Capítulo 32

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—¿Qué ha pasado? ¿Por qué él estaba con Amélie?— preguntó Dolores ayudando a Elena a salir del shock que le había provocado ver a Mariano por primera vez, después de tanto tiempo, y en el exacto lugar donde se habían separado 7 años atrás.

—Él... él la encontró en la calle y la trajo aquí para que... para que Antonio se hiciera cargo. No sabía que era mi hija, no sabía que yo estaba aquí. Yo creí que después de tantos años...

—Elen, tranquila, estás temblando— le dijo Dolores sosteniéndole las manos—. Lo que ustedes vivieron fue muy fuerte y es normal que te sientas así al verlo después...

—¿De qué estás hablando, Dolo?— la interrumpió recomponiendo el gesto— Mariano no significa nada para mí, ya no. Él sólo me engañó, no lo olvides. Él no es nada para mí, dejó de serlo en el momento en que tú me dijiste lo que había planeado.

—Entonces, ¿por qué estás así? Si, según tú, él ya no significa nada.

—Porque mi hija se perdió y después de tantos años tuve un gran descuido. Es eso, Dolo.

Dolores desconfió de la palabra de su cuñada, pero sabía que no debía seguir insistiendo, no después de haberle ocultado eso durante tantos años. Sabía que debía contárselo, pero antes debía consultarlo con su marido. Decidió no seguir perturbándola por el resto del día.

Al día siguiente, la mansión Escalante se vestía de fiesta para la gran bienvenida de Elena. Pese a su oposición a que hicieran una fiesta en su honor, su hermano y su cuñada insistieron en que era necesario por lo que tuvo que aceptar sin remilgos. Antonio admiraba la mujer en la que se había convertido su hermana; era una gran madre y sabía que ya no debía preocuparse por su imagen, que su hermana ya era una mujer hecha y derecha. Su padre había hecho un gran trabajo.

—Esa es una bonita canción— dijo Antonio observándola tocar el piano.

—Gracias, es una canción tanguera de hecho.

—¿Sigues yendo a los cabarets a bailar tango? Creí que eras una mujer decente.

—¿Y qué te hace creer que no lo soy?— sonrió negando con la cabeza; su hermano nunca cambiaría— Además, Augusto me lleva de vez en cuando.

—No sonaba como un tango, de todos modos...

—No, porque se la escuché a Gardel e imagina lo que fue para mí un tango en francés. Así que hice mis averiguaciones y llegué a la versión original, que es la que estaba tocando.

—Podrías cantarla esta noche en la fiesta. Podemos llevar el piano a la sala, nosotros lo tenemos aquí porque nadie toca, pero si tú y Vincent lo hacen, podemos llevarlo allí.

—Es tu casa, hermanito. Haz lo que más te guste, yo debo ponerme a trabajar; se viene la temporada primavera-verano y yo no he pensado en ningún boceto— dijo levantándose del banco del piano y retirándose de la habitación.

Sabía que los niños dormían plácidamente, así que decidió salir. Hacía días que debía tener esos bocetos terminados pero ninguna idea surgía. Sus manos parecían negadas a dibujar desde que había empezado a planear el fatídico viaje a Escalanda. Se sentó en uno de los bancos de la plaza que su hermano había instalado. La mayoría de ellos estaban distribuidos por todo el lugar y tenían alguna dedicatoria hacía alguien fallecido. Elena acarició la que pertenecía a su banco y suspiró; realmente lo extrañaba.

Sentirse cerca de esa persona la inspiró para su nuevo diseño; sabía que el verano se venía caluroso en la ciudad y tenía que hacer algo funcional pero fabuloso para seguir con su racha exitosa. La pollera apenas por debajo de la rodilla, el chaleco inspirado en los últimos diseños de Coco Chanel y el pequeño sombrero que prometía llegar para quedarse.

La venganza de ElenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora