Capítulo 4

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Le di de nuevo una mirada al espacio vacío detrás de él y algo en mi estómago se movió. Estaba segura de que no era la fierecilla, porque justo en ese instante permanecía muy quieta, como a la expectativa de lo que pudiese pasar.

Me acerqué y subí a la motocicleta, no sin antes asegurarme de que la bolsa con el estuche de mi cámara iba en perfectas condiciones.

— Sujétate —me ordenó y miró sobre su hombro para ahondar en su petición.

Estaba un poco agradecida de que ambos tuviéramos los cascos puestos, pues una parte de él cubría mis mejillas y escondía el traicionero rubor que seguramente las estaba pintando. Llevé ambas manos a los laterales del asiento en el que estaba, pero Joseph no se movió.

— ¿Qué haces?

— Me sujeto, como dijiste.

Su risa fue como uno de los destellos del sol que apenas se empezaba a vislumbrar esa mañana.

— Sujétate a mí —especificó.

— Ah.

Trémulas, mis manos viajaron hasta la altura de su cintura y sujetaron con fuerza su chaqueta. No sabía por qué, pero abrazarlo se sentía erróneo, así que me limité a dejar las manos a sus costados.

Él se río por lo bajo ante mi acto, pero no dijo nada y encendió la moto con nosotros dos sobre ella.

— ¿Te gustan las motocicletas? —me preguntó antes de arrancar.

— Realmente no tengo una opinión sobre ellas.

— A Caleb no le gustan —dijo y entonces empezamos a andar— ¡Ah! Eso me recuerda, dijo que le encantaría conocerte.

— ¿Cómo dices? —Era un poco difícil escucharlo mientras conducía su motocicleta, pero debido a que la ciudad estaba casi deshabitada, no me suponía un gran problema.

— La idea que tuvo Sharon —aclaró.

— Ah, claro, pues... en ese caso, suena genial.

— Te va a agradar, es muy buena persona —me contó, mientras dábamos vuelta en una calle en la que tuve que sujetarme a él con más fuerza. Estaba segura de que dejaría su chaqueta arrugada por lo mucho que apretujaba la tela entre mi puño.

— ¿Tratas de hacer lo mismo que Sharon?

— ¿Qué cosa? —la nota de confusión en su voz no me pareció falsa.

— Buscarme pareja.

Él volvió a reír, y pude notar cómo la espalda se le sacudió ligeramente.

— ¿Sharon hace eso?

— Lo está haciendo, estoy segura —deduje y aunque él no me veía, asentí.

— Pues juro que no lo hago con esa intención —bajó la velocidad de la moto para dar una vuelta cerrada.

— ¿Y cómo puedo creerte?

Se rió de nuevo.

— ¿No basta con que lo haya jurado?

— No tanto.

Volvió a retomar la misma velocidad cuando la pequeña callejuela se extendió recta ante nosotros.

— Bueno, creí que a lo mejor ya tenías pareja —admitió.

— ¿Y qué te hizo pensar eso? —quise burlarme, el último chico con el que había salido había sido hacía más de año y medio.

— Eres linda —se encogió de hombros, con obviedad—, no veo por qué no.

Manual de lo prohibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora