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Alejandro cerró los ojos y saboreó el olor del cuerpo de Lucía; la sensación de
sus uñas aprisionándolo. Podía sentirla temblar, mientras su cuerpo se retorcía bajo sus caricias.
En cualquier momento llegaría al clímax.
Con ese pensamiento ocupando su mente por completo, la desnudó a medias e inclinó la cabeza para dar una pequeña mordida a un lado de su ombligo.
No recordaba que alguien supiese tan bien como ella.
Su sabor se le quedaría grabado a fuego en su mente, jamás podría olvidarla.
Y estaba completamente preparada para recibirlo; ardiente y húmedo,
exactamente como a él le gustaba.
Rasgó de un tirón las bragas que se ceñían a las caderas de Lucía y que le impedía el acceso total a aquel lugar que se moría por explorar completamente.
Ella escuchó como le rompía las bragas, pero no fue capaz de detenerlo. Su voluntad ya no le pertenecía; había sido engullida por unas sensaciones tan intensas, que lo único que quería
era encontrar alivio.
¡Tenía que conseguirlo!
Alzando los brazos, enterró las manos en el cabello de Alejandro, incapaz de permitir que se alejara, aunque sólo fuese por un segundo.
Alejandro se quitó los pantalones a tirones y le separó las piernas.
Con el cuerpo envuelto en puro fuego, Lucía aguantó la respiración mientras él colocaba su cuerpo entre sus piernas.
La punta de su miembro presionaba justo en el centro de su entrada. Arqueó las caderas acercándose aún más, aferrándose a sus amplios hombros. Deseando sentirlo dentro con una desesperación tal, que desafiaba a todo entendimiento.
Y de repente, sonó el teléfono.
Lucía dio un respingo al escucharlo y su mente recobró repentinamente el control.
— ¿Qué es ese ruido?—gruñó Alejandro.
Agradecida y no tan agradecida por la interrupción, Lucía salió como pudo de debajo de él; le temblaban las piernas y le ardía todo el cuerpo.
— Es un teléfono—dijo, antes de inclinarse hacia la mesita de noche y tomar el auricular.
La mano no dejaba de temblarle mientras se lo colocaba en la oreja
Lanzando una maldición, Alejandro se puso de lado.
— Mariana, gracias a Dios que eres tú—dijo Lucía, tan pronto como escuchó su voz ¡En ese momento agradecía muchísimo la habilidad que tenía Mariana de saber el momento preciso
en qué llamar!
— ¿Qué pasa?—preguntó su amiga.
— Deja de hacer eso—le espetó al ojiverde, en ese instante, el cual se dedicaba a repartir besos por su cuello—Pero si no estoy haciendo nada—le dijo Mariana.
— Tú no Mariana—el silenció cayó sobre el otro extremo de la línea—Escucha—le dijo con una dura advertencia en la voz—Necesito que consigas ropa para hombre y traigas algunas cosas, ahora.
— ¡Funcionó!—el agudo chillido estuvo a punto de perforarle el tímpano—¡Ay, Dios mío! ¡Funcionó! ¡No puedo creerlo! ¡Voy para allá!
Lucía colgó el teléfono justo cuando las manos de Lucía iban directo a...
— ¡Para ya!
Él se echó hacia atrás y la miró con el ceño fruncido, estupefacto.
— ¿No te gusta?
— Yo no he dicho eso—contestó antes de poder detenerse.
Él se acercó de nuevo a ella.
Lucía bajó de un salto de la cama.
— Tengo que irme a trabajar.
Alejandro se apoyó en un brazo, tendido sobre un costado, y la observó mientras recogía los pantalones del pijama y se los arrojaba. Los agarró con una mano mientras sus ojos se movían, perezosamente, sobre el cuerpo de Lucía.
— ¿Por qué no llamas para decir que estás enferma?
— ¿Qué estoy enferma?—repitió—¿Y tú cómo conoces ese truco?
Él se encogió de hombros.
— Ya te lo he dicho. Puedo escuchar mientras estoy encerrado en el libro, por eso puedo aprender idiomas y entender los cambios de sintaxis.
Con la misma elegancia de una pantera que se endereza tras estar agazapada, el pelinegro apartó el edredón y salió lentamente de la cama. No llevaba los pantalones puestos.
Hipnotizada, Lucía fue incapaz de moverse.
— No hemos acabado—dijo él con la voz ronca mientras se acercaba a ella.
— ¡Pues claro que sí!—le contesto Lucía y huyó al cuarto de baño, encerrándose ahí tras echar el pestillo a la puerta.
Con los dientes apretados, Alejandro tuvo la repentina necesidad de golpearse la cabeza contra la pared de tan frustrado que se sentía ¿Por qué tenía que ser tan testaruda?
Lucía se dio una larga ducha fría, ¿Qué tenía ese hombre que hacía que su sangre literalmente hirviera? Incluso ahora podía sentir el calor de su cuerpo sobre ella.
Sus labios sobre...
— ¡Para, para, para!
No era una ninfómana sin control sobre sí misma. Era un licenciada en filosofía, con cerebro y sin hormonas.
Pero aún así, sería extremadamente fácil olvidarse de todo y pasar todo el mes en la cama con él.
—Muy bien—se dijo a sí misma—Supongamos que te metes en la cama un mes con él. Y luego ¿Qué?—se enjabonó el cuerpo mientras el calor se desvanecía lentamente—Yo te diré que pasará después Lucía—se dijo nuevamente a si misma—Él se irá y tú, cariño, te quedarás sola otra vez... ¿Te acuerdas de lo que pasó cuando Matt se marchó? ¿Te acuerdas cómo te sentías cuando te paseabas por la habitación, con el
estómago revuelto por que habías dejado que te utilizara? ¿Te acuerdas de la humillación que sentías?—pero aún peor que esos recuerdos, era la imagen de Matt mofándose de ella a carcajadas con sus amigos, mientras recogía el dinero de la apuesta. Cómo deseaba haber sido valiente en ese momento, para poder enfrentarlo. No, no dejaría que nadie más la utilizara.
Le había costado años superar la crueldad de Matt y no tenía ningún deseo de arruinar lo que había conseguido por un capricho. ¡Aunque fuese un fabuloso capricho! No, no y no. La próxima vez que se entregara a alguien, sería con alguien que estuviese unido a ella. Alguien que la cuide. Alguien que no dejara a un lado su dolor y continuase usando su cuerpo
buscando su propio placer, como si ella no importara nada.
Pensaba mientras los recuerdos reprimidos regresaban a la superficie. Matt se había comportado como si ella no hubiera estado presente. Cómo si no hubiese sido más que una muñeca sin emociones, diseñada sólo para proporcionarle placer. Y no estaba dispuesta a dejar que la volvieran a tratar así, especialmente si se trataba del ojiverde. Jamás...
Alejandro bajó las escaleras, maravillado por la brillante luz del sol que entraba por las ventanas. Le resultaba divertido que la gente diese por sentado esos pequeños detalles.
Recordaba la época en la que no se fijaba en algo tan simple como una mañana soleada.
Y ahora, cada una de ellas era un verdadero regalo de los dioses. Un regalo que tenía toda la intención de degustar durante el mes que tenía por delante, hasta que estuviese obligado a regresar a la oscuridad.
Con el corazón agobiado, se dirigió a la cocina, hacia el armario donde Lucía guardaba la comida. Al abrir la puerta le sorprendió la corriente fría que le llegó de golpe, alargó la mano y dejó que el aire frío le acariciara la piel. Increíble. Sacó varios recipientes, pero no pudo
leer las etiquetas.
"No comas nada que no puedas identificar" se recordó a sí mismo, mientras pensaba en algunas asquerosidades que había visto comer a la gente a lo largo de los siglos. Se inclinó hacia adelante y rebuscó hasta encontrar un melón en uno de los cajones inferiores. Lo llevó a la encimera del centro de la cocina, cogió un cuchillo largo del soporte donde Lucía tenía por lo menos una docena de ellos y lo partió por mitad.
Cortó un trozo y se lo introdujo a la boca. Cuando el delicioso jugo inundó sus pupilas gustativas, gruñó de satisfacción. La dulce pulpa hizo que su estómago rugiera con una feroz exigencia. La garganta le pedía, con una sensación cercana al dolor, que le proporcionara un poco más de aquel relajante dulzor.
Era estupendo volver a tener comida... Tener algo con lo que apagar la sed y el hambre.
Antes de poder detenerse, dejó el cuchillo a un lado y comenzó a partir el melón con las manos, llevándose los trozos a la boca tan rápido como podía ¡Por los dioses! Estaba tan hambriento, tenía tanta sed... No fue consciente de lo que había hasta que se descubrió
desgarrando la cáscara. Se quedó paralizado al ver sus manos cubiertas con el jugo del melón y los dedos curvados como las garras de cualquier animal.




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Créditos a su maravillosa autora.

𝑫𝒊𝒐𝒔 𝒅𝒆𝒍 𝒔𝒆𝒙𝒐 - Lucialex (Adaptación)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora