Después de cuatro porciones de pizza, dos pastelitos de chocolate, cuatro copas de vino y una película, se reían a más no poder tumbadas en el suelo sobre los cojines del sofá mientras veían diesciseis velas.
— Dices que es tu cumpleaños...—comenzó a cantar Mariana y acto seguido golpeó el suelo como si de unos tambores se tratara—También es el mío.
Lucía le golpeó la cabeza con un cojín y le dio la risa tonta al comprobar los efectos del vino.
—¿Lucía?—dijo Mariana burlona—¿Estás borracha?
Lucía volvió a reírse— Más bien, agradablemente contenta, maravillosamente contenta.
Mariana se rió y se sentó en una posición diferente— Entonces ¿Estás dispuesta a hacer un pequeño experimento?
—¡No!—gritó Lucía con énfasis—No quiero utilizar la ouija, ni hacer lo del péndulo, y te juro que si veo una sola carta del tarot o de una runa, te vomitaré encima los pastelillos.
Mordiéndose el labio, Mariana tomó el libro y lo abrió.
Las doce menos cinco.
Sostuvo el increíble dibujo para que Lucía lo observará y señaló aquel increíble cuerpo.
— ¿Qué opinas de él?
Lucía lo miró y sonrió—Está para relamerse ¿Verdad?
Bueno, definitivamente la cosa iba progresando. No conseguía recordar la última vez que Lucía le había dedicado un cumplido a alguien. Movió juguetonamente el libro frente el rostro de su amiga.
— Venga Lucía, admítelo. Deseas a este bombón.
— Si te digo que no le dejaría salir de mi cama ni por chocolate ¿Me dejarías
en paz?
— Puede. ¿A qué más renunciarías por tenerlo en tu cama?
Lucía puso los ojos en blanco y apoyó la cabeza sobre un cojín—¿A comer sesos de mono a la plancha?
— Ahora soy yo la que va a vomitar.
— No estás prestando ni atención a la película.
— Lo haré si pronuncias este hechizo tan cortito.
Lucía alzó las manos y suspiró. Sabía que no valía la pena discutir con Mariana. Tenía aquella expresión. No se detendría hasta salirse con la suya, ni aunque cayese un meteorito sobre ellas en ese mismo momento.
Además, ¿Qué había de malo? Ya hacía mucho tiempo que sabía que ninguno de los estúpidos rituales y encantamientos de Mariana funcionaban.
— Vale, si así te sientes mejor, lo haré.
— ¡Sí!—gritó Mariana y la agarró de un brazo para ponerla de pie—Necesitamos salir al Porche.
— Muy bien, pero no voy a cortarle el cuello a un pollo ni beber nada asqueroso.
Con la sensación de ser una niña a la que le habían dejado dormir en la casa de una amiga, y que acababa de perder el juego de verdad o reto, dejó que Mariana la predeciera a través de la puerta corredera de cristal que dada al porche. El aire húmedo lleno sus pulmones,
escuchó los grillos cantar y descubrió miles de estrellas brillando sobre su cabeza, Lucía supuso que era la noche perfecta para invocar a un exclusivo sexual. Se rió por lo bajo.
— ¿Qué quieres que haga?—le preguntó a Mariana—¿Pedir un deseo a un planeta?
Mariana negó con la cabeza y la colocó en la mitad de un rayo de luna que se colaba entre los árboles y el alero del tejado. Le ofreció el libro.
— Apóyalo en tu pecho y abrázalo con fuerza.
— ¡Oh nene!—dijo Lucía con fingido deseo mientras envolvía amorosamente el libro con sus brazos y lo acercaba a su pecho, como si de un amante se tratara—Me pones tan caliente... No puedo esperar a hundir mis dientes en ese maravilloso cuerpo que tienes.
Mariana se rió.
— ¡Esto es serio!
— ¿Serio? Por favor. Estoy aquí afuera en la mitad del porche, el día de mi cumpleaños, descalza, con unos jeans a los que mi madre les prendería fuego y abrazando un estúpido libro para invocar a un esclavo sexual griego que está en el más allá—miró a Mariana—Solo conozco una manera de hacer que esto sea aún más ridículo.
Sosteniendo el libro con una sola mano, extendió los brazos a ambos lados, echó la cabeza hacia atrás y comenzó a rogar a un oscuro cielo.
— ¡Oh! Fabuloso esclavo sexual, llévame contigo y hazme todas las cosas escandalosas que sepas, te ordenó que te levantes—dijo, alzando las cejas. Mariana resopló.
— Así no es como debes hacerlo, tienes que decir su nombre tres veces.
Lucía se enderezó.
— Esclavo sexual, esclavo sexual, esclavo sexual.
Con los brazos en jarras, Mariana le lanzó una furiosa mirada—Alejandro de Macedonia.
— ¡Oh! Lo siento—dijo Lucía volviendo a apretar el libro sobre el pecho y cerrando los ojos—Ven y házmelo ¡Oh! Gran Alejandro de Macedonia, Alejandro de Macedonia, Alejandro de Macedonia—se giró para mirar a su amiga—¿Sabes? Esto es un poco difícil de pronunciar tres veces seguidas y tan rápido.
Pero su amiga no le prestaba la más mínima atención. Estaba muy ocupada mirando por todos lados, esperando la aparición de un apuesto extraño.
Lucía acababa de poner otra vez los ojos en blanco, cuando un ligero soplo de viento cruzó el patio y un suave aroma a sándalo las envolvió. Volvió a inhalar para recrearse de nuevo el caluroso y húmedo bochorno, típico de una noche de agosto.
De repente, se escuchó un débil sonido procedente del patio trasero, y las hojas de los arbustos se movieron. Arqueando una ceja, Lucía contempló cómo las plantas se mecían, y entonces
el diablillo que había en ellas cobro vida.
— ¡Oh, dios mío!—farfulló y señaló a un arbusto del patio trasero—¡Mariana, mira ahí!
Mariana se giró a toda prisa ante el nerviosismo de Lucía.
Un enorme arbusto se movió como
si hubiese alguien detrás.
— ¿Alejandro?—le llamó Mariana y dió un paso hacia delante.
El arbusto se inclinó y, súbitamente un sisañeo y un miau rompieron el silencio, un segundo antes de que dos gatos cruzarán el patio como una exhalación.
— Mira Mariana, es el señor don gato que viene a poner fin a mi celibato—sostuvo el libro con un brazo y se llevó el dorso de la mano a la frente en un simulacro de desmayo—¡Oh, ayúdame
señora de la luna! ¿Qué voy a hacer con las atenciones de tan desacertado pretendiente? Ayúdeme rápido, antes de que me mate a causa de la alergia.
— Dame ese libro—le espetó Mariana quitándoselo de un tirón. Regresó a la casa mientras pasaba las páginas—¡Joder! ¿Qué he echo mal?
Lucía abrió la puerta para que Mariana pasara al fresco interior de la sala.
— No hiciste nada mal cielo. Esto es absurdo. ¿Cuántas veces tengo que decirte que hay un viejecillo sentado en la parte trasera de un almacén escribiendo toda esta porquería?
Apostaría que ahora mismo está partiéndose de la risa por lo imbéciles que hemos sido.
— Quizá era necesario hacer algo más. Me juego la que sea a que hay algo en los primeros párrafos que no puedo interpretar. Debe ser eso.
Lucía cerró la puerta de cristal y suplicó un poco más de paciencia.
— Y me llamas testaruda ¡A mí!
El teléfono sonó en ese instante y, al contestarlo, Lucía escucho la voz de Soledad preguntando por Mariana.
— Es para ti—dijo alargándole el auricular. Mariana lo atendió.
— ¿Sí?—se mantuvo en silencio unos minutos. Lucía podía escuchar la voz nerviosa de Soledad.
Por la repentina palidez en el rostro de su amiga, dedujo que algo había pasado...........................................................
Créditos a su maravillosa autora.
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𝑫𝒊𝒐𝒔 𝒅𝒆𝒍 𝒔𝒆𝒙𝒐 - Lucialex (Adaptación)
Fiksi PenggemarESTA NO ES MI HISTORIA, ES UNA ADAPTACIÓN CRÉDITOS A SU MARAVILLOSA AUTORA Sostén el libro sobre el pecho y menciona su nombre tres veces a la medianoche, bajo la luz de la luna llena. Él vendrá a ti y hasta la siguiente luna, su cuerpo estará a tu...