Capítulo 24

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Abrí los ojos y el dolor de cabeza taladró con intensidad mi cerebro haciendo que los cerrara de nuevo. Me moví un poco y traté de abrirlos otra vez, pero el malestar se agudizó en cuanto la luz del día chocó con mis pupilas.

Desorientada, me esforcé por ordenar los recuerdos del día anterior, pero sentía que todo era un revoltijo de imágenes y sensaciones en mi cabeza que no estaba segura de haber vivido con certeza. Tomé la sábana y me escondí de la luz esperando que el dolor disminuyera un poco, pero cuando el dulce perfume rozó mi nariz fue como si me despabilara. De pronto, las imágenes y palabras que antes parecían solo piezas de un rompecabezas incompleto comenzaron a tener sentido en mi cabeza. Todo comenzó a armarse.

El bar.

El espejo.

Joe.

Su motocicleta.

Sus brazos.

El beso.

Sharon.

Tan pronto todo tuvo sentido, el recuerdo llegó a mi mente más nítido de lo que me hubiera gustado. Hice a un lado las sábanas con desesperación y fijé mi vista en cada espacio de la habitación. Sabía que no era mía, la guitarra negra colgada de lado derecho y la decoración azul de las paredes lo hacían evidente.

La cama sobre la que me encontraba estaba ligada a un vacío en mi memoria que no lograba conectar con el momento previo a ello, porque lo último que recordaba era haberme derrumbado sobre el piso del baño. Lamentablemente para mí, ninguna de las imágenes que mi mente me lanzaba habían sido creadas por mi subconsciente en una nefasta pesadilla, sino que cada una de ellas era tan real como el mismo sol. Los labios rosados y rellenos de Joe que podía describir a simple vista con características físicas, ahora estaban tatuados en mi ser como labios de suave textura y sabor a menta y chocolate, porque el día tenía mil cuatrocientos cuarenta minutos y durante uno de ellos, los labios de Joe me habían pertenecido.

Me llevé ambas manos al rostro con la intención de disipar lo que sentía, pero era como si mi cerebro estuviese roto en pedazos que me eran imposibles de unir, como si mi corazón fuera un agujero negro en mi pecho que succionaba todo menos el dolor. Me sentía fatal, tanto física como emocionalmente. Aún así, salí de la cama y me dirigí al apartado del baño; al llegar, tuve que sujetarme con fuerza del lavamanos porque creí que caería, el piso bajo mis pies se movía como si cambiara constantemente de alineación. Eso me trajo un recuerdo de la noche anterior, cuando la sensación de mareo me pareció tan familiar y tuve la sensación de que estaba volando y que Joe me sostenía. Había sido una idiota.

Lavé mi cara y acomodé mis cabellos lo mejor que pude, luego de que me vi con un mejor aspecto decidí que tenía que salir corriendo de este lugar y rogaba al cielo no encontrarme con Joe afuera de la habitación. Busqué mi bolso entre los rincones hasta que lo vi sobre una silla y lo tomé sin detenerme a pensar cómo había llegado hasta ahí porque no recordaba nada de él anoche.

Armada con un valor que realmente no tenía, me dirigí hacia la puerta de la habitación y giré la perilla, me di cuenta de que temblaba hasta que mis nudillos sobre el metal se volvieron blancos cuando la luz del exterior, horrorosamente encandilante, me dio de lleno en el rostro. Quise bajar la mirada y esconderla de la claridad sofocante, pero mis ojos se quedaron atrapados en los de Joe, que me miraba desde lo que parecía la cocina de su departamento. Fue un momento que me pareció eterno, un instante en que el universo decidió devolverme el mal karma por lo que había hecho porque yo, que quería escapar de su presencia, había quedado contenida por sus ojos. Su mirada me atravesó hasta el pecho, dejando una daga directo en mi corazón como si fuera capaz de soportar más dolor. En ese momento, incluso algo tan cotidiano como respirar no parecía ser precisamente la tarea más sencilla del mundo.

Manual de lo prohibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora