Capítulo 7

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— Bue-bueno, nada importante. Fotografías —me encogí de hombros.

— ¿Las que tomaste ayer?

— Ajá.

— ¡Quiero verlas! —exclamó entusiasmada.

Por instinto, sujeté con más fuerza el sobre entre mis manos, produciendo arrugas en el papel y haciéndolo crujir.

— Eh... no son muy buenas, Shar —tartamudeé.

— ¿Cómo no van a ser buenas? Eres una excelente fotógrafa. Anda, muéstramelas —insistió e intentó arrebatarme el sobre.

Lo llevé inmediatamente a mi espalda, resguardándolo. No entendía por qué me costaba demasiado enseñarle las fotos y decirle que el rostro de su novio se había fugado en algunas cuantas, ¿qué de malo había en eso si todo había sido un accidente? Y aunque no lo hubiera sido, sabía que Sharon podía entender el hecho de que hubiera querido fotografiarlo. El chico era apuesto.

Pero no podía.

Y no sabía por qué.

— Ah, mañana. Mañana te las muestro, hoy estoy muy cansada. Además, aún tengo que eliminar bastantes, hay muchas que no me gustan —me excusé.

— Hay algo ahí que no quieres que vea, ¿cierto? —adivinó, porque ella me conocía muy bien.

El corazón me dio un brinco ansioso y las manos comenzaron a sudarme. La sensación desagradable de culpa me invadió con rapidez, me sentía como el delincuente cuando es interrogado por un delito, a punto de ser descubierto.

— Claro que hay, fotos horrendas que no merecen ser vistas. Dame un minuto, las ordeno y te las muestro, ¿está bien? —me escuché decir nerviosa.

— Yo también quiero verlas —anunció Joseph, que en todo el rato sólo había estado pendiente de la plática entre Sharon y yo.

— Eh... sí. Denme un segundo, ya vengo —me escabullí hasta mi habitación y cerré la puerta tras de mí, sin esperar alguna respuesta.

Con las piernas cruzadas, me senté al centro de la cama y puse el sobre frente a mí. Lo observé un momento antes de volver a tomarlo para sacar las fotografías y, cuando finalmente deslicé las imágenes fuera, mis ojos viajaron de inmediato al rostro que las adornaba. Joseph era atractivo, pero su rostro ahí impreso parecía una obra de arte. Cada pequeño detalle de su rostro era hermoso de alguna manera.

Revisé todas las fotografías, una y otra vez.

— Maldición —farfullé.

De las diecisiete fotografías que había tomado, seis de ellas eran simples y, a comparación de las que tenían a Joseph en ellas, eran imágenes insulsas, sin ningún atractivo en particular. Junté las seis fotografías e hice un mohín, Sharon había notado el grosor del sobre y llevarle sólo seis fotos resultaba un poco ilógico.

Suspiré y tomé las otras once fotografías para guardarlas en el cajón de mi escritorio, debajo de todo el montón de papeles que había puesto ahí, luego, salí de la habitación con las seis fotos en la mano sin ninguna otra excusa en la cabeza y esperando no encontrar alguna escena que me hiciera sentir la necesidad de cubrirme los ojos para no mirar.

Afortunadamente, Sharon y Joseph solo hablaban, pero mis ojos fueron inmediatamente a la unión de sus manos y la manera en la que sus dedos jugaban con los del otro. Traté de no prestarle atención a la irritante sensación que tenía junto a los latidos aplomados de mi corazón y desvié la vista.

— Aquí están —me acerqué a la sala y le pasé las fotos a Sharon, pero en cuanto las recibió, ella frunció el ceño.

— ¿Sólo estas? Estoy segura de que tomaste más.

Manual de lo prohibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora