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Alex la miró, captando la sinceridad con la que había pronunciado sus palabras. Por alguna inescrutable razón, su cumplido le reconfortó.

— Hice lo que pude.

— Apuesto a que les diste una patada en el culo a unos cuantos ejércitos—continuó ella.

Él sonrió. No había pensado en sus victorias desde hacía siglos.

— Pateé a unos cuantos romanos, sí.

Lucía se rió ante el uso del vocabulario.

— Aprendes rápido.

— ¡Oye!—exclamó Mariana, interrumpiéndolos—¿Puedo echarle un vistazo al arco de Cupido?

— ¡Sí!—exclamó Lucía—¿Podemos?

Alex lo sacó de su bolsillo y lo dejó sobre la mesa.

— Con cuidado—advirtió a Mariana mientras alargaba el brazo—La flecha dorada está cargada. Un pinchazo y te enamorarás de la primera persona que veas.

Él retiró la mano. Lucía cogió el tenedor y con él arrastró el arco hasta tenerlo cerca.

— ¿Se supone que debe ser tan pequeño?

Alex sonrió.

— ¿Es que nunca has oído esa frase que dice: «El tamaño no importa»?

Lucía puso los ojos en blanco.

— No quiero ni escucharla de un hombre que la tiene tan grande como tú.

— ¡Lucía Sandoval!—jadeó Mariana—Jamás te había oído hablar así

— He sido extremadamente comedida, considerando todo lo que ustedes me han dicho estos últimos días.

Alex le sonrió.

— Entonces, dime cómo usa Cupido esto— le dijo ella.

Su mirada se perdió entre los ojos avellana de la castaña.

— ¿Alex?—preguntó ella, sacándolo de su ensoñación—¿Cómo lo utiliza Cupido?

— Puede adoptar un tamaño semejante al del arco, o puede hacer que el arma se haga más grande. Depende del momento.

— ¿En serio?—preguntó Mariana— No lo sabía.

La camarera llegó corriendo y colocó la bandeja sobre la mesa, mientras devoraba con los ojos a Alex como si fuese el especial del día. Muy discretamente, el ojiverde recogió el arco de encima de la mesa y lo devolvió a su bolsillo.

— Siento mucho haberle hecho esperar. Si hubiese sabido que no iban a atenderle de inmediato, yo misma le habría tomado nota nada más al sentarse.

Lucía le dirigió a la chica una mirada ceñuda. ¡Joder!, ¿Es que Alex no podía tener cinco minutos de tranquilidad, sin que una mujer se le ofreciera abiertamente?.

¿Y eso no te incluye a ti?

Se quedó helada ante el giro de sus pensamientos. Lucía se comportaba exactamente igual que las demás, mirándolo y babeando por él. Era un milagro que ella soportara su presencia. Hundiéndose en el asiento, se prometió a sí misma que no lo trataría de aquel modo. Alex no era un trozo de carne. Era una persona, y merecía ser tratado con respeto y dignidad. Pidió el menú para los tres, y cuando la camarera regresó con las bebidas, trajo una bandeja de alitas de pollo al estilo Búfalo.

— Nosotros no hemos pedido esto—apuntó Mariana.

— ¡Oh, ya lo sé!—respondió la chica, sonriendo a Alex—Hay mucho trabajo en la cocina y tardaremos un poco más en poder servirle la comida. Pensé que debería estar hambriento y por eso le traje las alitas. Pero si no le gustan, puedo traer cualquier otra cosa; la casa invita, no se preocupe. ¿Preferiría otra cosa?—¡Puaj! El doble sentido era tan obvio que a Lucía le entraron ganas de arrancarle de raíz el pelo cobrizo.

— Está bien así, gracias—le dijo Alex.

— ¡Ay, Dios mío!, ¿Puede hablar un poco más?—le pidió la chica, a punto de desmayarse—. ¡Oh, por favor, diga mi nombre! Me llamo Emma.

— Gracias, Emma.

— ¡Ooooh!—exclamó la camarera—Se me ha puesto la piel de gallina—y con una última mirada a Alex, cargada de deseo, se alejó de ellos.

— No puedo creerlo—comentó Lucía—¿Siempre se comportan así contigo?

— Sí—contestó él con la ira reflejada en la voz—Por eso odio mostrarme en lugares públicos.

— No dejes que te moleste—le dijo Mariana, mientras cogía una alita de pollo—Definitivamente, tu presencia resulta muy útil. De hecho, propongo que lo saquemos más a menudo.
      
Lucía dejó escapar un bufido.
      
— Sí, bueno; si esa criatura anota su nombre y su número de teléfono en la cuenta antes de dárnosla, tendré que darle un putazo.
    
Mariana estalló en carcajadas. Antes de que Lucía pudiese preguntar cualquier otra cosa, Cupido entró sin prisas en el restaurante, y se acercó hasta ellos. Tenía un ligero moratón en el lado izquierdo de la cara, donde Alex lo había golpeado. Intentó mostrarse indiferente, pero aun así, Lucía percibió la tensión en su interior, como si estuviese preparado para huir en un momento dado. Arqueó una ceja ante el cabello corto de Alex, pero no dijo ni una palabra mientras tomaba asiento junto a Mariana.
              
— ¿Y bien?—preguntó Alex. Cupido suspiró profundamente.
              
— ¿Quieres que primero te dé las malas noticias o prefieres las pésimas?
            
— Veamos... ¿Qué tal si hacemos que mi día sea más memorable?. Comienza con las pésimas y sigue con las malas para intentar mejorar el ambiente—Cupido asintió.
            
— De acuerdo. En el peor de los casos, la maldición jamás se podrá romper—Alex se tomó la noticia mejor que Lucía; apenas si hizo un gesto de aprobación. Lucía miró a Cupido con los ojos entornados.
      
— ¿Cómo puedes hacerle esto?. ¡Dios Santo!, mis padres habrían removido cielo y tierra para ayudarme, y tú te limitas a sentarte sin ni siquiera decirle lo siento. ¿Qué clase de hermano eres?

— Lucía...—la amonestó Alex—No le retes. No sabemos qué consecuencias puede traer. 

— Eso es cierto mort...

— Tócala—le interrumpió el ojiverde—Y utilizaré la daga que llevas en el cinturón para sacarte el corazón—Cupido se removió incómodo.

— Por cierto, te olvidaste algunos detalles jugosos cuando me contaste tu historia—Alex le miró furioso, con los ojos entrecerrados.

— ¿Como qué?
                  
— Como el hecho de que te acostaste con una de las sacerdotisas vírgenes de Príapo. Alex, ¿En qué estabas pensando?. Ni siquiera te preocupaste de quitarle la túnica mientras la tomabas. No eras tan estúpido como para hacer eso, ¿Se puede saber qué te ocurrió?

— Por si se te ha olvidado, estaba muy enfadado con él en aquel momento—dijo con amargura.

— Ella no fue la que mató a tu esposa. Fue Príapo—Lucía estuvo a punto de sufrir un infarto al escucharle. ¿Estaba hablando en serio? Cupido ignoró la abierta hostilidad de Alex.



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Créditos a su maravillosa autora.

𝑫𝒊𝒐𝒔 𝒅𝒆𝒍 𝒔𝒆𝒙𝒐 - Lucialex (Adaptación)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora