba furiosa con Elena, pero no se podía dar el lujo de abandonar la casa, además de que su hija no se lo perdonaría si le quitaba su trabajo en la escuela.
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La venganza de Elena
RomanceBuenos Aires, 1920. Elena Escalante llega al pequeño pueblo de Escalanda, fundado por su bisabuelo 100 años atrás, con el objetivo de enseñar en la escuela local. O eso es lo que todos creen; en realidad busca vengarse por el desprecio que recibió s...