Capítulo 17

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Elena se despertó temprano y se preparó para emprender viaje a la ciudad. Aún no podía creer los sucesos de la noche anterior ni cómo se había visto envuelta en una situación como esa. Pero debía ayudar a esa mujer, sabía la condena que le esperaba si no lo hacía. Salió de su habitación con el baúl en la mano y divisó a Milagros, ahora Dolores, en la cocina con el camisón que ella le había prestado la noche anterior. Dolores no había podido pegar un ojo en toda la noche porque cada vez que lo hacía se le venía a la mente la imagen de Horacio con el disparo en la cabeza. Además, temía que la policía la encontrara; necesitaba salir de ese pueblo con urgencia.

Elena le entregó un baúl con ropa para que se vistiera y la ayudó con la peluca. Sin el maquillaje, con el pelo de otro color y ropa tan elegante no parecía ella, y por un segundo tuvo la esperanza de que toda esa mentira podía llegar a funcionar. Ambas desayunaron en silencio y Elena le indicó que era hora de irse. Buscó el auto y lo metió en la parte trasera de la casa, donde ayudó a Dolores a esconderse entre los baúles para que nadie la viera salir con ella. Elena se subió al auto y empezó a manejar fuera del pueblo.

20 minutos después, cuando se supo fuera del pueblo y sus alrededores, le indicó a Dolores que podía salir de su escondite y sentarse a su lado. Así lo hizo, sorprendida del extraño carro que ahora la llevaba; ella nunca se había subido en algo semejante.

—¿Te sientes cómoda?— le preguntó Elena a lo que Dolores asintió— Ahora iremos a mi hogar con mi familia, diremos que tu cliente te pegaba y yo te quise ayudar, ¿de acuerdo? No puedes decir que yo voy al burdel a bailar tango.

—No diré nada. Así que era la mismísima Elena Escalante la misteriosa mujer que tenía loco al alcalde...

—¿Qué has dicho?— le preguntó Elena con 3 tonos más rojos en su rostro.

—Oh, por favor. Sabes que está loco por ti, siempre está mirándote y baila contigo como no baila con ninguna otra. De hecho, desde que tú llegaste sólo ha bailado contigo, ¿no lo sabías?— le preguntó y Elena negó con la cabeza— ¿Qué traes con él? Pensé que se odiarían...

—Lo hacemos— dijo Elena bajó la confusa mirada de Dolores—. Es complicada la relación, se supone que debo odiarlo y destruirlo, pero...

—Pero estás enamorada de él.

—Claro que no estoy enamorada de él. Es imposible que me enamore. Además de él, con esa sonrisa de autosuficiencia, sus feos ojos verdes y su extremadamente suave piel... sus labios... Basta, Dolores, me haces decir cosas que no quiero.— dijo Elena sin poder creer las palabras que habían salido de su boca.

—Estás enamoradísima de él, y él de ti, ¿por qué no están juntos?

—Él no está enamorado de mí, ni yo de él— dijo Elena seria—. Cuéntame de ti.

—De acuerdo— suspiró Dolores—. Nací en Escalanda, mi madre venía de una familia muy pobre y accedió a casarse con el dueño de un puesto en el mercado para mejorar su situación económica. Mi madre quedó embarazada de mí y mi padre murió a los meses que yo nací; era muy viejo así que mi madre se lo esperaba. Ella tenía 17 años, un bebé y un puesto que mantener. No ganaba mucho, pero lo suficiente para darnos de comer, pero luego enfermó y murió. Yo me quedé sola a los 15 años sin saber qué hacer porque habíamos vendido el puesto para pagar sus medicinas. Así que me metí en el burdel... el resto ya lo sabes.

—Lamento que hayas tenido que pasar por esa situación— le dijo Elena con una sonrisa de lástima—. Yo te puedo ayudar a que ya no tengas que trabajar ahí, claro, si es lo que deseas.

—Después de todo lo que pasó, sé que no puedo estar ahí. Cuéntame de ti, sólo sé lo que las malas lenguas dicen.

—Es justo— rio Elena—. Yo nací en la ciudad, mi madre murió dándonos a luz a mi hermano y a mí así que mi abuela nos crio prácticamente. Fuimos muy pobres durante los primeros años, pero después mi padre consiguió un trabajo que mejoró un poco más nuestra calidad de vida. Pero no era mucho. Después Mario enfermó y fue a la ciudad para curarse, mi abuela se enteró y fue a buscarlo. Lo llevó a mi casa y utilizó toda su fuerza de voluntad para curarlo. Él nunca se repuso del todo, pero sí lo suficiente como para vivir otros 10 años; en los que se encargó de comprar propiedades en la ciudad, mandarnos a estudiar a mi hermano y a mí y todas esas cosas. Yo no me llevaba bien con él así que ambos estuvimos de acuerdo en que fuera a estudiar a París. Estudié para ser maestra y aquí me ves.

La venganza de ElenaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora