Capítulo 11

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El haz de luz que se infiltró por la puerta ahora abierta iluminó un poco la habitación. Parpadeé confundida y sobresaltada. Estaba segura de que aún no eran las ocho de la noche como para que Sharon estuviera aquí, ¿o lo eran?

— ¿Por qué está tan oscuro? —preguntó y luego las luces me cegaron por completo.

Parpadeé de nuevo, atolondrada y mucho más confundida que antes.

— Estábamos viendo una película de terror —explicó Joseph y su voz sonó mucho más lejana que hacía unos minutos. Cuando lo busqué con la mirada, me di cuenta de que, en efecto, él ya no estaba a mi lado, sino que ahora se encontraba en el sofá continuo, sentado a la mitad de éste.

Me pregunté en qué momento se había alejado tan rápido.

— ¿En serio? ¿Cuál? —cuestionó Sharon, tratando de ver hacia el televisor para descifrar a qué filme pertenecían las escenas.

Joseph me miró, esperando que respondiera.

— Ah... espera un segundo —le dije a ella y pausé la película para buscar su título—. Shutter.

— ¿La película taiwanesa?

Asentí.

— Yo no sabía que eras masoquista, Abby —bromeó Sharon, y sólo entonces, cuando mencionó mi nombre, pude espabilarme un poco más—. Esa película es aterradora —musitó haciendo un mohín—, ¿por qué la elegiste?

— Estaba aburrida —me encogí de hombros—, y el día era perfecto para una película de estas —dije y eché un vistazo al reloj de gato.

Ella soltó una risotada.

— ¿Qué haces en casa tan temprano? —quise saber, porque aun faltaba media hora para su habitual hora de llegada— No es que me esté quejando, quiero aclarar —expliqué, pero sentí como la fierecilla se removió incómoda ante lo que me hacía sentir que era una mentira.

— Hoy salí temprano —fue su turno de encogerse de hombros, luego se acercó al sofá para sentarse a lado de Joseph y besar sus labios. Me giré instantáneamente, de pronto mucho más aterrorizada por esa escena que por la película entera.

Oí el chasquido de sus labios al unirse y quise taparme los oídos o volver a poner la televisión y subir al máximo el volumen.

La fierecilla en mi interior se movió inquieta y enfurruñada. Podía sentirla tan nítidamente que parecía como si de verdad existiera materializada dentro de mí, pidiéndome que levantara mi trasero del sofá y huyera pronto. Aún así, miré por la colilla del ojo y pude verlos aún besándose, la fierecilla refunfuñó incómoda y la sentía rasguñar mi interior. Era un sentimiento casi palpable que se extendía desde mi estómago hasta mi pecho, como punzadas dolorosas que agobiaban mi corazón con latidos agónicos y pesados. Sabía a ciencia cierta que mirarlos no debería de hacerme daño, pero lo hacía.

Me levanté del sofá, impulsada por apagar las emociones que estaba teniendo y el control remoto de la televisión cayó de mis piernas hasta el suelo, produciendo un sonido seco sobre la alfombra. Joseph y Sharon se detuvieron y finalmente me miraron.

— Perdón —farfullé—. Ya me iba.

— ¿No vas a terminar de verla? —preguntó Sharon.

— No, recordé que tengo que arreglar algunas cosas —dije, mientras que con movimientos torpes levantaba el control y volvía a colocarlo sobre el sofá.

— Ay, por favor, Abby, tú nunca arreglas tu habitación —me acusó y sentí vergüenza.

— No me refería a eso, Sharon —la miré—, lo que quiero decir es que mañana saldré con Luka y me llevaré la cámara —no sabía de dónde había salido la mentira, porque eso era lo que era. Luka y yo no teníamos planes en lo absoluto—. Y por cierto, yo sí arreglo mi habitación, aunque no muy seguido.

Manual de lo prohibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora