Le di de nuevo una mirada al espacio vacío detrás de él y algo en mi estómago se movió. Estaba segura de que no era la fierecilla, porque justo en ese instante permanecía muy quieta, como a la expectativa de lo que pudiese pasar.
Me acerqué y subí a la motocicleta, no sin antes asegurarme de que la bolsa con el estuche de mi cámara iba en perfectas condiciones.
— Sujétate —me ordenó y miró sobre su hombro para ahondar en su petición.
Estaba un poco agradecida de que ambos tuviéramos los cascos puestos, pues una parte de él cubría mis mejillas y escondía el traicionero rubor que seguramente las estaba pintando. Llevé ambas manos a los laterales del asiento en el que estaba, pero Joseph no se movió.
— ¿Qué haces?
— Me sujeto, como dijiste.
Su risa fue como uno de los destellos del sol que apenas se empezaba a vislumbrar esa mañana.
— Sujétate a mí —especificó.
— Ah.
Trémulas, mis manos viajaron hasta la altura de su cintura y sujetaron con fuerza su chaqueta. No sabía por qué, pero abrazarlo se sentía erróneo, así que me limité a dejar las manos a sus costados.
Él se río por lo bajo ante mi acto, pero no dijo nada y encendió la moto con nosotros dos sobre ella.
— ¿Te gustan las motocicletas? —me preguntó antes de arrancar.
— Realmente no tengo una opinión sobre ellas.
— A Caleb no le gustan —dijo y entonces empezamos a andar— ¡Ah! Eso me recuerda, dijo que le encantaría conocerte.
— ¿Cómo dices? —Era un poco difícil escucharlo mientras conducía su motocicleta, pero debido a que la ciudad estaba casi deshabitada, no me suponía un gran problema.
— La idea que tuvo Sharon —aclaró.
— Ah, claro, pues... en ese caso, suena genial.
— Te va a agradar, es muy buena persona —me contó, mientras dábamos vuelta en una calle en la que tuve que sujetarme a él con más fuerza. Estaba segura de que dejaría su chaqueta arrugada por lo mucho que apretujaba la tela entre mi puño.
— ¿Tratas de hacer lo mismo que Sharon?
— ¿Qué cosa? —la nota de confusión en su voz no me pareció falsa.
— Buscarme pareja.
Él volvió a reír, y pude notar cómo la espalda se le sacudió ligeramente.
— ¿Sharon hace eso?
— Lo está haciendo, estoy segura —deduje y aunque él no me veía, asentí.
— Pues juro que no lo hago con esa intención —bajó la velocidad de la moto para dar una vuelta cerrada.
— ¿Y cómo puedo creerte?
Se rió de nuevo.
— ¿No basta con que lo haya jurado?
— No tanto.
Volvió a retomar la misma velocidad cuando la pequeña callejuela se extendió recta ante nosotros.
— Bueno, creí que a lo mejor ya tenías pareja —admitió.
— ¿Y qué te hizo pensar eso? —quise burlarme, el último chico con el que había salido había sido hacía más de año y medio.
— Eres linda —se encogió de hombros, con obviedad—, no veo por qué no.
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Manual de lo prohibido
Romance"Volví a posar mis ojos en su figura, dándome cuenta de que cada esfuerzo por no mirarlo se convertía en un fracaso inmediato; era como si me tapara los ojos con las manos pero alcanzara a ver a través del espacio entre los dedos. Quería mirarlo tod...