Por la noche, Lucía Sandoval suspiró al abrir la puerta de su duplex y poner el pie en el suelo encerado del vestíbulo. Dejó el montón de cartas que llevaba en la mano sobre la antigua mesa de alas abatibles, que decoraba el rincón adyacente a la escalera y cerró la
puerta tras ella echando el pestillo.
Las llaves fueron a parar al lado de la correspondencia.
Mientras se quitaba a tirones los incómodos tacones, los cuales apretaban un poco sus dedos, el silencio le golpeó los oídos y se le formó un nudo en la garganta.
Todas las noches la misma rutina tranquila: entrar a un hogar vacío, clasificar el correo, llamar a Mariana, comprobar el contestador e ir a la cama.
Mariana tenía razón, la vida de Lucía era aburrida y escueta investigación sobre la monotonía.
A los veinte años, Lucía estaba cansada de su vida ¡Demonios! Incluso Fabián (el inalcanzable buscador de tesoros nasales) comenzaba a parecer atractivo.
Bueno, quizás Fabián no.
Y menos su nariz, pero estaba segura que había alguien ahí afuera, en algún lugar, que no era un cretino ¿O no?
Mientras subía las escaleras decidió que vivir de forma independiente no era tan espantoso.
Al menos, tenía mucho tiempo para dedicar a sus entretenimientos favoritos. O también podía buscar nuevos pasatiempos, pensaba mientras caminaba por el pasillo que llevaba a
su dormitorio.
Algún día, encontraría un entretenimiento divertido.
Cruzó la habitación y dejó caer los tacones junto a la cama.
No tardó nada en cambiarse de ropa. Acababa de tumbarse en la cama cuando sonó el timbre.
Bajó de nuevo las escaleras para dejar pasar a Mariana.
Tan pronto como abrió la puerta, su amiga soltó enojada:
— No irás a ponerte eso está noche ¿Verdad?
Lucía echó un vistazo a sus jeans y después se fijó en su enorme playera de manga corta.
— ¿Desde cuándo te preocupa mi aspecto?—y entonces lo vió, en la enorme mochila roja que Mariana usaba para ir a la biblioteca.
— ¡Uff! No. Ese libro otra vez, no.
Con una expresión ligeramente irritada, Mariana le contestó:
— ¿Sabes cuál es tu problema Lucía?
Lucía miró al techo, rogando a los cielos un poco de ayuda.
Desafortunadamente, no la escucharon.
— ¿Cuál? ¿Qué no me transtorna la luz de la luna y que no arrojo mi insignificante cuerpo al primer hombre que conozco?
— Que no tienes ni idea de lo hermosa que eres en realidad.
Mientras Lucía se quedaba ahí plantada, muda de asombro ante el poco frecuente comentario, Mariana llevó el libro a la salita de estar y lo colocó sobre la mesita de café.
Sacó una botella de vino de su mochila y se dirigió a la cocina.
Lucía no se molestó en seguirla.
Había encargado pizza antes de salir del trabajo y sabía que Mariana estaría buscando unas copas.
Empujada por un resorte invisible, Lucía se acercó a la mesita donde estaba el libro.
Espontáneamente, extendió la mano y tocó la suave cubierta de cuero. Podría jurar que había sentido una caricia en la mejilla.
Qué ridiculez.
No crees en esta basura.
Lucía pasó la mano por el cuero y notó que no había título, ni ninguna otra inscripción.
Abrió la tapa.
Era el libro más extraño que había visto en su vida.
Las páginas parecían haber formado
parte, originalmente, de un rollo de pergamino, que más tarde había sido transformado en un libro.
El amarillento papel se arrugó bajo sus dedos al pasar la primera página; en ella había un elaborado símbolo hecho a mano, formado por la intersección de tres triángulos y la atrayente imagen de tres mujeres unidas por varias espadas. Lucía frunció el ceño esforzándose por recordar si aquello podría ser una especie de antiguo símbolo griego.
Aún más intrigada que antes, pasó unas cuantas páginas y descubrió que estaba
completamente en blanco, excepto aquellas tres hojas.
Qué extraño.
Debía de haber sido algún tipo de cuaderno de bocetos de un pintor, o de un escultor, decidió.
Eso sería lo único que explicase que las páginas estuviesen en blanco.
Algo tuvo que suceder antes de que el artista tuviera oportunidad de añadir algo más al libro.
Pero eso no acababa de explicar por qué las páginas parecían mucho más antiguas que la encuadernación.
Retrocedió hasta llegar al dibujo del hombre, y observó con atención la descripción que había sobre él, pero no pudo sacar nada claro.
Al contrario que Mariana, ella había evitado las clases de lenguas antiguas en la facultad como si fueran veneno; y si no hubiese sido por su amiga, jamás había pasado aquella parte fundamental en su currículum.
— Definitivamente, creo que es griego—dijo sin aliento cuando volvió a mirar al hombre.
Era sorprendente.
Absolutamente perfecto y tan incitante. Increíblemente fascinante.
Cautivada por completo, se preguntó cuánto tiempo tardaría en hacer un dibujo tan perfecto.
Alguien debía haber pasado años dedicado a la tarea; porque aquel tipo parecía estar preparado para saltar del libro y meterse en su casa.
Mariana se detuvo en la entrada y
observó como Lucía miraba fijamente a Alejandro.
Nunca la había visto tan extasiada desde que la conocía.
Bien, quizás Alejandro pudiera ayudarle. Dos años eran demasiado tiempo.
Pero Matthew había sido un cerdo narcisista y desconsiderado.
Se había comportado de una manera tan sucia y cruel con Lucía y sus sentimientos, que incluso la había echo llorar la noche que perdió la virginidad, y su amiga no merecía llorar.
No cuando estaba con alguien que había prometido cuidar de ella.
Alejandro sería definitivamente bueno para Lucía.
Un mes con él y olvidaría todo lo referente a Matthew.
Y, una vez que descubriera lo bien que se siente el sexo compartido y real, se liberaría de la crueldad de Matt para siempre.
Pero, primero tenía que conseguir que su testaruda amiga fuese un poco más obediente.
— ¿Has encargado la pizza?—le preguntó mientras le ofrecía una copa de vino, Lucía la tomó distraída.
Por alguna razón, no podía apartar los ojos del dibujo.
— ¿Lucía?
Parpadeó y se obligó a mirar había arriba
— ¿Hum?
— Te pillé mirando—bromeó Mariana.
Lucía se aclaró la garganta— ¡Oh, por favor! No es más que un pequeño dibujo a blanco y negro.
— Cielo, en ese dibujo no hay nada pequeño.
— Mariana, eres mala.
— Completamente cierto ¿Más vino?
Y cómo si hubiesen estado esperando el momento preciso, sonó el timbre.
— Yo voy—dijo Mariana, colocando el vino en la mesita del teléfono para dirigirse al recibidor.
Unos minutos después, volvió a la sala. Hasta Lucía llegó el maravilloso aroma de la enorme pizza de pepperoni y sus pensamientos dejaron a un lado el libro. Y al hombre cuya imagen parecía haberse grabado en su subconsciente.
Pero parecía más difícil.
¿Qué demonios le pasaba?
Ni siquiera Henry Cavill o Tom Holland despertaban sus deseos.
Y a ellos los veía en color.
¿Qué había de extraño en aquel dibujo?
Mordisqueó la pizza y se cambió de asiento.
Se acomodó en un sillón al otro lado de la sala, a modo desafío personal.
Sí, demostraría a Mariana y al libro
que ella dominaba la situacion...........................................................
Créditos a su maravillosa autora.
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𝑫𝒊𝒐𝒔 𝒅𝒆𝒍 𝒔𝒆𝒙𝒐 - Lucialex (Adaptación)
FanficESTA NO ES MI HISTORIA, ES UNA ADAPTACIÓN CRÉDITOS A SU MARAVILLOSA AUTORA Sostén el libro sobre el pecho y menciona su nombre tres veces a la medianoche, bajo la luz de la luna llena. Él vendrá a ti y hasta la siguiente luna, su cuerpo estará a tu...